Por Blanca Heredia
En tiempos recientes, la rendición de cuentas ha pasado a ser vista, a nivel internacional, como ‘la palanca’ más importante para mejorar los resultados educativos. Esta visión descansa en la idea de que contar con información regular y confiable sobre el desempeño de las escuelas, constituye probablemente la herramienta más poderosa y costo-efectiva para alinear los incentivos de los muy diversos y numerosos actores que participan en la actividad educativa, en favor de mejores resultados en las aulas.
La evaluación de los alumnos es la forma más antigua de rendición de cuentas en materia educativa. Durante siglos y en muchos países hasta el día de hoy, las evaluaciones más importantes del logro de los alumnos han sido las pruebas diseñadas y/o administradas por sus maestros al interior de los planteles.
La dificultad para comparar los resultados de estas pruebas, aunado al interés de algunos gobiernos –en especial durante la segunda mitad del siglo XX– por conocer qué tanto se estaba cumpliendo con el currículo oficial y/o cuál era el nivel de los aprendizajes del conjunto de los alumnos de sus regiones o países, impulsaron el diseño de pruebas estandarizadas, comunes para todos los estudiantes de un mismo grado escolar.
Más adelante y en mucho derivado de estrecheces presupuestales y de la necesidad de aumentar la eficiencia del (normalmente muy cuantioso) gasto educativo, los gobiernos de los países desarrollados buscaron medios para ubicar sus resultados educativos en un contexto comparativo más amplio.
De ese interés surgieron las pruebas de logro estandarizadas de aplicación internacional, tales como TIMSS y PIRLS, y en el 2000, la reina de todas ellas: PISA, desarrollada por la OCDE.
A diferencia de las calificaciones escolares, mismas que tienen numerosos efectos fuertes, entre los que destacan la posibilidad del alumno de pasar al siguiente grado escolar, los resultados de muchas de las pruebas estandarizadas nacionales e internacionales no tienen consecuencias decisivas sobre la vida de los estudiantes ni de los planteles. Básicamente, pues su intención fundamental es la de aportarle a los responsables del sistema educativo un diagnóstico sobre el estado y la evolución de los aprendizajes de los estudiantes para (idealmente) servirles de guía para mejorar/afinar la política educativa.
Existen, con todo, en diversos países del mundo exámenes estandarizados que, adicionalmente a ofrecer diagnósticos globales sobre los aprendizajes de los alumnos, sí tienen consecuencias fuertes para ellos. Destacan las pruebas centralizadas y obligatorias de salida para todos los alumnos que concluyen un determinado ciclo escolar, siendo el más frecuente a nivel internacional el de la educación media superior.
Los exámenes estandarizados de salida del bachillerato operan y determinan el acceso de los alumnos a la educación superior en muchos países europeos, así como en muchos países del noreste de Asia. El tema importa, pues existen numerosos estudios que muestran que aquellos países y regiones que cuentan con pruebas centralizadas de egreso del bachillerato consiguen resultados educativos y laborales para sus alumnos y sus egresados muy positivos y mucho mejores que aquellos que no cuentan con éstas. Diversos especialistas han encontrado, por ejemplo, que, controlando por una infinidad de variables, los países con pruebas centralizadas de egreso del bachillerato obtienen mejores resultados en la prueba PISA. Aún más importante, en un estudio reciente, Woessner (uno de los expertos más importantes en educación a nivel global) encontró que los resultados educativos en las entidades federativas alemanas que tienen ese tipo de pruebas presentan mucho mejores resultados que aquellas que no las tienen en dos áreas nodales.
Primero, en el acceso a empleos con mejores salarios entre los egresados de bachillerato, en especial los menos aventajados académicamente, aquellos que se incorporan al mercado laboral inmediatamente después de concluir el bachillerato y las mujeres.
Segundo, en niveles de desempleo significativamente menores para los graduados de bachillerato en entidades con pruebas de egreso centralizadas vis a vis aquellas sin ese tipo de exámenes.
Dados estos hallazgos y muchos otros similares en lo que hace a la asociación fuerte entre exámenes centralizados de salida del bachillerato y buenos resultados educativos y laborales, considero que ya va siendo hora de incluir este asunto en la agenda de discusión sobre política educativa en México. Urge hacerlo, aunque sepamos que los obstáculos –fundamentalmente políticos– para lograr su implantación sean formidables, pues el introducirlos pudiera contribuir a abrirles horizontes a millones de jóvenes hoy, básicamente, a la deriva.
Twitter:@BlancaHerediaR
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