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jueves, 28 de mayo de 2020
No llores por el papel, llora por el periodismo que se va
A estas alturas no hace falta preocuparse por el papel. Ni siquiera ante el Coronavirus. Su futuro no encontrará a un salvador en el camino ni una tendencia que lo mantenga vigente. Su uso será ocasional, aunque quizás más valioso en el fondo porque será de colección. Quien pague no esperará un artículo cualquiera ni una foto de archivo. Quien pague estará esperando una edición única, una edición especial sobre algún suceso que amerite. Será un objeto para atesorar. El papel en su retiro estará bien. Tendrá sus momentos de lucimiento que, aunque esporádicos, nos permitirán recordar lo que algún día fue. Por él no hace falta preocuparnos. Su destino está claro. No lo definió la pandemia, sólo aceleró su llegada. El papel no será un material de consumo diario. Pero seguirá en nuestras vidas. Más acotado, más limitado y más como coleccionable que como objeto cotidiano. Aprenderemos a vivir con eso. Sí en cambio hemos de preocuparnos por el periodismo que con él se va. El verdadero peligro de la extinción del papel no es que cambie el formato, es que cambie el fondo, como ha ocurrido desde que digital se apareció en el camino. A continuación exploro los peligros de la extinción del periodismo ante el retiro con photo opportunities ocasionales del papel.
-Incomprensión del negocio: el negocio es el mismo, o cuando menos tendría que serlo. Pero los dueños de medios y editores no lo ven así. Un periódico, tanto de información general, como deportivo, como incluso de nota roja, se esmeraba en presentar la portada que fuera más apropiada para impactar a los lectores. Más allá de las intenciones editoriales que persiguiera esa publicación, la intención era cautivar al lector desde la portada porque si bien la venta de publicidad era una fuente de ingresos, ni ésta ni la monetización a través del lector podía funcionar si no se entregaba un contenido que impactara a la audiencia.
Es cierto que la posición en el kiosco importaba, que sería el equivalente a imaginar a Google como exhibidor de nuestros contenidos, pero para los impresos era clave que las páginas interiores dieran respuesta positiva a la expectativa que habían generado en la portada. Se hacía periodismo para el lector, no para los algoritmos.
De pláticas que he sostenido con editores de medios que tienen tanto plataformas impresas como digitales, extraigo la preocupante conclusión de que ellos siguen viendo al papel que se muere como el conducto premium de sus esfuerzos y a digital como una plataforma que hay que atender desde la urgencia de clics, al costo que sea por cierto, y desde la venta de banners. Así funciona el negocio, aseguran.
Para una gran mayoría, digital, sin que importe o no la supervivencia del impreso, es un vertedero de contenidos rápidos, que entretienen y que generan una reacción inmediata más allá de lo que pueda aportar o no a la construcción de un modelo editorial.
-Digital como emergencia, no como convicción: ante el primer punto, podríamos asumir que el cierre de las ediciones impresas llevará a que esos procesos más estructurados de generación de contenido se trasladarán a digital, pero esa conclusión omite el hecho de que a muchos de los publishers impresos la transición los toma por la fuerza más que por convicción, lo que representa que en su salto a digital no priorizarán su interés por trasladar el buen periodismo (o cuando menos el periodismo que respeta procesos), sino su propia supervivencia y eso implica reducir costos de operación en aras de una eficiencia que los lleve a ganar más dinero con menos recursos.
El plan de acción cuando se pretende sacar dinero de dónde sea no pasa por la conquista del lector, sino por la conquista de algoritmos y redes para llevar a un usuario a costa de lo que sea a nuestro sitio. Ya ahí, lo impactamos con cuanto anuncio se pueda para que el esfuerzo en digital valga la pena.
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-De lo barato a lo premium: hay una máxima en marketing que indica que tus productos deben partir de lo aspiracional para después, si así lo decides en aras de la masificación, poder colocarlo a un precio más accesible para los consumidores. Pero lo que se pretende con digital, a partir de la práctica miope de haber visto al papel como el producto premium y el .com como el vertedero de notas que diera dinero como fuera, es que ese proceso se reinvierte. Que lo barato salga caro, o cuando menos que eso que nunca representó ni calidad ni un compromiso editorial se termine transformando en una razón para que la gente pague por ello.
Ese viaje que pretende reposicionar lo que durante años fue golpeado pasa tanto por los impresos más relevantes de México como El Universal y El Reforma hasta los impresos regionales que hoy se preguntan cómo harán para monetizar. La mayoría, ante un crucigrama de tan difícil respuesta, se termina inclinando por el dinero fácil (aunque no escalable y dependiente de formas de monetización que pueden cambiar en cualquier momento a partir de las decisiones que tomen las plataformas). Tanto si funciona como si no la adopción de ese modelo, se tratará de un paliativo y no de una solución definitiva, porque por más llegada que se dé de lectores a partir de titulares engañosos y de contenidos que provoquen una reacción inmediata, el proceso de conversión de usuario ocasional en un lector que como mínimo entregue su nombre y correo electrónico se verá inconcluso y posiblemente golpeado para siempre a partir de la mala sensación que podría dejar esa experiencia.
Si bien Reforma mantuvo, pese a que para muchos aquello iba a significar su muerte, su esquema de acceso exclusivo para suscriptores, con ciertos contenidos abiertos, aquella decisión, afortunada en su esencia porque pretendía advertir que sus contenidos ameritaban el cobro del lector, no estuvo respaldada por años en la entrega de un diferenciador con respecto a lo que publicaba en el periódico, lo que llevó a que se rompiera un esquema que bien aplicado hubiera sido parteaguas, por lo oportuno, para los medios en México y Latinoamérica. Cobraban por contenido premium en digital, pero no cumplían con el delivery.
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-El buen contenido es más que texto: tan urgidos estamos de buen periodismo que pretendemos que los lectores apoyen nuestros proyectos sólo porque tenemos a reporteros en el frente cuando nadie más lo está haciendo. El objetivo es loable. Hacer buen periodismo en un entorno de fast content y fast monetization merece reconocimiento por el simple hecho de apostar por ello, pero cuando a la persona, que es lo que en esencia es un lector por obvio que parezca, llega la encrucijada de optar por una serie de investigaciones periodísticas que no presentan más que una serie de datos y algunas narrativas atractivas o pagar por alternativas de entretenimiento que duran mucho más que un articulo a profundidad, que son mejor presentadas y que pueden consumir acompañados por otras personas, como Netflix o como Spotify en sus incipientes experimentos para socializar la experiencia de escuchar audio, es natural que la persona (que siempre va antes que el lector) termine optando por invertir su dinero en otro tipo de servicios.
El buen periodismo (o cuando menos, como lo he escrito líneas arriba, el periodismo con procesos) suele estar encapsulado en las intenciones idealistas de periodistas. Pero en digital, donde muchos periodistas desconocen de tecnología y de tratamiento gráfico y donde la gran mayoría de los medios dependen de empresarios y personal de ventas, la alternativa de invertir en el desarrollo de tecnología, o cuando menos en la adopción decidida de ella, y en procesos de creación gráfica, que sí que formaban parte de las revistas y periódicos, se convierte en un derroche que, a su juicio, no se pueden permitir.
El texto por sí solo no va a ganar la batalla. Hace falta el aprovechamiento (cuando se tiene) o la adopción (cuando no se tiene) de una plataforma poderosa, que permita experimentar con formatos y el establecimiento de procesos para que el contenido premium sea presentado como tal a partir de la presencia de elementos gráficos que enriquezcan y no solo ilustren, como ocurre en el 99% de los casos en digital, el contenido del que se está hablando.
Si medios digitales con buenos periodistas terminan cerrando, no signifa por fuerza que el buen periodismo no tenga un lugar, sino que el contenido, sea periodístico o de cualquier índole, requiere ser concebido como un producto de principio a fin, en su esencia, pero también en su empaquetamiento y presentación.
-El error no tiene consecuencias: salvo el Newsletter, que se queda como testigo de nuestra equivocación (y quizás sea por eso que se ha convertido en un espacio de autor), la equivocación, como la mentira, se ha convertido en una práctica de tan poca repercusión que se le ha dejado de poner atención a ello. Aunque desde Google se empieza a trabajar en herramientas que pudieran incorporar la fidelidad de lo publicado, es decir el que una vez publicado el contenido no sea corregido o, peor aún, editado para modificar intenciones, como uno de los factores que influyen en el posicionamiento de su buscador, tanto a nivel organizacional como en la percepción de cada uno de los que integran una redacción se percibe que la omisión, la imprecisión o el error es mucho menos relevante en digital que cuando queda impresa en papel.
El mensaje es claro: digital perdona e incluso habilita los errores; el papel, en cambio, queda como muestra de nuestra ineptitud, deshonestidad o cuando menos de nuestra distracción al momento de redactar. Mientras que al impreso se le respeta como testigo de lo que hacemos, a digital se le trata como al lienzo en blanco que podemos pintarrajear sin consecuencias.
-La inmediatez como justificación: cuando no es el modelo de negocio, que como lo he dicho la mayoría enfocan a monetización vía programmatic o venta de display en general, es el entendimiento de que en digital o sales primero o mejor no sales. Y aferrados a esa bandera, los medios habilitan el que un tema que para la edición impresa hubiera sido tratado con sumo cuidado, en digital sea tratado como una carrera contra el tiempo en la que importa más la reacción inmediata que la calidad del contenido que se va a exponer. Si la pulcritud del texto es secundaria, la edición gráfica es inexistente y las interrogantes respecto al formato que se utilizará son tan degradadas en la escala que se envían al nivel de las ociocidades.
No debemos sufrir por el papel. Ha cumplido con creces sus deberes. Y seguirá haciéndolo siempre que la circunstancia amerite. Entre más digitalizados estamos, más abiertos nos encontramos a adquirir productos de colección, que nos recuerden quiénes somos y sobre todo de dónde venimos. Hasta la fecha, no hay quien se sienta más orgulloso de estar en la portada de un sitio de entretenimiento en digital que en la portada de un impreso. Esa sensación se mantendrá. Si se quiere ser optimista, hasta volveremos a darle su valor al papel. Lo que sí debe alarmarnos es que el periodismo de procesos se ahogue en medio de los banners sin descanso y de los millones de visitas de pisa y corre. Los newsletters, los podcasts bajo ciertos estándares y los muros de pago no son necesarios sólo para explorar alternativas de monetización, son necesarios para que sobreviva el buen periodismo, o al menos, insisto, el periodismo de procesos y propuesta. Lo difícil es que quienes trataron la publicación de contenidos como un mercado de baratijas puedan transformar esa misma vendimia en una experiencia de una calidad tan alta como para que la gente entienda que el tianguis es ahora una boutique de contenidos. Una transformación que suena a imposible para cualquiera.
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