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lunes, 26 de noviembre de 2018

Viene un presidente, no un Dios



Pablo Hiriart


Por más que el sacerdote Alejandro Solalinde diga que Andrés Manuel López Obrador “tiene mucho de Dios”, lo cierto es que a partir de este sábado nos va a gobernar un hombre de carne y hueso, con defectos y virtudes.

El peor favor que le podrían hacer sus seguidores es endiosarlo, porque puede perder el piso y cometer errores garrafales, como creer que con su sola palabra se doblega a los mercados y se convence a Donald Trump de que ya no sea antimexicano.

La vanidad es el tendón de Aquiles de casi todos los políticos y López Obrador no es la excepción.

Los finales de sexenio trágicos de presidentes vanidosos, como José López Portillo, nos han dejado en la calle y embarcados por décadas con deudas impagables.

Al presidente electo le hace mella la adulación. Y el que le contradice corre el riesgo de ser objeto de su ira.

Los que no están con él, están contra él.

¿Alguien de su gabinete se atreverá a decirle que no al presidente López Obrador?

Seguramente se lo podrán decir una vez, pero no dos.

A comienzos de mes visitó por primera vez la base aérea de Santa Lucía. La recorrió e hizo unos dibujos en un papel. Un par de rectángulos alargados. Eran las pistas de lo que será el aeropuerto internacional.

Le dio una vuelta a los terrenos y ya puso en el papel las pistas que tiene en mente.

¿Ya ven como sí se puede?

Ninguno de sus asesores tuvo el valor de decirle que eso es un error. Que quienes saben de aeronáutica civil en el mundo recomiendan terminar el aeropuerto en Texcoco, que lleva 37 por ciento de avance y más de cien mil millones de pesos invertidos.

Absolutamente nadie de su entorno le dijo que esos dibujitos son fantasía, no tienen sustento técnico, y que en estos casos es mejor hacerle caso a los que saben.

Brillante. Magnífico. Claro que sí. Dio en el clavo, señor presidente electo.

Tiene como fijación construir una refinería en su tierra natal. Un absurdo económico que ha provocado el temor de las calificadoras y éstas nos tienen en la mira.

De entrada se van a destinar más de 50 mil millones de pesos a una refinería que va a costar mucho más, va a tardar varios años en estar lista, y será para producir gasolinas.

Es decir, se desvía a Pemex de su negocio central y se invierte en una fábrica de derivados (gasolina) que no van a hacer que baje el precio del combustible a los consumidores, pues estos los fija el mercado internacional.

El resultado es, hasta ahora, que Pemex esté a un paso de que sus bonos caigan a la categoría de basura. Eso obliga a venderlos y nos quedamos con una deuda de 106 mil millones de dólares, similar a la deuda externa del país.

¿Nadie es capaz de explicarle que está equivocado?

¿Nadie le dice que si le quitan el grado de inversión a Pemex va a destruir a la empresa que quiere defender como nadie?

¿Por qué le adulan un error y hacen que persista en él?

Saben que es vanidoso, y nadie lo intenta ubicar con objetividad.

En la próxima Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, se va a presentar un libro de Gina Jaramillo que está dirigido a los niños.

Se trata de la infancia de Andrés Manuel López Obrador, cuando se acostaba en la hierba, respetaba a las mariposas, contaba las estrellas, descubría figuras en el horizonte, disfrutaba las guayabas, jugaba beisbol y amaba a su familia.

Puro culto a la personalidad. Lo endiosan, como el padre Solalinde.

La emprendió contra la revista Proceso porque sacó una foto suya en que “aparezco demacrado, casi chocheando”. Y la insultó con singular virulencia.

Eso es vanidad. Y la vanidad es veneno para todos los gobernantes de la historia.

En la Cámara de Diputados, los legisladores de Morena le cantaron Las Mañanitas el día de su cumpleaños, sin siquiera estar él presente. Y se supone que es otro poder, autónomo, un contrapeso del Ejecutivo.

Durante una reunión de capacitación para los nuevos funcionarios de Pemex en el área de Administración Corporativa, que estará a cargo del exsecretario Finanzas del GDF, Marcos Herrerías, los directivos que llegarán se pusieron a gritar ¡Es un honor, estar con Obrador!

Eso no es mística, es fanatismo.

Nada de lo anterior ayuda al próximo presidente. Ni a México.

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