El benemérito de las Américas, Benito Juárez, es una figura representativa de
la segunda mitad del siglo XlX. Todos lo conocemos por nuestras clases de
historia desde la primaria, en las que nos muestran el lado liberal y
patriótico de Juárez, y que nos lo muestran cómo el héroe mexicano que
estableció la nación mexicana después del periodo de transición a partir de la
independencia del imperio español, separando al estado de la iglesia, creó las
Leyes de Reforma, manteniendo el estado ante la invasión francesa y
sobreviviendo al segundo imperio –el de Maximiliano-. Esto hace de Benito
Juárez un héroe nacional, un referente de la soberanía mexicana, una idea de
llegar al poder siendo un indígena, todo esto es el gran Benito Juárez.
Pero como todo gran héroe, debe existir una contra, es
decir: un villano, alguien que llevase a México al estancamiento, alguien que
buscare la ganancia de las minorías, dejando a las mayorías de lado. Este
personaje es Porfirio Díaz, un dictador cuyo periodo duró más de 20 años
en el poder y que llevó al país a la quiebra social y económica. Un absolutista
hecho y derecho que no se merece hacerle una estatua ni conmemorar su natalicio
o su muerte y mucho menos traer sus restos al país por el que lucho desde los 17
años. Sí, así de injusta puede ser la interpretación de unos cuantos
historiadores y hacer de un héroe un villano y viceversa.
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