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miércoles, 4 de febrero de 2015

Deslindes


Frivolidad y Demagogia Rigen a la Clase Política

La frivolidad y la demagogia alucinan, poseen y dictan el guión de la clase política siempre que vienen como ahora los tiempos electorales o, para ser exactos, las farsas de las elecciones con que, al amparo del habitual cinismo, sus partidos repiten la dosis de imponerse con engaños y desaseos a los intereses y a la voluntad de la sociedad, con el afrentoso aval de instituciones dizque independientes donde todos saben escasea la credibilidad.

En la crisis y decadencia de la partidocracia y sus ilustres políticos de ocasión, atizan más la hoguera del descontento, a todo vapor, la corrupción y la impunidad y su desprecio por la gente y sus necesidades, sobre todo cuando, cegados por la codicia y el egoísmo, corren en grupos de notables en pos de alcaldías y curules que les darán, al arrimarse al erario, manga ancha para aumentar sus riquezas insanas o, decíamos ayer, ponerse a salvo (junto con el botín) del ocioso brazo de la justicia, con el manto del fuero encubridor.

Llegó con este incierto año 2015 la hora estelar de mentir una vez más, como también de despilfarrar multimillonarios recursos públicos tanto por el Instituto Nacional Electoral como por la clase política, con el odioso momento de echar de nueva cuenta las campanas al vuelo por radio, televisión y espectaculares con la oferta política equiparable a un basurero de falsedades, promesas añosas, quimeras recicladas y verborrea aberrante, ofensiva y deshonesta, a través de 18 millones de spots que, por su inmoral contenido para un pueblo acorralado por la miseria, la violencia y la injusticia, deberían avergonzar a los protagonistas y a los autores de esos guiones elaborados por politiquillos y publicistas faltos de ética y cómplices del circo electorero.

Sobresale entre las barbaridades del corrupto y antidemocrático sistema político mexicano, el escandaloso dispendio de recursos para los comicios de junio próximo: sólo el gasto operativo del Instituto Nacional Electoral, sustituto del hacedor de fraudes denominado IFE, ascenderá a la obscena cantidad de 13,216 millones de pesos, incluyendo los morbosos sueldos de los consejeros, por encima de los 200 mil pesos mensuales per cápita, mientras los partidos se llevarán una jugosa tajada de 5,355 millones de pesos para sus campañas y, sin embargo, buena parte irá a parar a los deshonestos bolsillos de sus jerarcas. Suman 18,572 millones de pesos de gastos por la democracia nada más este 2015 en tiempos de crisis económica, miseria, hambre, desempleo, recorte del gasto público, etcétera.

Ningún país, aun ni entre los más ricos del mundo, dilapida con cínica alegría tanto dinero público como el empobrecido México en sus ensayos democráticos, ni convierte los procesos electorales en modus vivendi de grupúsculos que mantienen en rehén a los partidos para saciarse con los dineros del contribuyente vía desvíos de prerrogativas y otras lindezas con que, tiempo ha, el aparato burocrático electorero disfraza el tráfico de los presupuestos, confiados todos en que embaucan a la sociedad con su envejecido truco del atole con el dedo. Este es el abyecto precio de la simulación de la democracia.

Estos días la radio y la televisión saturan sus espacios con los mensajes políticos de los distintos partidos, con sus ofertas de dotar a los mexicanos de un país maravilloso, con riquezas al por mayor justo para todos, un día después de sus tomas de posesión con la magia de sus varitas de Merlín, como remembranza de la promesa-sueño en el tenebroso salinato de colocar a México en el primer mundo. Nada de sustancia figura entre sus dislates oportunistas con que intentan ganar la empatía y el voto de los electores: ni siquiera han variado los tonos y contenidos, ni traen una pizca de originalidad para volver a burlarse de la bondad y la paciencia de los que todavía votan.

Es de llamar la atención que los partidos ignoran en sus spots y mensajes en busca de votos, temas cruciales como la enraizada corrupción en el sistema político mexicano, excepción hecha del despistado y novato legislador Ricardo Anaya, pastor de la diputación del Partido Acción Nacional, quien en su publicidad sale a cuadro con un llamado a enjuiciar a los corruptos, pero dudamos que su ingenuidad ignore que los sexenios de Fox y de Calderón sembraron una nueva escuela de la corrupción y la impunidad comenzando por familiares y amigos de ambos ex que robaron a manos llenas.

Alcanzados sin remedio, pero con gusto, por los tentáculos del poder corruptor, las cúpulas de los partidos de oposición de mentiras, en especial del PAN y PRD, miran a distancia, de lejecitos, sin decir nada y menos enjuiciar, los ruidosos destapes de indicios de corruptelas en torno a los gobernantes descubiertas con las denuncias periodísticas de tráfico de influencias, asignaciones de contratos de obra de rala transparencia, beneficiarios de créditos inmobiliarios de mansiones de lujo y, en síntesis, sospechas de corrupción de los señores Peña Nieto y su esposa y Luis Videgaray, como si ventilarlos en su propaganda electoral el fuego pudiera alcanzarlos por igual y revertírseles una temeraria acusación contra sus pares en el extinto y consentidor Pacto por México, por donde se cocinaron muchas cosas poco claras e inéditas hasta el día de hoy.

Por más que la transparencia figuró en elecciones pasadas como lema de campaña de ciertos candidatos, al momento no se rinden cuentas convincentes y limpias de los destinos de los cuantiosos recursos asignados a los partidos, algunos de los cuales no han dejado de usar facturas apócrifas o infladas para comprobar gastos y evadir que les esculquen sus patrimonios y hallen los desvíos vueltos mansiones o terrenos. Cuando mal les ha ido a los corruptos, se les despachan con una cálida amonestación o el pago de una multa simbólica porque – dirían los clásicos – entre gitanos no se lee la mano.

Tocará al ciudadano común, al legitimador del reparto del pastel entre las mafias partidistas con la inocencia de su voto, elucidar por enésima vez si conviene a sus intereses y los de la nación seguir el triste papel de convalidarlos, o ausentarse de las urnas para dejarles la llaneza del camino para que consoliden sus cotos de poder, o de sumar voluntades, integrarse en objetivos y hacer respetar sus decisiones poniendo un alto a la dictadura de los partidos por el camino de exigir y lograr un cambio real con el consenso de todos los protagonistas, votados y votantes.

A propósito viene con cierta fuerza la estrategia de ciertos luchadores por la democracia, la transparencia y la legalidad, proclives a boicotear el voto en las elecciones de junio, con la creencia basada en análisis superficiales de que así dañarán a las mafias empoderadas en los partidos. Por experiencia se sabe que una abstención en México, natural o calculada, siempre beneficia a los partidos y sus caciques: entre sus planillas se reparten los sufragios según sus porcentajes habituales después de haber abultado de común acuerdo el voto global en la proporción que a cada cual le corresponda, para matizar o desechar de plumazo el abstencionismo.

Convendría al protagonismo volver los ojos a la Atenas clásica de Pericles que llevó a los atenienses a conquistar los derechos de elegir una forma democrática de gobierno, concedió a cada ciudadano el derecho de escoger a sus gobernantes, de votar personalmente sobre cuestiones de política nacional y hasta de turnarse en el ejercicio altos cargos públicos, según cuenta la monumental Historia de la Filosofía Griega, del historiador inglés W.K.C. Guthrie.

Bajo esta perspectiva con el voto de compromiso y condición podría rescatarse la simulada o diminuta democracia actual, parecida a la de la Grecia después de la muerte de Sócrates, de las manos de la frivolidad y la demagogia.

armandosepulvedai@yahoo.com.mx

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