Una parte de su formación hace diferente a AMLO: su obstinación en la búsqueda del poder y la convicción cuasi mesiánica de ser la persona destinada a transformar a México.
Como López Obrador no hay dos, hemos comentado en diversas
ocasiones.
Y creo que a esta afirmación se le puede agregar el
adverbio: afortunadamente.
Esto tiene un significado para el futuro del país después
del 2024 pues, aunque Morena volviera a ganar la presidencia de la República en
las próximas elecciones presidenciales, lo más probable es que el próximo
sexenio fuera muy diferente.
Si comparamos, la historia, formación, estilo personal del
presidente, así como el entorno en el que llegó al poder y lo comparamos con
las características de los aspirantes de Morena, las llamadas
“corcholatas”, vemos grandes diferencias.
En muchas ocasiones se ha subrayado el origen priista de
López Obrador. A mi parecer eso resulta poco relevante planteado de forma tan
genérica.
Lo más importante en su formación e ideología es que se
forjó políticamente en la izquierda de los años 70s y 80s. En ese entonces, esa
izquierda también estaba presente en diversos grupos priistas que se
caracterizaban como “nacionalistas revolucionarios”.
Se gestó una visión profundamente estatista. Se asumía
que el Estado debía ser el gran rector de la vida pública y en el caso de
México, ese hecho pasaba por el fortalecimiento de las grandes industrias
que mantenía en sus manos el gobierno: la industria petrolera y la eléctrica,
es decir, Pemex y la CFE.
Fue un tiempo en el que, en competencia con los llamados
“nacionalistas revolucionarios”, al interior del PRI fue creciendo la
corriente que algunos denominaron como “neoliberal”, pero que en realidad
era más bien tecnocrática, con personajes que se habían hecho posgrados en
universidades extranjeras.
José López Portillo, en alguna entrevista en sus tiempos de
expresidente, se catalogó como el último presidente de “revolución mexicana”.
La generación que llegó al poder con Carlos Salinas de
Gortari, tenía ya otra formación y otras visiones.
Fue significativo también que, como resultado del proceso de
selección del candidato priista entonces, en 1987, se diera la gran
escisión del PRI expresada en la llamada “Corriente Democrática” que
encabezaban Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros.
López Obrador se inscribió en ese proceso como joven
dirigente regional y a partir de un polémico activismo en Tabasco se convirtió
en figura nacional del nuevo partido, el PRD.
Buena parte de sus impulsos políticos que se han expresado
en las políticas de la actual administración provienen de esa raíz.
Pero hay otra parte de su formación que lo hace diferente.
Su obstinación en la búsqueda del poder, así como la
convicción cuasi mesiánica de ser la persona destinada a transformar a México.
Su largo camino, como aspirante a la gubernatura de Tabasco,
luego dirigente nacional del PRD y Jefe de Gobierno de la Ciudad de México,
expresó esa determinación.
Algunos recuerdan la negociación política que hubo para
aceptarlo como candidato a la Jefatura de Gobierno cuando no cumplía el
requisito de tener domiciliada su credencial de elector en la Ciudad de
México, con el plazo exigido.
Su paso por el gobierno capitalino y luego su fiera
determinación para ser candidato presidencial en 2006, ayudado por el intento
de descarrilarlo por parte del gobierno de Fox, le habrían dado el triunfo de
no haber equivocado la estrategia y haber ahuyentado a sectores medios que lo
hubieran respaldado.
La llamada ´presidencia legítima’ y el desconocimiento de
los resultados electorales de aquel año, el plantón en el Zócalo y Reforma, lo
pintan de cuerpo entero.
Ninguno de los aspirantes morenistas tiene ni
remotamente una trayectoria que se parezca a la de AMLO.
Tanto Marcelo Ebrard como Claudia Sheinbaum son políticos
que nunca estuvieron cerca de la tradición izquierdista del PRI.
Ebrard ascendió en el poder público junto con el
grupo de Salinas y al amparo de Manuel Camacho.
Sheinbaum proviene del activismo universitario.
Solo Monreal tiene algunos lazos con esa visión,
pero ya los ha dejado muy distantes en su compleja trayectoria política.
Adán Augusto López es un político hecho también en
el PRI tabasqueño, estado para el que fue nombrado gobernador interino como
militante priista en el 2001. Sin embargo, pronto siguió a López Obrador al PRD
de quien luego obtuvo respaldo para contender por la candidatura ya bajo la
bandera de Morena.
Quizás lo más significativo del secretario de Gobernación
es su cercanía y lealtad al presidente. Pero dista de su formación,
visión y de la fuerza de López Obrador.
Además de las diferencias de perfil y formación, aún en el
supuesto de que alguno de estos aspirantes se convirtiera en presidente o
presidenta de la República en 2024, lo más probable -de acuerdo con las
tendencias actuales- es que tuvieran un menor porcentaje de votos que
el obtenido por López Obrador y no hay certeza incluso de que obtuvieran una
mayoría absoluta en las cámaras del Congreso y menos aún mayorías calificadas.
Es decir, tendrían más restricciones para gobernar que las
que ha tenido López Obrador.
La duda legítima que surge es: ¿qué haría AMLO como
expresidente si su sucesor o sucesora toma decisiones que él cree que no
garantizan la continuidad de su proyecto?
Por años ha dicho que él se retirará de la política y se irá
a su rancho de Palenque.
Pero, recuerde que por años dijo, cuando era Jefe de
Gobierno del DF, “que lo dieran por muerto”.
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