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domingo, 22 de noviembre de 2015

Estimado Albert:


Por Uriel Reyes Aguilar.
Columnista y analista político del MEXIQUENSE y estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública del Centro Universitario UAEM Zumpango.

En el marco del CII aniversario del natalicio de Albert Camus, escritor y filósofo francés.

Hoy le escribo a usted con la firme creencia de expresar solitariamente la marca literaria que ha dejado en su servidor. Contradiciendo quizá el pensar de nuestra terrible sociedad intelectual, convencido también del enorme legado que ha herrado a todos los amantes literarios.

Muy a menudo recuerdo varios pasajes de sus diversas obras que se han acoplado a mi diario vivir, “Me gusta caminar a través de la ciudad, por la noche, al calor de la ginebra. Camino noches enteras, sueño o converso interminablemente conmigo mismo”. Aunque admito también que no deseo aludirlo en demasía, exaltar las cualidades que lo caracterizan es mi único fin.

¿Por qué, escribirle a usted? A diferencia de Sartre usted ha construido una perfección literaria, una escuela filosófica contemporánea. Desde la “La Caída” hasta “Calígula” reaparecen una y otra vez como citas obligadas en las discusiones sobre la filosofía del absurdo. No ve usted que la gente esta celosa de un pensamiento original, adelantando a su época, a lo mejor más tarde se dé cuenta de ello. Y como no provocar celo entre los intelectuales, si con tan solo un par de palabras brinda usted el consuelo teórico que varias personas buscan.

Muchos consideran sus obras como una guía moral, dentro de los escombre reluce como consuelo ante la decadencia, ante la ruinas de nuestra realidad social. El claro ejemplo es la obra del “El Extranjero”, estandarte de la crisis en la que vive el individuo, la muerte del asombro, la vida sometida por la rutina. Meursault protagoniza quizá una de las aventuras más trágicas siendo el mártir de un terrible destino, para otros es el villano sin ninguna pizca de sensaciones, y para otros mas, un eterno enamorado inconscientemente apasionado de María, aunque no fuera un amor al que estamos acostumbrados a observar por las calles todos los días, pero enamorado al final, a mi entender, tal y como lo menciona usted, Meursault “Ni siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto” o bien que todos los individuos mueren y no son felices”.

Es entonces la falta de responsabilidad de nuestro protagonista que ocasiona al final una terrible culpa, tanto para el personaje como para el lector. Un final no inesperado debo ser franco, inesperado fue encontrar una pequeña frase “Espero que los perro no ladrarán esta noche. Siempre me parece que es el mío” inesperada por una simple razón, los lazos que se logran construir entre los individuos lejos de ser frágiles, no son del todo sinceros, relaciones sociales carentes de honestidad. Un hombre preocupado, al borde del llanto, y de la desesperación, pidiendo, exigiendo ayuda para encontrar a su “amigo” a su fiel mascota. Provoca una reflexión obligada a revalorar el por qué estamos viviendo en una sociedad sin valores, y sin un profundo respeto por el otro. Lamentablemente llegamos a la conclusión que la mayoría de individuos no tienen nada que hacer en una sociedad cuyas normas y principios desconocen, al igual que tampoco podrían hablar con el corazón en la mano personas que ignoraban las reacciones elementales de cualquier sentimiento.

El consuelo que llega a mi mente al momento de escribirle y evidentemente recordando sus obras es, que el amor superior que se lograr encontrar lejos en otra persona es el amor a la propia nación. Ambos usted y yo pertenecemos “a una nación admirable y perseverante que, al margen de su bagaje de errores y debilidades, no ha dejado morir la idea que constituye su grandeza” defender a ultranza la gloria de nuestras naciones, la idea de grandeza de nuestro pueblo, tal y como lo hacia usted en las “Cartas a un amigo alemán”

Vivimos como podemos Albert, en “un país desdichado rico de su pueblo y de su juventud, provisionalmente pobre en sus elites” en que he aprendido gracias a la reflexión de su propio pensamiento, que sin una verdadera libertad y sin un poco de honor no podría vivir. Pues bien, quién sería capaz de sostener una vida de esa manera, incluso Meursault poseía libertad y honor, aunque vista de muchos no era del todo cierto. ¿Libertad? Dicho de una manera correcta, la “oportunidad” de mejorar, es ese el camino indicado que todos los individuos debemos seguir.

Debemos ser capaces de renunciar a nuestro tiempo, incluso a nuestra esperanza, si es necesario, con la creencia que tenemos de amar, y alejarnos de todo odio que inspira cualquier conflicto. Atreviendo a mencionar a Alfred Tennyson “No tenemos ahora aquella fuerza, que en los viejos tiempos movía tierra y cielo, somos lo que somos y ya, corazones heroicos de parejo templo, debilitados por el tiempo y el destino, pero más fuertes en voluntad para esforzarse buscar, encontrar, y nunca rendirse”

Es la última parte de las letras de Tennyson que retumban en todo momento, al recordar también a ese personaje irrelevante, desquiciado y quizá el más cuerdo de la obra de “Calígula”, necesitamos la Luna o la felicidad, o la inmortalidad algo insensato tal vez, pero que no sea de este mundo. El problema es el temor Albert, el temor que ha conquistado a la razón, ha encadenado a los hombres. El único camino es llevar al extremo la idea de libertad, si nunca se logra nada es porque nunca se lleva hasta su extremo. Es aquí la contradicción maestro, la lógica no basta de ser necesaria al final de cada hecho, algo tonto si uno lo analiza a fondo pero justificable al final de cuentas.

Triste el agobio de vivir en una sociedad como te la descrito Albert, que usted sabe con precisión a que me refiero. Ni usted ni yo podemos tener piedad de nuestro pueblo, no somos más que simples mortales, no tenemos tiempo para interrogarnos sobre felicidad o tristeza. Ya nos es imposible descansar, quien durante nuestro sueño se preocupara por buscar algo fuera de este mundo por nosotros. No nos queda otro camino que ayudarnos en lo imposible.

Ahora, puedo decirle adiós.

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