Pablo Hiriart
Por la puerta menos pensada, la del Poder Judicial, nos llegó la despenalización de la marihuana, tal como viene en el proyecto de dictamen del ministro de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea.
El debate debió darse en el seno del Legislativo, donde están los representantes populares que, para bien o para mal, los elegimos nosotros. No es el caso de los ministros de la Corte, que en esta situación específica se van a convertir en legisladores.
La marihuana entra por la puerta falsa, sin un debate sobre la nocividad de esa droga y las repercusiones que seguramente va a tener en la población joven que la verá como algo permitido y por tanto inocuo.
Falso, la marihuana no es benigna y sí tiene consecuencias en el cerebro y afecta la memoria, predispone a la depresión y a la paranoia.
¿No es así? Entonces que se discuta con médicos expertos en el tema, y también con sociólogos, psicólogos y educadores.
Es posible que la marihuana no sea dañina para la salud, pero eso no lo puede decidir un ministro de la Corte, como es el caso.
Lo que se va a discutir y votar en la Suprema Corte a finales de este mes es de suma importancia, pues si los ministros se equivocan el daño puede ser irreversible. Una vez despenalizada la mariguana no hay marcha atrás.
El único argumento consistente en favor de la despenalización de la marihuana es que las cárceles están saturadas por lo que parece ser un delito menor. De 2009 a 2013, 49 mil 630 personas fueron condenadas en México por portación de drogas, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Madrid con datos del Inegi.
De total de encarcelados por delitos de drogas, 79.3 por ciento fue por posesión de drogas, mientras 19.7 por ciento restante fue condenado por comercialización, transporte, suministro, siembra o producción.
Tales datos nos indican que las policías siguen el camino fácil de encarcelar a los que portan droga y no a los que lucran con ella. Eso debe cambiar. No debe haber presos por posesión de drogas, lo que amerita cuando mucho una sanción administrativa.
Pero de ahí a lanzarse a quitar toda restricción a la marihuana es un despropósito cuyos efectos no vamos a poder revertir.
Es mentira que con ello va a bajar la violencia, pues los narcotraficantes diversifican sus fuentes de ingresos y se dedican al secuestro, la extorsión y al trasiego de drogas duras.
Tampoco es compartible el argumento de que legalizando la marihuana se va a moderar el consumo. ¿Qué cálculo es ese? Facilitar el consumo va bajarlo, dicen. Falso.
Dicen que el alcohol es una droga tan o más dañina que la marihuana.
Puede ser. Pero no por eso vamos a meter una droga más al mercado.
Y es muy débil el argumento de que cada quien es libre de meterse al cuerpo lo que le venga en gana. Si eso es cierto, que quiten la obligatoriedad de las recetas médicas para los remedios porque soy libre de tomarme un licuado de Augmentin con Rivotril y Tafil.
Al Congreso le corresponde abrir la discusión resolutiva sobre el tema, con foros de especialistas en la materia, y no con el sentir de abogados por bien intencionados que sean.
Twitter: @PabloHiriart
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