Por Armando Sepúlveda Ibarra
Premio Nacional de Periodismo y ex director de Excélsior
México, DF.- panorama del país es crítico en todos los aspectos. Pocos, muy poquitos mexicanos consideran que exista democracia; a nadie engañan con asegurar que hay menos violencia y asesinatos ni con amordazar a la prensa alineada al nuevo PRI para que matice el fuego y la sangre y, con relación a la economía, el propio gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, pintó a los legisladores panistas, en reunión privada, un negro futuro económico (¿todavía peor?) que sirve a la vez para taparle la boca a quienes desde la Secretaría de Hacienda y otras instancias oficialistas auguran tiempos mejores y casi divisan con su fértil imaginación la bonanza de las masas. Don Catarrito (léase Carstens) atribuye todo lo malo a los errores de la política económica y hacendaria, como retener el gasto público y aumentar los impuestos.
El penoso encargo a los diplomáticos es parte de un decálogo elaborado por la Presidencia de la República para difundirlo en el extranjero con el título de Marca país. Deben gritar a los cuatro vientos, para que se escuche y, lo más difícil, convenza a los dueños del dinero, que México es “una nación con democracia estable”, “comprometida con el libre comercio”, con “diez reformas de gran calado” y, díganlo, por favor, “la violencia se ha reducido”.
Los sucios procesos electorales de 2006 y 2012 y la servidumbre de los consejeros del Instituto Federal Electoral a los tenedores del poder para convalidarles fraudes, componendas y escandalosas compras de votos, atestiguan y prueban ante la opinión pública mundial la democracia estable, sólo creíble para los beneficiarios de esos atracos con que usurpan puestos de elección popular. Entre las porquerías avaladas por el IFE, su última hazaña hace unos días, como para despedirse con el broche de oro de la deshonestidad, fue la de exculpar al PRI de la acusación documentada de que con tarjetas de la tienda Soriana compró votos en los pasados comicios presidenciales. A punto estuvo su proverbial cinismo de ofrecerle disculpas a los nuevos priístas por haber dudado de la nobleza de sus cabecillas.
Como al señor Peña Nieto en Davos, Suiza, a los diplomáticos también podrían restregarles en sus carotas de palo que la violencia en el país bajó sólo en los periódicos, en reciprocidad a la alianza de intereses ajenos al servicio público y a la ética del periodismo. Una muestra apenas exhibida por organismos de la sociedad es la estadística sobre los secuestros: durante 2013 la cifra de denuncias se disparó a más de tres mil casos, la más alta en los últimos 17 años, a reserva de que el dato real revela que de cada diez plagios la autoridad conoce nada más de tres.
¿Qué contestarán los atildados embajadores y cónsules, con su escaso argumento más allá del imaginario y su rollo habitual, cuando les reviren que, como en el viejo Oeste, sectores de la sociedad han tomado las armas en regiones de Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, México y otros estados, para hacerse justicia por su propia mano, ante la ausencia o complicidad del gobierno, como en los pueblos sin ley ni orden? ¿Irán dispuestos a oír otras réplicas contundentes como que les digan ante sus caras de sorpresa que las extorsiones a los empresarios también crecieron, que la delincuencia no ha dejado de decapitar personas todos los días, de descuartizar y desaparecer a otras, que las policías se han hermanado con el crimen organizado y a nadie les inspiran confianza, que la autoridad viola cada vez más los derechos humanos y ha retomado la tortura y la desaparición de individuos como táctica, o que las manifestaciones contra el gobierno han vuelto a reprimirse y a etiquetarles delitos como en las nefastas épocas de la dictadura perfecta? ¿Cómo contestarán a los extranjeros cuando les recuerden que México es uno de los países con más corrupción en sus tres niveles de gobierno, con politiquillos que de la noche a la mañana se enriquecen con robos al erario y extorsiones a contribuyentes?
Quién sabe cómo podrán defenderse los incomprendidos diplomáticos mexicanos, sabios para hablar mucho y no decir nada entre un brindis y otro hasta el fondo, en el momento en que algún curioso extranjero adinerado potencial inversionista en México les pregunte “¿por qué, su excelencia, su democracia estable tiene a 80.7 por ciento de la población, es decir más de noventa millones de mexicanos, en condición de pobre o vulnerable a la pobreza?”. A lo mejor allá sabrán la estadística del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) que, en su Informe 2012, revela que 11.7 millones de compatriotas padecen pobreza extrema y 84.3 millones viven con al menos una carencia en materia de salud, seguridad social, educación, calidad de vivienda, servicios básicos o alimentación.
Apostarían a que ignoran que México, después de Chile, es el país con más desigualdad de los miembros de la OCDE, con el detalle de que el diez por ciento de los más ricos tiene ingresos 26 veces mayores que los del diez por ciento más pobre. Mas la diplomacia tiene un as bajo la manga: puede contarles, para convencerlos de que vengan a invertir su ahorritos, que México produce millonarios como pan caliente y sólo en 2014 los aumentará en diez mil para alcanzar la envidiable suma de 155 mil millonarios, de acuerdo con Forbes. ¿Cómo no deslizar a los oídos de los inversionistas extranjeros, para que sus corazoncitos palpiten como si tuvieran una codiciosa arritmia, que las quince personas más ricas de México poseían el año pasado 148 mil millones de dólares, para que sepan que la democracia estable no es sólo una máquina para fabricar pobres y hambrientos?
Nuestra democracia estable o farsa de la partidocracia corrupta tiene ciertas semejanzas con las formas electorales más cínicas del Imperio Romano. Por ejemplo, el emperador Julio César designaba a sus candidatos a magistrados por medio de circulares dirigidos a las tribus con esta breve anotación: “César, dictador, a tal tribu. Os recomiendo a tal persona y a tal otra, para que obtenga su cargo con vuestro voto”, según lo relata el historiador Suetonio en su clásico Vida de los Doce Césares.
Mas han de saber los diplomáticos mexicanos que ni la erudita y fantástica pluma de Borges, ni la de intriga y suspenso de uno de sus maestros, Edgar Allan Poe, con todos sus recursos para la trama y el estilo, se confesarían aptas para urdir un cuento creíble sobre la democracia estable en México, a menos por hoy.
armandosepulvedai@yahoo.com.mx
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martes, 4 de febrero de 2014
Deslindes
El Cuento de la Democracia Estable
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febrero 04, 2014
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