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jueves, 8 de noviembre de 2018

La crisis de identidad del adolescente del siglo XXI

“El carácter fundamental de la adolescencia es la inserción del individuo en la sociedad de los adultos”





El adolescente del siglo XXI está inmerso en una crisis de identidad consigo mismo y con el entorno. Por un lado, tiene problemas para encontrarse a sí mismo, demostrarse independiente y con un papel en la sociedad y, por otro, para explorar el mundo exterior y adoptar nuevas formas de pensar y de sentir. En nuestra cultura occidental el joven requiere grandes períodos de preparación hasta incorporarse al mundo laboral y se mantienen en un período de moratoria en el que no se es un niño pero tampoco se es un adulto y no encaja bien en ninguno de los dos mundo. Nuestros adolescentes viven en esta etapa de una forma indefinida, angustiados, intentando resolver multitud de problemas y buscando su lugar, es decir, buscando su identidad.

Salir del nido, acabar los estudios, encontrar trabajo, independizarse,... dar los pasos que hacen que una persona traspase la línea entre juventud y madurez nunca ha sido fácil pero en estos momentos de crisis aún es más difícil porque también los jóvenes entre 18 y 30 años, la sufren. Nuestro jóvenes están en crisis y la adolescencia es ahora, tal y como afirma Castells (2009), "una edad dilatada e indefinida con una incorporación laboral, una escolarización y una especialización demasiado tardías".

En la era de la globalización, "la etapa de adolescencia ha perdido su característica definitoria de transitoriedad y ha tomado el rumbo de una juventud social prolongada, postergándose su progreso hacia la condición de adulto" (Gidenns, 2000).

Se encuentran inmersos en una sociedad abocada al consumismo, a la búsqueda del bienestar y a la evitación de lo incómodo dónde el acceso a la plena inserción laboral se ralentiza muchísimo, surgen nuevas ocupaciones del tiempo libre vinculadas a formas colectivas programadas de evasión y hay una inmersión en un mundo digitalizado dónde el adolescente fomenta la comunicación interpersonal a través de "cyberintermediarios", tecnificándose así sus vínculos relacionales.
Los ritos de paso propios de la cultura juvenil, que marcan el tránsito a la vida adulta, han ido multiplicándose y disolviéndose, siendo cada vez más inespecíficos, siempre marcados por el grupo de iguales y de una profunda resistencia a la tradición.
Proliferan los obstáculos u omisiones de las condiciones facilitadoras que podrían satisfacer las necesidades de emancipación social. Los jóvenes demandan una plena inserción a través del trabajo en un mundo en el que la inestabilidad y la movilidad laboral, el rediseño de los puestos de trabajo o la demanda de profesionales pueden conducir a una persistente sensación de incertidumbre psicosociológica.
En estas circunstancias la adolescencia podría definirse como "un período de vitalidad, efervescencia, ilusión, tristeza y hasta desesperación donde la ropa que se lleva, las modas y los efímeros mitos cobran un valor inusitados" (Urra, 2002).

Para el adolescente tardío los tiempos han dejado de ser cronológicos, ya que durante la pubertad social el reloj biológico cede el paso al cronómetro social. Si bien la juventud no es una cuestión de tiempo, sino de condición social, lo cierto es que los vínculos interpersonales y apoyos sociales son un asidero en tiempos de inseguridades. Cambia también la ocupación de los tiempos virtuales de la Generación@ descrita por Feixa (2003). En los tiempos actuales los adolescentes contemporáneos experimentan sentimientos de decepción, aunque se enmascaren bajo una apariencia de conformidad y disfrute superficial en forma de consumo o de ocio juvenil de fin de semana, como si de un intento de adaptación no traumática a una realidad que se intenta simular se tratara.

Los adolescentes en su período de definición personal necesitan referencias y referentes, acciones simbólicas e iconos, valores y significados atribuidos, etc, que en condiciones de inestabilidad, actúen como elementos que contribuyan a dar sentido a sus búsquedas pero vivimos en unas condiciones en la que se asiste al debilitamiento de los sistemas referenciales y donde se ponen en cuestión ciertas verdades asumidas como tales, en donde se diluye y reconstituye cada vez en más instancias legitimadas (familia, escuela, grupos de pertenencia y referencia, medios de comunicación, etc.) el poder socializador/normalizador y en las que se siguen necesitando certidumbres y apoyos en un sistema y entorno referencial en aparente agudización de sus crisis.

¿Tiene sentido seguir hablando de la juventud como una etapa de transición? Este invento de hace un siglo de la etapa de la adolescencia como "un periodo juvenil dedicado a la formación y al ocio" empieza a no tener sentido cuando los ritos de paso son reemplazados por ritos de “impasse” (sin salida) y las etapas de transición se convierten en etapas intransitivas, cuando los jóvenes siguen en casa de sus padres pasados los 30, se incorporan al trabajo a ritmos discontinuos, están obligados a reciclarse toda la vida e inventan nuevas culturas juveniles que empiezan a ser transgeneracionales.


El joven contemporáneo no emigra hacia la condición de adulto en el tiempo en que la naturaleza social parecía dictar como conveniente, sino que permanece en un tiempo de conflictos y en una tierra de nadie. O bien se angustia ante esta necesidad de ubicación que se va dilatando, o bien se adapta haciendo uso de mecanismos distractores, son dos ejemplos:

El mal del desánimo de Alícia: con esta etiqueta se podría designar a aquellos jóvenes que quieren madurar y que viven su tiempo de espera como púberes sociales. Se alude a la sensación de desesperanza ante uno mismo en un mundo cambiante, con reglas absurdas y rígidas, que mutan vertiginosamente (como en el País de las Maravillas). Se vive en perpetuo estado de adolescente del que al joven le interesa salir, aunque se pierde en un laberinto donde los caminos no parecen conducir a ninguna parte (como en el diálogo de Alicia y el Gato). Y por el acceso incompleto a posiciones sociales entre la madurez biológica y la social el post-adolescente se siente en un cuerpo social de púber mientras tiene un cuerpo físico de adulto.
El mal de Peter Pan, esto es, el diagnóstico de jóvenes que no quieren madurar y vivir como adultos. Se les acusa de su propia situación de ambivalencia y se apela a su disposición acomodaticia. Los etiquetados así suelen (re)crean su mundo de ilusiones, como en el cuento, en el que la diversión y los destellos fulgurantes parecen no tener fin. Se inventan sus propias necesidades y se afanan en satisfacerlas para lo que cuentan con suficientes formas de distracción. No desean un regreso al futuro, sino que el tiempo parezca detenerse, de modo que se desea permanecer en un estado de eterna adolescencia (auto)impuesta.

En fin, la sabiduría popular señala que "cada cosa tiene su tiempo", de modo que cuando algo se prolonga por encima de su "tiempo natural" puede convertirse en cautivo del mismo.

Y ¿cual es el papel de los educadores y de los padres? ¿cómo educar a una generación que se prevé sin futuro?

"No está dentro de las posibilidades de los docentes dotar a la juventud de un futuro mejor, pero sí que lo está el luchar cada día para que estos no caigan en el desánimo, en la desesperación, en el pasotismo absoluto y dotarles de las herramientas necesarias para que tengan espíritu crítico ante una sociedad que no funciona"

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