Enrique QuintanaEntre los diversos escenarios que se configuran para 2018 hay uno que genera un riesgo alto para al futuro del país: el de la fragmentación política.
Ayer le refería en este espacio los diversos ingredientes que dan fuerza a la candidatura de AMLO para las próximas elecciones presidenciales. Entre ellos, la falta de candidatos de elevado arrastre de otros partidos políticos, como el PAN, el PRI o el PRD; el menor crecimiento económico respecto a lo esperado y la percepción de elevada corrupción en todos los órdenes de gobierno.
Con las reglas políticas actuales, un escenario que se puede configurar es la presencia de un número relativamente elevado de candidatos presidenciales, de PRI, Morena, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano, independientes, que configuren un amplio abanico de prospectos para la próxima administración.
En ese escenario, incluso el voto a favor del candidato que hoy aparece como el más fuerte, AMLO, puede verse atomizado.
En las pasadas elecciones, el partido que más votos obtuvo, el PRI, individualmente logró 30.7 por ciento de los votos válidos.
Consideren que el efecto de desencanto pudiera producir una pérdida de cinco a diez puntos en su intención de voto para 2018. Andaría entre 20 y 25 por ciento.
Morena, obtuvo 8.8 por ciento. Aun considerando que el factor AMLO le agregue diez puntos porcentuales, estaría en un nivel de 19 por ciento del total.
Si el PAN y el PRD pierden cinco puntos respecto a los resultados de la elección de junio pasado, obtendrían 17 y 6 por ciento respectivamente.
Imagine además dos candidatos independientes de arrastre, que obtengan cada uno diez por ciento de los votos válidos.
Y el restante 13 por ciento divídalo entre otros candidatos.
Bajo ese escenario, es factible que el ganador de la elección presidencial de 2018 lo haga con un porcentaje de alrededor de 25 por ciento de los votos válidos o aun menos.
En regímenes parlamentarios esto sucede con frecuencia y obliga a la formación de gobiernos de coalición que configuran mayorías parlamentarias.
Pero en un régimen presidencialista en donde además no hay segunda vuelta, se puede configurar un escenario de ingobernabilidad al margen de cuál sea el candidato o partido que venza en las elecciones.
Una presidencia débil, en términos del porcentaje de votos que recibió, además, en manos de algún personaje con vocación autoritaria –como AMLO o algún otro de ese perfil– sería el peor de los escenarios para el país en los próximos años.
Desde este espacio le he comentado respecto a los diversos elementos que configuran un escenario económico optimista para México en el mediano y largo plazos.
Sin embargo, cuando se ve la perspectiva política, al menos hay un escenario que no es improbable, que despierta preocupación, más allá de que AMLO sea el ganador o no de la próxima elección presidencial.
Claro, falta mucho y diversos hechos pueden ocurrir, pero, en el escenario mexicano, el riesgo de la fragmentación política no puede subestimarse.
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