Por Raúl Cremoux
Hace muchos años, tantos que no recuerdo la fecha exacta, un joven visiblemente alterado y con preocupaciones que marcaban su rostro, se acercó a la puerta de mi casa para demandar auxilio. Quería, casi exigía que fuera su sinodal en el examen profesional que presentaría tres días más tarde en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. De su morral extrajo un paquete con papeles apenas ordenados y semiencuadernados que formaban su tesis. Argumenté compromisos y citas que me impedirían estar con él cuando lo solicitaba. El estudiante me mostró la foto de un niño de aproximadamente cuatro años: “está muy enfermo… su madre me quiere abandonar si no logro tener el trabajo que solicité y eso está condicionado a que obtenga mi título; por favor ¡ayúdeme profesor!”.
Bien, tomé el manojo de papeles que ayudados por un gigantesco clip, sujetaban las hojas. “Ahí estaré a las siete de la noche el próximo jueves. ¡Anímese!”.
Ya sentado ante la mesa de trabajo, comencé a ver “la tesis profesional”. Era un legajo que consistía en párrafos pésimamente hilvanados que pretendían llegar a elaborar una nueva sociología de la comunicación. Las citas de diversos autores eran incompletas y por aquí y por allá había recortes de periódicos y fotos extraídas de revistas comerciales. No había conclusiones ni se podía saber a dónde quería llegar. Me sentí defraudado y arrepentido de haber aceptado participar en ese examen; sobre todo cuando vi el curriculum que acompañaba el acta que recién había firmado. La carrera que debía hacerse en cinco años, a él le había tomado nueve. Sus calificaciones eran mediocres y el número de materias aprobadas rivalizaba con las que una y otra vez había reprobado.
Llegada la fecha, vi que los pasillos que conducían a la sala de exámenes estaban llenos de hombres y mujeres ajenos por completo al tipo de personas que normalmente poblaban la Facultad. Tenían una actitud festiva y de un lado para otro, el joven que se examinaría iba y venía entre ellos teniendo en brazos al niño que me había dicho estaba muy enfermo. Su esposa, radiante y vestida de gala no dejaba de agradecer mi presencia. Llegue al aula donde ya estaban los otros dos sinodales: el cineasta Manuel Michel y el profesor Henrique González Casanova. Desde que nos vimos, nos dijimos engañados y lo mal que el estudiante la pasaría en el examen. Así fue.
El individuo confirmaba su bajísimo nivel y el desconocimiento de lo que él pretendía dominar. Pedimos a la concurrencia nos dejaran libres para evaluar al examinado. Michel y yo fuimos vehementes: lo reprobaríamos. El profesor González Casanova nos detuvo en seco. No se cansó en decirnos que teníamos razón pero hizo énfasis en esto: “Cuando ese estudiante llegó a la secundaria, ahí debió permanecer; pero no fue así, pasó a la preparatoria y de ahí a la Facultad. Nada le impidió llegar a un examen profesional. Hoy, rodeados de su familia y amigos, el acto no es académico, es social. La falla es de la cadena educativa y así lo debemos asentar en al acta”.
Esa anécdota viene a cuento al ver hoy cuáles son los resultados de la evaluación que se ha hecho con los alumnos que terminan su bachillerato: la mitad sólo puede efectuar operaciones básicas con números enteros. No son capaces de realizar operaciones con fracciones ni porcentajes. Cuatro de cada diez no son capaces de relacionar información explícita en un texto.
Rodolfo Tuirán, subsecretario de Educación Media señaló que “son jóvenes que egresan con ciertas deficiencias y lo más probable es que al ingresar a la educación superior enfrenten problemas de reprobación y en consecuencia de ausentismo y eventualmente hasta de abandono escolar”.
De todos los estudiantes evaluados, sólo 6.4 por ciento obtuvo el nivel más destacado. Y las cifras obtenidas en Planea (Plan Nacional para las Evaluaciones del Aprendizaje) que sustituye a la prueba ENLACE, revelan que los estudiantes con alto nivel de marginación (Guerrero, Chiapas, Michoacán, Oaxaca) son los que tienen más deficiencias.
Si hubiera dudas sobre el daño que ha hecho la CNTE a las poblaciones donde se ha asentado, ahora puede ser visto con claridad en los resultados que ofrecen los educandos quienes incluso en la etapa previa a la educación superior muestran su desdichada incapacidad. Ya de suyo grave la situación, no faltarán los que cursen grados universitarios como el que describí en esa anécdota y lleguen a ser profesionales.
Imaginémoslos como doctores, arquitectos, abogados…
Twitter: @RaulCremoux
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