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lunes, 21 de mayo de 2018

37 días determinantes




Enrique Quintana


Faltan 38 días de campaña electoral. Falta ya un solo debate de los cuatros candidatos presidenciales. Y el dólar cerró el viernes a su cotización más elevada desde hace más de un año.
Pero pese a este encuentro entre los candidatos a la presidencia de la república, llamado publicitariamente DEBATE, donde los cuatro aspirantes se hacen señalamientos un tanto absurdos, como si fuera un vodevil o show de comediantes al estilo del gran cómico Palillo se estima que probablemente llegaremos al último mes de las campañas con el mismo orden de preferencias de las semanas previas.
Nos han preguntado una y otra vez, ¿qué debiera suceder para alterar este orden? O, al menos, para que la ventaja entre el primero y segundo lugar se recortara en el promedio de las encuestas.
Claro que consideramos que hasta los avezados en el quehacer político, se atrevería a dar un verdadero diagnósticos, aun con sus afamadas encuestas hay que reconocer que se ignora a ciencia cierta , qué debiera ocurrir para propiciar ese cambio, pero sí sé que si las campañas corren por la normalidad, llegaremos al 1 de julio con el mismo orden.
El primer gran cambio de la campaña vino la semana pasada, cuando Margarita Zavala se retiró de la contienda.
Como se comenté en los medios de comunicación y en el ambiente político social, ese hecho por sí mismo no tiene potencial para cambiar las cosas. Si tuviera efectos secundarios, quizá sí movería las aguas.
No van a cambiar las cosas los cuestionamientos respecto a la salud de AMLO, salvo que tuviera un incidente dramático en lo que resta de la campaña. Tampoco lo van a hacer las renovadas acusaciones contra Anaya, salvo que un juez girara una orden de aprehensión.
Vaya, incluso cualquier hecho relacionado con las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) no cambiará radicalmente las cosas.
En los últimos días los empresarios de diverso origen y sector, se empieza a percibir que las preocupaciones ya corren por dos senderos.
El primero es la diferencia con la cual puede ganar AMLO.
La significación del triunfo es muy diferente si gana por 15 puntos o si lo hace por seis puntos (por citar dos cifras).
Y también es muy diferente si de entrada gana la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados o si queda por abajo de 50 por ciento.
Hay quienes piensan que esas diferencias son irrelevantes, porque a final de cuentas, ya en la presidencia de la República, AMLO va a utilizar el poder del cargo para construir –a la buena o a la mala– la mayoría que requiere.
También hay quien supone que, por su vocación e historia, estaremos entrando a una etapa de la historia de México de la cual no saldremos ni en seis ni en muchos más años.
Difiero de estas percepciones, creo que sí es relevante –en caso de ganar AMLO– el porcentaje con el que llegue. No es lo mismo que gane con 48 por ciento a que lo haga con 39. No es lo mismo que tenga mayoría a que no la tenga.
Esto parece que es demeritar a la sociedad mexicana, imaginar que se puede regresar al viejo presidencialismo mexicano.
Tan son diferentes las cosas, que el PRI no logró reeditar esa condición, y quizá sufra una derrota histórica.
No es imposible que el proceso de maduración de la sociedad mexicana sufra un accidente o incluso un retroceso de varios años. Pero la vitalidad que tenemos como sociedad y la complejidad e interconexión del mundo actual, no van a permitir que se reedite un gobierno como el de Echeverría.
Los tiempos son otros, a pesar de lo que muchos creen.

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