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miércoles, 18 de abril de 2018

Elecciones en México …en los últimos 30 años


















Comienza con la elección de 1988, cuando un grupo disidente del PRI le desafió y compitió de igual a igual. Las crónicas de la época dijeron que Corriente Democrática, luego PRD, había ganado. Se habló de fraude, lo cual era la costumbre del PRI a efectos de vencer por una abrumadora mayoría, pero ahora fue necesario para llegar a Los Pinos.
Salinas de Gortari asumió la presidencia aquel diciembre con media Cámara de Diputados vacía. Jamás había sucedido algo semejante. El poder presidencial diluido, desde el mismo comienzo del sexenio, debía leerse como el síntoma de algo más profundo: la erosión del régimen de partido hegemónico, aquel autoritarismo benigno del PRI. Ya no alcanzaba con la legitimidad originaria de la revolución. Dicha legitimidad ahora debía nacer del voto, de una elección libre y justa.
Técnicamente, allí comenzó la transición democrática mexicana. En 1990 fue aprobada la legislación que creó el Instituto Federal Electoral. El IFE, hoy INE, fue diseñado como un ente políticamente autónomo y neutral, provisto de las recursos técnicos necesarios para administrar el proceso electoral en toda su extensión, desde empadronar ciudadanos hasta contar los votos.
Debe reconocerse que la elite priista tuvo un importante grado de lucidez. Ante lo inevitable, fue capaz de sacrificar una parte del poder para no perderlo todo; compartiéndolo, esto es, principio fundante de la democracia. La democracia también necesita de los conversos.
El PRI ganó en 1994 pero perdió la elección de 2000, 36 a 42%, reconociendo la derrota y transfiriendo el poder pacíficamente a Vicente Fox del PAN. Concluyeron de este modo setenta años de hegemonía. Fue un hecho histórico, el surgimiento de una democracia sin mayoría permanente y verdaderamente competitiva.
Es decir, sin mayorías y punto. Ello se vio en la elección de 2006. Calderón, del PAN, derrotó a López Obrador, entonces del PRD, por medio punto, 35.89 a 35.31%. El PRI, tercero, obtuvo 22%. Ese fue el resultado oficial. Los seguidores de López Obrador dicen hasta el día de hoy que hubo fraude, una crisis que puso en jaque a todo el sistema electoral.
En 2012 el PRI regresó con la victoria de Peña Nieto sobre López Obrador por 38 a 31%, con el PAN detrás con 25% y con un cuarto candidato, Gabriel Quadri de Nueva Alianza, con apenas 2,30% pero que en algún momento había cruzado la barrera de 10% en las encuestas.
En la elección de este año habrá más partidos compitiendo. El partido de López Obrador, Morena, es una escisión del PRD, más el partido Verde, en coalición con el PRI, y el surgimiento de varias candidaturas independientes. Las encuestas muestran a López Obrador liderando con 30%, seguido de Meade del PRI y Anaya de la alianza formada por el PAN y el PRD con 23% cada uno.
Se consolida así un sistema de tres tercios con tendencia natural al empate y en proceso de mayor fragmentación. Lo cual quiere decir que se consolida una democracia inestable, ergo, con escasa capacidad de gobernar y riesgo de baja legitimidad. Desde la elección de 2006, ningún presidente llegó al poder con más del 38% de los votos, y probablemente así sea la elección del 1ro. de julio próximo.
La gran pregunta es porqué México no tiene un sistema electoral francés de doble vuelta, el ballotage. En un presidencialismo con partidos múltiples y fragmentación, la doble vuelta es la herramienta más efectiva para construir consensos. Es un mecanismo cuasi-parlamentario por el cual, en el período entre la primera vuelta y la segunda, se construyen coaliciones, se discuten programas, e inclusive se negocian puestos en el gabinete para políticos extra-partidarios.
Es decir, se obliga a todos los partidos a invertir en la estabilidad del futuro gobierno. En un presidencialismo de coalición, característico de América Latina, la doble vuelta es esencial para fortalecer una fórmula política que, de otro modo, sería intrínsecamente frágil. El ganador del ballotage obtiene más de la mitad de los votos.
Volviendo a la pregunta de porqué México no posee dicha regla electoral, el saber popular dice que el PRI nunca la habría impulsado, ya que sería un mecanismo por el cual siempre sería derrotado en la segunda vuelta. Pues hoy, paradójicamente, el ballotage serviría para evitar lo que el PRI y el PAN tanto temen: la victoria de López Obrador.
Pero quien gane es lo de menos. Quien sea, asumirá en minoría. La moraleja de esta breve historia es que con miradas de corto plazo y egoísmo jamás se construye instituciones. Y sin instituciones efectivas se perpetúa la inestabilidad.

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