Alberto Núñez EstevaTres años del regreso del PRI al poder.
Estamos a la mitad del sexenio. Es un momento de reflexión para ver hacia atrás –logros y fracasos- y contemplar el futuro.
El inicio de Peña Nieto me llenó de esperanza, pero conforme fue transcurriendo el tiempo me dominó la frustración derivada tanto de las promesas no cumplidas como de las expectativas no satisfechas.
Desarrollo económico y seguridad en nuestros bienes y en nuestras personas, son dos objetivos que muchos mexicanos ponemos como prioridad.
¿Qué implica el desarrollo económico? Creación de riqueza y su distribución equitativa y, por tanto, generación de oportunidades y de empleos dignos para que todo aquel que así lo quiera y esté preparado o se prepare para ello, pueda tener los ingresos suficientes para sostener en forma digna a su familia. Hacer crecer el pastel y repartirlo equitativamente entre los comensales, ni más, pero tampoco ni menos. Y para ello necesitamos que nuestra economía crezca a tasas muy superiores al raquítico 2% que nos aplasta desde hace décadas teniendo como consecuencia, entre otras, el desarrollo inusitado de la economía informal, el pago de salarios de miseria equivalentes a tres salarios mínimos o menos, y el crecimiento desmesurado, como consecuencia, de la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico en donde los jóvenes involucrados en esta bajo mundo repiten una frase que se ha vuelto popular “prefiero vivir pocos años en la opulencia que muchos en la miseria”. El mal camino trae aparejado el poder que da el dinero y con ello los placeres lícitos e ilícitos que lo acompañan. Pero nuestro raquítico crecimiento ha sido uno de los principales causantes de la enorme pobreza que afecta a casi la mitad de la población y de la miseria que padecen uno de cada 10 compatriotas. Me duele, me duele profundamente, entre otras cosas, la situación de los indígenas, los pobres entre los pobres, los olvidados, aquellos que fueron los legítimos dueños de nuestro México querido hasta la llegada de los españoles y que ahora padecen no sólo una lamentable pobreza, sino una clara y absurda discriminación.
¡Qué vergüenza! Aquellos que como yo, disfrutamos las mieles de una vida digna y cómoda, debemos asomarnos atrás de las verjas que nos protegen contra los malosos, para cimbrarnos frente a la realidad de los millones de pobres y miserables con los que convivimos.
Todos somos parte del problema y todos debemos ser parte de la solución. Políticos dignos -¿será posible?- capaces de entender que el populismo atrae votos, pero no genera desarrollo; empresarios audaces generadores de empleo y oportunidades, junto con trabajadores que cumplan con entusiasmo con su misión; una ciudadanía responsable y exigente de sus derechos; y un ataque frontal a la corrupción que tanto daño ha causado y sigue causando a toda la sociedad.
¿Y qué decir de la seguridad a la que todos tenemos derecho y la violencia inaudita que la contradice? Pasar de un México en paz del que disfruté en mis años mozos ya lejanos, a un país que se cataloga entre los más violentos del mundo. Un país en donde todo puede suceder al caminar por la calle, al transitar en nuestro automóvil, al subirnos al metro o a otro medio de transporte, al disfrutar de una playa en Acapulco o cualquier otro destino turístico, o al buscar la tranquilidad de nuestro hogar. Leer el periódico de la mañana es adentrarse en un mundo de asesinatos, de violaciones, de drogas, de Chapos, de traiciones y corrupción de aquellos que deben protegernos, de gobernadores sinvergüenzas que disfrutan de su fortuna, tranquilamente, en el extranjero o en nuestro país, de escándalos que la “justicia” se encarga de acallar, de ayotzinapas y similares, de militares metidos a policías que pasan por alto los derechos humanos, de nominaciones a altos puestos de hombres con historial vergonzoso… y la lista sería larga, muy larga.
Entramos a la segunda mitad del sexenio ¿Qué nos espera? ¿ Qué debemos hacer como sociedad?
Exigir y seguir exigiendo que las autoridades cumplan con su cometido; pero al mismo tiempo, diseñar con toda anticipación, es decir empezando ahora, el México que queremos para nosotros y para nuestros hijos y definir las propuestas que, como sociedad, queremos hacer a los candidatos que se postulen para ocupar la Presidencia de la República en el 2018. Los candidatos pueden o no atender nuestras peticiones y, en su caso, incorporarlas a su plan de gobierno. Nosotros tendremos, a la vista de ello, valiosos elementos para definir nuestro voto ¿Responden sus ofertas a nuestras peticiones? ¿Creemos que cumplirán su palabra con la debida eficacia y eficiencia?
Es así como podremos emitir un voto razonado. Un voto que lleve al poder a quien contemple lo mejor para nuestro país, y que nos convenza de que pondrá en práctica lo que propone.
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