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jueves, 18 de junio de 2015

La izquierda gana, pero pierde

Muchas son las paradojas e incógnitas con respecto al desempeño de la izquierda en las elecciones de 2015. Su partido dominante desde 1989 llegó debilitado por la mayor escisión que jamás haya sufrido. La segregación de López Obrador y su decisión de formar un nuevo partido dio al traste con la posibilidad inmediata de que la izquierda se convirtiera en una oposición numéricamente potente frente al partido en el gobierno o, incluso, frente a la oposición de centro-derecha representada por el PAN.

Por María Amparo Casar

Todos sospechaban que Morena representaría un desafío para el PRD, pero pocos pensaron que lo desfondaría para quedar casi a la par en la votación federal y con una mayor porción del pastel a repartir en la Asamblea Legislativa del DF.
Si de identificar un gran ganador de 2015 se trata, el candidato más obvio es López Obrador y su nuevo y personalísimo partido. Un verdadero candidato independiente, pues a nadie consulta, de nadie depende, con nadie comparte. Compite por primera vez y obtiene 8% de la votación federal y 35 diputados. Tal hazaña sólo la había conseguido precisamente el PRD, que en 1991 obtuvo también, en su primera elección: 8% del voto y 41 diputados. Aunque hay que decir que Morena no es un partido nuevo sino un pedazo del otro.
Paradójicamente, el PRD, el gran perdedor, es el único de los tres partidos grandes que gana en número absoluto de votos, pues pasa de 4.2 a 4.3 millones de votos, y el que menos pérdidas tuvo porcentualmente si se le compara con la elección intermedia anterior. Tanto el PRI como el PAN pierden más de un millón de votos cada uno y su votación porcentual disminuye, ocho puntos en el primer caso y siete en el segundo. En contraste, el PRD obtiene sólo un punto porcentual menos que en las últimas intermedias (2009 = 12%) y seis menos que en 2012. No obstante, se queda con apenas poco más de la mitad de sus puestos en la Cámara de Diputados, al pasar de 104 a 56.
Paradójicamente también, la izquierda unida —o como suelen corregirme, la autodenominada izquierda— tiene un espléndido desempeño si se hace una pequeña gran trampa y se toma como un todo. La suma de PRD, Morena, MC y PT (aunque éste perderá su registro) alcanzó un histórico 28% de la votación total. Tan sólo un punto por debajo del PRI y por encima de su punto más alto en 1997 (25%). En términos de votos, en la Cámara de Diputados la izquierda unida reuniría una bancada de 123 legisladores y se colocaría como segunda fuerza. De este tamaño es el costo de la escisión de la izquierda.
Los morenos y su líder pueden estar muy satisfechos, pero para un proyecto de izquierda viable los resultados no son como para echar las campanas a vuelo. Durante los próximos tres años la izquierda se presentará fraccionada frente a una coalición gobernante (PRI-PV-Panal) muy amalgamada y con una disciplina parlamentaria impresionante. Hacia 2018, milagro mediante, las posibilidades de llegar al poder vuelven a desdibujarse. Guste o no, la izquierda más moderada del PRD ayudaba a AMLO, que es visto con recelo por muchos sectores de la sociedad y, sobre todo, por muchos votantes. El PRD representaba una suerte de garantía de moderación frente a López Obrador. Algo así como lo que representó Fernando Elizondo para El Broncoen Nuevo León. Además, el PRD, ahora junto con Movimiento Ciudadano, que fue la otra sorpresa, daba a Morena una cobertura, si no totalmente nacional, sí mucho más allá de los tres estados en donde Morena concentró su votación: DF, Edomex y Veracruz.
Pero esa es la desgracia de la izquierda mexicana. El PRD y AMLO ya no podían convivir, en parte, por visiones sobre la estrategia y el programa a perseguir, pero, sobre todo, por una lucha de poder personal y grupal.
A raíz de la toma de posesión de Tabaré Vázquez en Uruguay, el 2 de marzo de 2005, la BBC reportaba que tres de cada cuatro de los 350 millones de habitantes de Sudamérica eran gobernados por presidentes de tendencia izquierdista. Se hablaba entonces de la marea rosa latinoamericana, para distinguirla del color rojo propio de los países comunistas. La tendencia de mandatarios izquierdistas se prolongó en el tiempo: José Mujica en Uruguay, Bachelet en Chile, Rousseff en Brasil, Medina en Dominicana, Evo Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, Correa en Ecuador, Sánchez Cerén en El Salvador, Ollanta Humala en Perú o Solís en Costa Rica.
México nunca ha pertenecido a ese club y habría que preguntarse por qué. No ha sido por la falta de figuras carismáticas capaces de liderar los procesos electorales y encabezar opciones de gobierno. Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como López Obrador tuvieron sobradas características de líderes, además de haber tenido experiencia en el gobierno de una de las capitales más complejas del mundo. La explicación puede estar en un electorado más conservador que el de cualquiera de los países de América Latina recién mencionados, pero también en el sempiterno divisionismo de la izquierda mexicana.
Twitter: @amparocasar

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