Que nadie se llame a sorpresa por estas serpientes incubadas en el seno de Europa, que hace décadas que, en la periferia de París, existen barrios donde el islamismo radical ha hecho cotos no disímiles a los de las comunidades que en México se rigen por “usos y costumbres”
Como en el caso de las caricaturas de Mahoma del danés Jylland Posten, los cartones de Charlie Hebdo no eran precisamente geniales. La revista parecía hecha por adolescentes para irritar a los cuadrados, donde no había mucho más allá de la travesura. Pero para esta niña de 12 años de rancia familia católica trasplantada sola a Francia, Charlie era un imperdible en mi educación sentimental, contrabandeado al internado de monjas viejas entre las páginas de otros libros que sí llevaban el Nihil Obstat para leerse con asombro y luz de linterna debajo de las sábanas. Solo dejé de comprarlo cuando cerró, en 1981, por quiebra; el proyecto siempre ha estado en apuros económicos por, entre otras cosas, rechazar publicidad oficial, lanzarse a la yugular de lo que muchos consideran sagrado y criticar inmisericordemente la hipocresía social, ideológica y corporativa.
Resucitó en su actual versión hasta 1992, habiendo nacido en los 60 llamándose Hara Kiri. El Estado la clausuró en 1970 por una broma sobre el recién muerto Charles de Gaulle y, para circunscribir la prohibición de publicar, el equipo se rebautizó como Charlie Hebdo, en honor al personaje de los Peanuts, sí, pero también al presidente francés en cuyo nombre fue cerrada.
Charlie fue de las pocas publicaciones en reproducir las caricaturas del Jyllands Posten en 2006, ganándose una demanda por racismo de la Liga Musulmana y de la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia que no procedió. En 2011 lanzaron un número que afirmaba haber sido editado por El Profeta y que llevaba el encabezado de “Charia Hebdo”, por el cual sus instalaciones fueron incendiadas. Ataques todos que quedan en nada comparados con el actual, que dejó 12 muertos a sangre fría: “Hemos vengado al profeta”, gritaban los asesinos mientras disparaban. Igual se oyen los gritos de los higaditos cuando dicen que el semanario se lo ganó, por irreverente.
Que nadie se llame a sorpresa por estas serpientes incubadas en el seno de la libertaria Europa, que hace décadas que, en la periferia de París, existen barrios donde el islamismo radical ha hecho cotos no disímiles a los de las comunidades que en México se rigen por “usos y costumbres”: calles donde la gendarmería no entra; donde las mujeres que afuera no usan velo completo se lo ponen allí apresuradamente bajo pena de ser golpeadas; donde las escuelas confesionales vespertinas enseñan la necesidad de destruir al infiel y donde los crímenes de honor permanecen más o menos impunes gracias en parte a cada vez más borrosa frontera entre el respeto medroso ante las prácticas religiosas o culturales y la violación de los derechos humanos o el franco delito, cuando menos como lo entiende la civilización occidental luego del pacto social moderno tras la revolución francesa.
Hoy los líderes del mundo marchan en defensa de la libertad de expresión por las calles de un París herido, y eso está bien. Pero no puedo dejar de preguntarme qué cartón habría publicado Charlie Hebdo al ver entre esos indignados al canciller ruso, al egipcio, al premier turco y, en un despliegue de oportunismo que enrojecería hasta a una estrella porno, a Netanyahu.
Sí, la libertad y la tolerancia que se viven en Europa se consiguieron a sangre y a fuego, al crisol de las revoluciones. Pero mantenerlas es hoy asunto de irreverencia y de desacralización, que la solemnidad y la corrección política han probado ser mejores amigos de las tiranías que cualquier pólvora. A bientôt, Charlie!
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