Por Raymundo Riva Palacio
El 15 de mayo en la ceremonia del Día del Maestro, el presidente Enrique Peña Nieto notó que todos los subsecretarios de Educación eran nuevos. A mí no me gusta cambiar, le dijo el presidente al secretario Emilio Chuayffet. Su aversión a los cambios es conocida desde el Estado de México, y explica por qué pese a los problemas de imagen y las deficiencias de algunos de sus colaboradores, ha mantenido el mismo equipo desde el arranque de la administración. Pensaba hacer un primer ajuste pasadas las elecciones, y el jefe de Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, revisó todo este tiempo los perfiles de los posibles nuevos integrantes del gabinete.
El nuevo equipo respondería a la previsión en Los Pinos de ganar la mayoría en el Congreso. Aunque eso sucedió y los resultados fueron un revés para el PRI –perdieron dos millones de votos en la peor elección intermedia de su historia y dejaron de gobernar a diez millones de mexicanos–, Nuño le dijo a Peña Nieto que había sido un referéndum de sus reformas. El presidente lo creyó. Los planes, sin embargo, se alteraron por las derrotas en Querétaro y Nuevo León, que provocaron que la embajada de México en Washington saliera de la ecuación electoral y se adelantara el nombramiento.
Una nueva externalidad modificó aún más los planes originales: la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán. La evasión del criminal golpeó el corazón del gabinete. El escape aceleró la especulación de los cambios en el gobierno y despertó la imaginación de muchos, incluso en el entorno cercano del presidente. Uno de ellos le preguntó al presidente a quién pensaba nombrar al frente de la Secretaría de Gobernación. El presidente, de acuerdo con quienes conocen de ese diálogo, respondió que quién decía que iba a cambiar a Miguel Ángel Osorio Chong. El secretario de Gobernación, les quedó claro en ese momento, no sería relevado del cargo. El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, lo sabían mucho antes, tampoco. La pregunta que se hacen en los pasillos de poder es que si los cambios que piensan se darán a conocer esta semana, no toca a los dos pilares del presidente, ¿para qué entonces cambiar?
Un cambio de gabinete se da por varias razones, pero en todos los casos es para fortalecer al presidente. Puede ser como un ajuste por razones electorales –como hizo Peña Nieto cuando era gobernador en el Estado de México–, por agotamiento del equipo –que en un sexenio como el mexicano se da cada dos o tres años–, por necesidades estratégicas –como preparar la sucesión presidencial, a dos años de la elección, aproximadamente–, o porque las cosas no han funcionado. Si estas fueran las categorías, en el último rubro podrían entrar Osorio Chong y Videgaray.
La seguridad no funcionó, no sólo porque las cifras del gobierno discrepan con las de las organizaciones que monitorean la violencia, sino porque el ofrecimiento de restaurar la normalidad y la paz en 100 días quedó como una ocurrencia ante un país incendiado. La economía se atoró con la reforma fiscal y la contención del gasto público, a lo que se sumó la guerra de los petroprecios, las tasas de interés en Estados Unidos y la desaceleración de la economía china, que han ensombrecido aún más el futuro mediato.
Las condiciones exigen un cambio en esos dos cargos para oxigenar al gobierno y darle nuevos espacios al presidente en la segunda parte de su gobierno. Sin embargo, eso no va a suceder porque el presidente, por diseño de origen, cimentó en esos dos pilares su administración. Osorio Chong y Videgaray funcionan como los vicepresidentes españoles, uno político y otro económico. La proclividad de Peña Nieto a delegar responsabilidades lo convirtió no sólo en un rehén de ellos, sino de su jefe de Oficina, Nuño, quien tiene su oído. Deshacerse de Osorio Chong y Videgaray metería al presidente, además, en un problema táctico, al deshacerse de los que hasta representan sus dos cartas más públicas para sucederlo en Los Pinos. El presidente no puede prescindir de ellos hasta que sienta que son fusibles quemados o construya opciones para 2018.
Cambiarlos en el próximo ajuste de gobierno, no parece estar en su ánimo. Si uno observa sus discursos y las acciones presidenciales, podría uno argumentar que debe creer en lo general que las cosas van por buen camino, y que el tropiezo de El Chapo y la consecuente caída en la aprobación de su gestión, se atajan con la designación de Manlio Fabio Beltrones al frente del PRI. Como el presidente no lee la prensa, la información que recibe se la dan Nuño, Videgaray y Osorio Chong. La información con la que toma decisiones proviene de ellos tres, que le dicen lo que quieren que oiga y diga.
Quienes critican, lo ha dicho el presidente –que repite el discurso de Nuño–, pertenecen a los grupos que vieron afectados sus intereses, o son parte de la gradería de la República de las Opiniones. Por tanto, lo que piensen, no es tomado en cuenta para las decisiones. Bajo esa línea de argumentación, si las cosas son como murmuran en los pasillos del poder, esta semana habrá el primer ajuste en el gobierno, pero Osorio Chong y Videgaray se quedarán en sus cargos. El destino de Nuño es el misterio del paquete, del que se hablará en otro texto.
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