El gentilicio de los nativos y residentes del estado de México
El 28 de enero de 1985, la Academia mexicana de la lengua, aprobó el gentilicio Mexiquense para los nacidos en el Estado de México. Esto, a propuesta del entonces gobernador de la entidad Alfredo del Mazo González; y sustentado por un dictamen desarrollado por el académico José G. de Alba que determinó que era correcto gramatical, morfológica y semánticamente. Hasta entonces, los naturales del estado éramos mexicanos dos veces, como dice la popular canción.
Lo que parece ser una simple palabra, en realidad nos proporcionó un importante activo en la ardua labor de construir la identidad estatal. Eso intangible que da continuidad al individuo respecto a algo que representa lo mismo que él; y que al mismo tiempo atiende una necesidad humana esencial: el sentido de pertenencia. Fromm, por ejemplo, señala que no nos debe sorprender en el adulto medio una añoranza profunda por la seguridad y la pertenencia (raíces) que alguna vez le proporcionó la madre; y Maslow enuncia la triada amor-afecto-pertenencia. En efecto, como individuos sentimos la necesidad de pertenecer a un grupo social o a una región; y cuando no podemos atenderla en el espacio inmediato buscamos dónde lograrlo.
Es también la identidad un elemento impostergable para el desarrollo verdadero. En 1970, la primera conferencia que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Ciencia y la Cultura (UNESCO), celebró en Venecia sobre cultura, con el nombre de Aspectos Institucionales, Administrativos y Financieros de las Políticas Culturales, recogió una conclusión fundamental: “que en los países en vías de desarrollo se reconoce cada vez más que el desarrollo cultural es un componente esencial del desarrollo económico y social. El establecimiento y el fortalecimiento de la identidad, mediante la acción cultural, puede incluso considerarse como un requisito previo del progreso social y económico”.
Sin embargo en el Estado de México, ese establecimiento y fortalecimiento de la identidad, ha sido un elemento muy difícil de concretar. La migración, las condiciones de vida, la geográfica división en dos valles, la cercanía al Distrito Federal e incluso, nuestra condición de mexicanos, han complicado esa aspiración.
Hemos desarrollado una identidad externa y otras negativas, que por tanto son rechazadas. Los habitantes del Estado de México, antes que como tales, nos asumíamos como chilangos (en lo específico y en el Valle de México); o como mexicanos (en lo general), pero nunca como habitantes de la entidad.
Por un lado, en lo regional cada municipio del Valle de México, cuenta con identidad negativa. Así, han surgido términos despectivos de Neza York, Mi Nezota o Chimalhuarache, Ecatepunk como ejemplo. Y, por otro, están los habitantes del Valle de Toluca aún ahora se sienten ajenos y sin ninguna relación con quienes habitamos el Valle de México.
Paralelo a esto, el fenómeno migratorio complicó el desarrollo de una identidad estatal propia. Casi cuatro de cada habitantes del estado (36.68%), no son nativos de la entidad según reporta el Censo de Población 2010, realizado por el INEGI. En el estado, convive un auténtico mosaico poblacional. Predomina el origen oaxaqueño, michoacano y guanajuatense; a los que últimamente se han sumado los del Distrito Federal, Hidalgo y Puebla. Estos habitantes, traen consigo una fuerte carga cultural que los identifica más con la tierra abandonada que con su nuevo hogar.
Para entender la importancia de este fenómeno, revisemos cifras proporcionadas por la Universidad Autónoma del Estado de México. Entre el Distrito Federal y el Estado de México, concentran el mayor volumen de población migrante registrada en el centro del país en el año 2000: 75.9% de inmigrantes y 80.7 de emigrantes.
Este fenómeno, sin embargo, no se da en el estado en su conjunto. Se concentra en los municipios conurbados al Distrito Federal, donde habitan tres de cada cuatro habitantes del estado. Que, sin embargo, se identifican más con el Distrito que con su propia capital. Esto se acentúa porque del total de personas que abandona el Distrito Federal, 80% se ubica en el estado. Y de los que abandonan territorio estatal, 64% se establece en el Distrito Federal, de tal forma que para el año 2000, de los inmigrantes del D.F., 72% son del Estado de México. Así tenemos, por un lado, inmigrantes que tienen una fuerte identidad con el D.F.; y emigrantes que aspiraban a ser del D.F.
Esto no se queda en lo anecdótico. Como lo señala la UNESCO, tiene un fuerte impacto económico, tanto en el flujo de capital como en la creación de empleos. Ejemplos hay muchos: los mexiquenses con capacidad de destinar recursos a la diversión, en buena medida se trasladan al Distrito Federal, aun cuando tengan alternativas similares o aún mejores en el estado; lo mismo sucede con múltiples servicios educativos, de salud, etc.; y no son pocos los habitantes del estado con vehículos emplacados en la capital. Así, la derrama económica se traslada a ella.
El gobierno mexiquense, deja claro que entiende la problemática e identifica su solución. Ha trabajado intensamente en los últimos años. De ahí que en el Sector Educación, Cultura y Bienestar Social del gobierno estatal, uno de los programas fundamentales sea el de Identidad Mexiquense. Entre 2005 y 2013, el presupuesto del sector casi se ha cuadruplicado; y para este año contará con recursos por casi 300 millones de pesos.
En este esfuerzo dos son sus conceptos fundamentales: mexiquense y cultura. El primero nos da pertenencia y la segunda señala nuestras raíces. Desarrollar programas que impacten de verdad en la identidad colectiva, es tarea inmediata y permanente. Sorpresas se avisoran en los prolegómenos de la celebración de la erección del Estado de México.
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