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jueves, 4 de junio de 2015

Votar para exigir

Creo en el poder del voto. Creo que un voto sí hace la diferencia y que la suma de miles de votos hacen una enorme diferencia. Frente a la urna, nuestro poder es el mismo.

Creo que el voto es uno de los valores más preciados de la democracia y creo en el poder de decidir, de castigar a quien ya no queremos más, o de premiar y comprometer por la vía pacífica a quien nos parece la mejor alternativa.

Creo también que el tiempo puede confirmar si nuestro voto fue un acierto o un error y aun con este riesgo, prefiero el voto a renunciar a elegir y participar.

Recuerdo las fotografías en el museo del apartheid en Sudáfrica cuando la ciudadanía de aquel país eligió con el poder de su voto a Nelson Mandela como su presidente. Las recuerdo porque esas fotos aéreas parecen dibujar una interminable muralla que, al observarla con cuidado, son los miles y miles de ciudadanos que acudieron a las urnas y pacíficamente después de batallas sangrientas, cambiaron la historia de su país y del mundo.

Creo que en la soledad de la urna. Las dádivas, las despensas, los tinacos se desdibujan para algunos votantes que deciden por quien votar aun habiendo recibido todo aquello que les “obsequiaron”. Aunque para muchos otros, atrapados en la miseria o la amenaza, votaran por instrucciones.

No es un credo ingenuo. Sé muy bien de los chantajes, de la compra y coacción del voto que en este siglo XXI se intenta ejercer sobre diversos grupos de la población. Sé también de amenazas, presiones y del llamado al voto corporativo.

Sé que las maquinarias electorales de los partidos apuestan al llamado día “D” para revertir en unas horas lo que no lograron a lo largo de la campaña.

Sé también que la legislación electoral más reciente, salvo algunos avances, debilitó a la autoridad electoral, a quien ahora vemos incluso como sancionador de spots. Y sé también del reparto de cuotas partidistas que es una terrible perversidad y amenaza permanente a la democracia.

Sé que el abstencionismo es consecuencia de la indiferencia, del hartazgo ciudadano y también de las campañas de difamación, humillación y desprestigio. Las campañas negras cuando predominan sobre las propuestas, se convierten en un lodazal que inhibe a diversos sectores de la población para acudir a las urnas.

En elecciones muy competidas, de la mano de las campañas de difamación suele haber amenazas de la autoridad en turno para aquellos que deciden acompañar a los contrarios. Amenazas que a todas luces violan la ley y presionan para desincentivar de la peor manera la participación.

En el más doloroso de los casos, algunos candidatos se enfrentan directamente con amenazas, atentados e incluso la muerte.

Es mucho lo que debemos hacer para resolver estas realidades, algunas de ellas de altísimos costos y a todas luces inaceptables. Comprendo e incluso comparto un buen número de las razones de aquellos que promueven anular el voto, pero no coincido con su propuesta de que al anular el voto los partidos como respuesta se transformarán.

Creo que decirle no al voto es decirle sí a los mesiánicos y en innumerables casos. Decirle sí también a esas mafias a quienes todo conviene menos el poder de un voto en las urnas. Renunciar al voto es similar al propósito del crimen organizado por silenciar a quienes los denuncian y combaten. No es casual que en zonas de alta peligrosidad los criminales tengan un claro propósito de inhibir y amenazar la participación ciudadana.

Frente a las urnas podemos callar o decidir hablar con nuestro voto. Esta es nuestra voz y la depositamos para que se sume a muchos y le reste a otros su posibilidad.

Recientemente un buen número de elecciones se han resuelto con márgenes mínimos de diferencia, e incluso en algunos casos por sólo un voto o un par de ellos. De esta trascendencia resulta cada voto depositado en las urnas.

La democracia no empieza ni termina con el voto, pero sin el voto simple y sencillamente no existe.

Lo deseable es siempre tener la opción de lo mejor, del bien mayor, aunque en política también nos enfrentamos al mal menor.

Y aun frente a un mal menor, sigo creyendo que la mejor opción es votar.

Twitter: @JosefinaVM

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