Por Armando Sepúlveda Ibarra
Como en la comedia Fuenteovejuna de Lope de Vega, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, ya atrajo la crítica y el tajante rechazo de pobres, clases medias, ricos y hasta multimillonarios de Forbes, así como de los legisladores conscientes, a su intentona de afectar a muchos y proteger a pocos con insensibles alzas y aumentos a los impuestos para que el gobierno disponga de más ingresos para gastarlos (e incluso despilfarrarlos) a su antojo.
Incapaces de idearse otros caminos menos lesivos para un pueblo que ha soportado la pesadilla del neoliberalismo depredador en los últimos treinta años, los tecnócratas de las finanzas capitaneados ahora por la novatez del señor Videgaray amenazan a los mexicanos con arrasarlos con más gravámenes mientras asoma o ya está aquí la recesión, en una fatal medida que, si los rebaños camarales la avalan, desplomará más a la vapuleada economía nacional.
El consejo de quienes sí saben solicita un poco de reflexión y sensatez al señor Videgaray y su equipo de neoliberales para que eviten, en las difícil circunstancia actual, incrementos en impuestos o crear nuevos, si desean crecer al mediocre 1.7 por ciento anual, contener más caídas del proyectado PIB y dejar al país así como está hoy: al borde del abismo donde su falta de pericia lo ha postrado. Quizá ni alcancemos el uno por ciento. Sobre la sociedad pende la guillotina de alzas en el Impuesto sobre la Renta, gravar el ciento por ciento las prestaciones de los trabajadores, atacar con el Impuesto al Valor Agregado a las colegiaturas, a la venta-compra y las hipotecas de bienes inmuebles, a los alimentos para mascotas y a los refrescos y homologar el IVA en la frontera y otras asechanzas impositivas más.
Nunca antes un secretario de Hacienda como el señor Videgaray había concentrado, como un gigantesco imán de negatividad, tantos golpes bajos y críticas abiertas y públicas de todos los sectores productivos y de las distintas corrientes políticas, hasta de su propio partido el nuevo PRI, en sólo diez meses al frente de las finanzas del país, menos aún de un personaje como este ilustre egresado del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) que goza de la cercanía y la confianza del señor Peña Nieto y de la envidia de los demás mortales que acarician la esperanza de saberse algún día cerca del limbo del mandamás.
La esperada reforma fiscal del señor Videgaray resultó un fiasco también para quienes más ansiaban que la dieran a conocer y pensaban iba a beneficiarles, como los representantes de los organismos empresariales que suponían que la Secretaría de Hacienda sometería, por fin, al comercio informal por donde ingresarían cientos de miles de millones de pesos en contribuciones. Ni de chiste sospecharon que el gobierno estrangularía más a los causantes cautivos y mucho menos creyeron que atacaría más a la economía cuando los expertos sostienen que sería suicida para la estabilidad aumentar los impuestos y crear otros mientras vamos cayendo a toda velocidad en la recesión, aunque aquel tecnócrata lo niegue.
Si el señor Videgaray se empeña en imponer esos gravámenes, sólo para abultar la bolsa del gobierno y destinar buena parte al creciente gasto corriente, los empresarios del país se verán imposibilitados para crear empleos y, para ser exactos, se verán forzados a despedir a trabajadores e incluso a reducirles prestaciones para continuar activos. ¿Por qué no desmantela buena parte de las ineficientes 300 subsecretarías y los más de 800 mandos superiores para bajar la nómina del gobierno – como calculan algunos especialistas -- hasta en treinta por ciento con el cese de esas altas burocracias parasitarias? Sólo entre 2006 y 2010 el gasto corriente creció 307 mil millones de pesos.
Tampoco ha sido del agrado de nadie la ambición del señor Videgaray de pretender, como mago de las finanzas, hacerse de mayores ingresos con sólo aplicar el Impuesto al Valor Agregado a las operaciones de venta-compra de casas, con que dispararía más los precios de esos inmuebles, o asestarle un golpe demoledor a las clases medias con su descabellada idea de gravar las colegiaturas.
Alumno de Pedro Aspe Armella, el neoliberal secretario de Hacienda del tenebroso sexenio de Carlos Salinas y responsable del desplome de la economía en diciembre de 1994 que el salinato atribuyó al error de diciembre para salvar una imagen ya deteriorada por todos los sucesos desde su fraude electoral de 1988, Videgaray tiene una imaginación distorsionada sobre la capacidad de compra:
Por ejemplo, dice el señor Videgaray en su mamotreto bautizado como reforma fiscal que los mexicanos, si tienen en sus casas animalitos entre los cuales cita a los perros, entonces poseen suficientes recursos como para cubrir un nuevo impuesto a los alimentos para esas mascotas.
Después de todo el señor Videgaray, en vez de doctorarse en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Estados Unidos, hubiera ido más cerca para volverse genio de las finanzas a asesorarse de un antiguo proyecto de la Secretaría de Hacienda elaborado en lo oscurito al principio del desgobierno de José López Portillo, por el cual quería cobrar impuestos por las ventanas de las casas de los mexicanos que daban a la calle y por cada perro con dueño.
Qué le costaba al señor Videgaray sacar a los amigos del nuevo PRI (como también lo fueron del nuevo PAN de Fox y Calderón), los mexicanos de la lista de Forbes, del régimen especial de consolidación tributaria que les facilita evadir al fisco el pago de más de 500 mil millones de pesos anuales en impuestos. O bajar los onerosos sueldos de la alta e inepta burocracia y desaparecer mandos que sólo sirven para conservar en el presupuesto al cuatismo. O emprende una cruzada contra la asquerosa corrupción en los gobiernos federal, estatal y municipal, donde las investigaciones de especialistas resumen que los burócratas de cierto rango hacia arriba roban en las arcas y extorsionan por fuera a contribuyentes y, para muestra, citan en los primeros lugares al Distrito Federal y el estado de México.
O como rezaba una pancarta que la senadora del Movimiento Ciudadano, Layda Sansores, tomó prestada de una manifestante contra el Secretario de Hacienda y la desplegó ante los azorados ojos de Videgaray el jueves en su comparecencia en el Senado con esta frase que “sintetiza la sabiduría popular”:
“¡No se hagan pendejos! No necesitan tantas reformas. Lo único que necesitamos es …¡Dejen de robar!”
armandosepulveda@cablevision.net.mx
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miércoles, 2 de octubre de 2013
Deslindes
¿Impuestos? Mejor dejen de Robar”
Por
elmexiquensehoy
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octubre 02, 2013
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