Enrique Quintana
Tras los resultados de las elecciones que se llevaron a cabo
en seis estados hace un par de semanas, tanto el presidente López Obrador como
los dirigentes de Morena han generalizado la idea de la inevitabilidad del
triunfo de su partido en el 2024.
Al presidente se le ha visto incluso de buen humor,
bromeando en las mañaneras y cuestionando a los que atacan a Alejandro Moreno.
El líder morenista, Mario Delgado, igualmente ha ironizado,
respaldando al presidente del PRI, Alejandro Moreno con su hagtash,
#FuerzaAlito.
El hecho de que pueda crearse esta percepción es relevante
para los procesos políticos que vienen.
La creencia de que un partido o un candidato van a
ganar inevitablemente una elección puede conducir a que algunos votantes
dubitativos se inclinen por quien consideran que va a ser el ganador.
O bien, también pueden llevar a que votantes opositores
se abstengan de participar ante la impresión de que los resultados ya
están definidos de antemano.
Incluso, entre comentaristas y analistas, después del evento
de hace una semana en Toluca, se pondera la existencia de tres precandidatos
fuertes por parte de Morena, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán
Augusto López, mientras que en la oposición ni siquiera ha resuelto si van a
contender como un frente y quiénes formarán parte de él.
No cabe duda que Morena tiene ventajas claras en este
momento.
En la encuesta más reciente realizada por El Financiero,
la intención de voto por el partido en el poder es de 41 por ciento mientras
que sus más cercanos contrincantes, el PRI y el PAN, están en niveles
de 17 y 18 por ciento, es decir más de 20 puntos por abajo.
Efectivamente, Morena tiene en este momento una gran
ventaja.
Sin embargo, los procesos electorales recientes muestran que
durante las campañas electorales, puede modificarse con relativa rapidez
la intención de voto.
Simplemente hay que recordar que, a mitad del 2017, López
Obrador contaba apenas con alrededor del 30 por ciento de la preferencia en los
diversos escenarios que se construían.
Durante la campaña logró acumular más de 20 puntos
adicionales.
Algunos señalan que el hecho de que la oposición no tenga en
este momento candidatos implica que ya no tendrá tiempo de construirlos.
En este mismo espacio le he comentado que en las tres
ocasiones en que ha triunfado un candidato opositor a la presidencia de la
República, (Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y López Obrador) sus candidaturas
se construyeron desde años atrás.
En efecto, si hubiera un candidato opositor con un amplio
respaldo que ya estuviera de facto haciendo campaña en este momento sería más
factible que pudiera derrotar a morena.
Sin embargo, tanto experiencias en México como en otros
países muestran que en el entorno social actual es relativamente fácil
construir un candidato en pocos meses, siempre y cuando tenga la capacidad para
atraer al electorado.
En tiempos de información inmediata y de redes sociales, es
factible que un desconocido se convierta en alguien que está en boca de todos
en poco tiempo.
Es decir, la dificultad principal no estriba en el tiempo
sino en el hecho de que no hay quien en este momento convoque el respaldo de
toda la oposición.
Ante ese hecho, quizás la única fórmula que una eventual
alianza opositora tiene para definir a quien la vaya a abanderar es mediante la
definición del método de selección de su candidato presidencial.
Podrían ser una especie de elección primaria entre
varios de los aspirantes o bien podría ser, como supuestamente lo hace
Morena, a través de encuestas de reconocimiento e intención de voto.
Si la oposición logra detonar este proceso en el curso de
los siguientes meses, creo que estaríamos muy lejos de la inevitabilidad del
triunfo de Morena.
El problema es que mientras los liderazgos del PAN y
del PRI no tengan la fuerza y la legitimidad que se requiere,
probablemente vayan a ocuparse más en defenderse de los cuestionamientos que
les hacen que en avanzar en la construcción de esa opción para los electores.
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