Nuestra historia ha estado manipulada desde hace muchos años y muchos sexenios.
Nuestra historia, con interpretación ocialista, ha tenido un fuerte impacto en la
alimentación de actitudes de confrontación y rencores, lo cual seguirá subiendo de tono
conforme nos acercamos a la conmemoración de los 500 años de la caída del imperio
azteca, lo cual sucederá el 13 de agosto del 2021, en menos de dos años, si no recticamos
el signicado.
El contexto social y político de nuestro país se puede complicar en las elecciones
intermedias, lo cual se desarrollará precisamente a la mitad del 2021, cuando se renovará el
congreso, algunas alcaldías y unas gubernaturas.
En ese entonces, durante la campaña electoral 2021, ante la proximidad de la
conmemoración de este acontecimiento histórico de fuerte signicado emocional, al que se
le ha denominado “conquista”, podremos esperar un entorno de confrontación sustentada en
argumentos étnicos y religiosos.
Como muestra del signicado político que puede imprimírsele a este acontecimiento
histórico, podemos tomar la declaración presidencial respecto a que Hernán Cortés cometió
el primer fraude de México al autonombrarse alcalde de Veracruz. Esta visión genera culpas
y estimula rencores.
En contraste, la verdad histórica que consta en documentos es que Cortés jamás fue alcalde
de Veracruz. El primer alcalde de Veracruz fue Alonso Hernández Portocarrero y el vice
alcalde Francisco de Montejo, nombramientos que se dieron después del acto protocolario
de instauración del ayuntamiento y la rma del acta fundacional por parte de los 500
hombres que conformaban la tripulación de la expedición liderada por Cortés.
A su vez, el cabildo recién formado nombró a Hernán Cortés capitán general y justicia mayor,
con lo cual se le confería autoridad para explorar el nuevo territorio y colonizar.
Otra grave mentira ha consistido en propagar que por mar llegó un ejército español que
invadió Tenochtitlán con abuso de fuerza. Sin embargo, cualquier historiador sabe que
Cortés llegó a las costas de Veracruz con solo 500 soldados y ociales, así como 16
caballos y 16 cañones, mientras la ciudad de Tenochtitlán estaba resguardada por más de
70,000 guerreros.
Numéricamente imposible lograr una victoria en esas circunstancias. Por tanto, el ejército
vencedor fue la coalición de pueblos indígenas que se sublevó en contra del imperio mexica,
que tenía subyugados a otros pueblos por medio de las armas y sometidos a un trato
indigno.
Consideremos que en esa época nuestro territorio estaba poblado por varios grupos étnicos
independientes y algunas veces rivales entre sí y no existía el concepto de nación que hoy
tenemos.
Fue la capacidad de Cortés de establecer alianzas con los caciques de los pueblos
sojuzgados por los aztecas, quienes pretendían liberarse de sus opresores, la que permitió
integrar un ejército capaz de derrotar al gran imperio. De este modo guerreros tlaxcaltecas,
totonacas y cholultecas, entre otros, crearon la coalición de pueblos originarios que
enfrentaron y vencieron a los aztecas. Por tanto, lo que llamamos conquista en realidad fue
una insurrección indígena.
A su vez, debemos reconocer que la imagen de traidora con que la historia ha calicado a
Malintzin representa una injusticia.
Malintzin o Malinche, había nacido cerca de Coatzacoalcos, en lo que hoy es el Estado de
Veracruz y había sido entregada como esclava a Cortés. Ella pertenecía a una de las
comunidades sojuzgadas por los mexicas, por lo cual podemos armar que estos eran
enemigos de su pueblo y ayudar a derrotarlos fue un acto patriótico por parte de ella.
La historia de Gonzalo Guerrero, hoy considerado el padre del mestizaje, tiene gran
simbolismo.
Este era un soldado español originario de Huelva, que participó en la reconquista de
Granada, que representó la consolidación de la independencia de lo que hoy es España,
respecto a los invasores musulmanes que se apropiaron de la península Ibérica durante más
de 700 años.
Gonzalo Guerrero igual que Jerónimo de Aguilar, vivían entre los mayas, después de un
naufragio. Cuando Cortés llegó a Cozumel en busca de náufragos españoles, de Aguilar se
reintegró a la expedición española y se convirtió en el traductor de Cortés, mientras Gonzalo
Guerrero no aceptó la invitación y decidió quedarse a cuidar de su nueva familia, formada
con una indígena maya y los hijos de ambos. Guerrero se convierte a la cultura maya de
forma total y enseña a este pueblo técnicas de combate utilizadas en Europa. Defendió a su
nuevo pueblo de las incursiones españolas, muriendo en combate a manos de sus
coterráneos.
Este gesto de Gonzalo Guerrero, de amor por su familia aún en contra de sus propias raíces
étnicas y culturales, debiese representar la fusión de estas dos civilizaciones.
Por su parte, los biógrafos de Cortés describen su cercanía y apego a los pueblos indígenas
y su reconocimiento a Malintzin, a la que convirtió en su mujer y con la cual procreó a Martín
Cortés, al cual le otorgó todo el reconocimiento de hijo legítimo y a quien educó en las
mejores escuelas de España.
Si bien este territorio que hoy es México se integró a la Corona Española, fue por gestiones
de Cortés que a las comunidades indígenas se les respetó su autonomía social y su derecho
a preservar sus tradiciones.
Como estas, hay otras historias que intencionalmente fueron ignoradas durante el siglo XX
por los gobiernos post revolucionarios, lo cual tiene fuertes signicados emocionales que
generan actitudes de confrontación y permiten la manipulación.
El fuerte impacto emocional que se deriva de la percepción de origen violento de la propia
vida, a partir del abuso sexual por parte de los conquistadores sobre la mujer que origina
nuestra familia, tiene como consecuencia efectos en la propia identidad y en la autoestima.
La victimización y el sentimiento de derrota crónica, derivado de acontecimientos sucedidos
hace 500 años, facilita la manipulación, lo cual se convierte en un riesgo de conictos
sociales en el 2021, que a su vez podrían ser capitalizados políticamente en las elecciones
intermedias.
Es urgente, para preservar la paz y la estabilidad social y política de México, buscar la
reconciliación, no como derivación de un perdón que moralmente no es válido exigirlo ni a
España ni a la Iglesia Católica, sino de la reinterpretación de la historia en la búsqueda de la
verdad y su signicado en relación con el contexto de esa época y con ello, lograr una
recticación respecto a quienes somos.
En otros países latinoamericanos la historia puede haber sido diferente y a ellos les toca
hacer el recuento de su propia historia.
En nuestro caso particular hay mucho que conmemorar a partir de valorar nuestra identidad
como la fusión de dos grandes civilizaciones, de igual riqueza y valor cultural, que dieron
origen al México que somos hoy.
A los pueblos originarios debemos reivindicarlos rindiendo un homenaje a las grandes
culturas que poblaron nuestro país, recordándolas en su momento de esplendor. Olmecas,
mayas, totonacos, mexicas, por citar algunos, que en su momento fueron pueblos más
evolucionados en conocimientos que su contraparte en Europa, en el mismo momento
histórico.
Seguir signicando en pleno siglo XXI a los pueblos originarios como víctimas fomenta el
sentimiento de derrota crónica que les impide salir de la pobreza y sumarse al México
moderno, con sus benecios en calidad de vida, oportunidades y salud.
Reconocer que la derrota de Tenochtitlán no fue obra del ejército español comandado por
Hernán Cortés, sino de la coalición indígena que se sublevó en contra de la opresión del
imperio azteca, seguramente neutralizará la victimización y el nefasto sentimiento de una
derrota a manos de extranjeros.
Este cambio de mentalidad y de ánimo, a partir de revalorar nuestra historia en su justa
dimensión, puede ser el detonante para transformar a nuestro país con visión constructiva
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