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miércoles, 18 de mayo de 2016

Reflexiones en torno al Día del Maestro/a



Por Blanca Heredia




Importa felicitar a las y los maestros. Interesa hacerlo porque hay pocas profesiones de cuyos afanes y quehaceres dependamos tanto todos en lo individual y en lo colectivo. Los maestros son el eslabón que conecta lo que somos con lo que seremos y uno de los motores más potentes para proyectar y hacer realidad un nosotros distinto.

Los maestros no viven su mejor momento en la estima pública. Esto es así, claramente, en México, pero también en muchos otros países del mundo. El nivel de escrutinio, crítica y exigencia del que han sido objeto en años recientes en la agenda pública global y en la nacional de muchos países resulta inusualmente alto históricamente y muchísimo mayor al suscitado por cualquier otro grupo ocupacional.

Pregúntese, si no, el lector ¿qué otro grupo profesional ha desatado en tantas partes del planeta, en épocas recientes, mayores polémicas y mayores cuestionamientos que el de los maestros? ¿Han sido sometidos los abogados, las secretarias, los ingenieros, los analistas financieros o los periodistas a escrutinios semejantes? ¿Por qué será?

La previsible y primerísima réplica pudiera ser que, a diferencia de cualquier otra profesión, la de maestra/o resulta crucialmente importante para sobrevivir y descollar en el mundo actual. Básicamente porque la centralidad del conocimiento en la feroz competencia global por el favor de los inversionistas y los consumidores ha incrementado el valor de la calidad educativa y, con ello, el impacto de las responsabilidades a cargo de los docentes.

La visibilidad e intensidad de los cuestionamientos del que han sido objeto los docentes en buena parte del mundo en épocas recientes pudiera también tener que ver, sin embargo, con otros elementos. En particular con el hecho de que, en un contexto global marcado por el debilitamiento de los sindicatos, los gremios magisteriales son de los pocos que retienen altos números de afiliados, muy considerables capacidades de organización, y una presencia territorial incomparable en amplitud a la de ningún otro grupo social organizado.

Todo lo anterior y muy particularmente su alcance territorial hacen del magisterio un actor político clave en muchos sistemas políticos del mundo y sirve para entender el desprestigio creciente de los maestros de un tiempo a esta fecha. Básicamente, puesto que su fuerza numérica, su densidad organizativa y la amplitud de su despliegue territorial suelen involucrar a sus organizaciones gremiales de forma muy pública con la esfera de actividad social más desprestigiada de todas en estos tiempos: la política.

Dos elementos adicionales ayudan a explicar la mucha y muy mala prensa vivida recientemente por los docentes. Primero, las pruebas internacionales de logro escolar (TIMSS, PIRLS o PISA) y segundo, la andanada persistente impulsada por distintos think-tanks y organismos internacionales en torno a la centralidad de la calidad de los maestros para explicar la calidad de los aprendizajes de los alumnos.

Al respecto, lo primero que falta es más investigación rigurosa, pues muchísimas de las recomendaciones que insisten en que la clave de salida de todos nuestros males (educativos) radica en elevar la calidad de los maestros provienen de un solo estudio realizado en escuelas tejanas. Lo segundo y más urgente sería hacernos cargo de que la calidad docente no podrá nunca exceder la importancia que la sociedad de un país le otorgue en los hechos a la educación.

Una sociedad como la mexicana en la que no llegan a la profesión docente (o sólo por excepción) los más motivados o capaces de enseñar sino los que no encuentran ninguna opción mejor; en la que la ruta de entrada y crecimiento dependió hasta hace poco sólo de lealtades gremiales; en la ser maestro tiene cada vez menos prestigio; y en la que la formación inicial es de pésima calidad general, difícilmente puede aspirar a contar con buenos maestros.

No se trata de disculpar lo que no puede perdonarse (lanzar a la guerra a tantas generaciones de niños y jóvenes sin fusil, es decir y por ejemplo, sin la capacidad para desenvolverse con mínima soltura en la lengua del país del que son nacionales). Se trata de preguntarse qué tanto es justo culpar solamente a los maestros de carencias de las cuales es responsable una sociedad que le da voz, casi solamente, a los más pudientes. Una sociedad, en suma, a cuyos actores más poderosos no les interesa la calidad educativa. En parte porque mandan a sus hijos a “educarse” a escuelas privadas, pero sobre todo porque ni siquiera a esas que pagan les piden calidad educativa, pues lo que importa aquí no es qué sabes sino a quién conoces.

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