Indolencia e Ignorancia Empeoran la Crisis
Por Armando Sepúlveda Ibarra
Contra la esperanza de los gobernantes de volver a regodearse en su antigua y cómoda normalidad, aquella de la corrupción y la impunidad, ya vienen este 2015 tiempos más difíciles aún para México, a menos que, en un milagro de autocrítica y un chispazo de inteligencia, los empoderados decidan reflejarse en el espejo de su ineptitud y arrogancia y enfrentarse, con honestidad y sabiduría, a la irritante crisis política, económica y social que avanza amenazante sobre la gobernabilidad, las arcaicas instituciones y sus anquilosadas cúpulas burocráticas, a paso incontenible: al compás del vigor de la protesta social.
Ante el caudal de críticas, marchas y bloqueos contra la violencia, el autoritarismo, la violación de los derechos humanos, los crímenes de estado, las corruptelas de las altas burocracias, el desplome de la economía, la entrega del petróleo al gran capital, el aumento de la pobreza y el cinismo de la clase política, los señores en el poder simulan preocupación y vergüenza sólo con su oratoria hueca y mentirosa, ajena a la realidad, ponen oídos sordos a la contundencia de que, en palabras de Goethe, “ha llegado la hora del cambio” y esperan con impaciencia resurgir de entre sus cenizas como por arte de magia, sin mover un solo dedo para acotar su fracaso.
Aun con el asedio de la fatalidad, más grave todavía con la caída del peso frente al dólar y del precio del petróleo, nada parece despertar de su pasmo a la clase política en el poder desde que la descomposición general del sistema salió a flote y le estalló en sus inexpertas, autoritarias y corruptas manos, con las barbaries de Tlatlaya y Ayotzinapa y, como si quisieran perpetuarse en su mundo de oropel y, al fin, de mera fantasía rosa tipo cuentos de Walt Disney, viven en el limbo divorciados de la ciudadanía y sus problemas y, a lo mejor, hasta piensan que gozan de simpatía y popularidad entre los de abajo, las decenas de millones de marginados, a quienes más agravian y más usan para sus inmorales fines electoreros.
La verdad dispersó las cortinas de humo a partir del crimen de lesa humanidad de los normalistas en Iguala, despeñó a los gobernantes de su mediático y falso pedestal conquistado con saliva, dinero y prensa dócil, los dejó atónitos e indefensos y, de un día para otro, exhibió la precariedad de sus talentos para salvar a México aunque habían dicho, orgullosos y ufanos antes de la prueba inicial, que sabían “cómo hacerlo”.
Atenta e indignada, a la expectativa de la reacción oficial, la sociedad confiaba que para diciembre se harían una serie de cambios y el despido de medio gabinete, sólo por incapaz. Esperaba ajustes de fondo, menos que todo siguiera igual, salvo la novedosa decisión de último momento de cancelar el otrora soñado viaje del señor Peña Nieto a Davos, Suiza, al foro económico cuya tribuna ha sido el encanto de los neoliberales priístas para que los zopilotes de la globalidad agradezcan a los tercermundistas la entrega de sus recursos para saquearlos con el depredador poder transnacional. Mas el sabio retiro de la tribuna y los reflectores con que fantasean los de acá, con ansias de congratularse y lucirse ante el mundo global, obedeció a que como ya muchos analistas esperaban, tropezó el cacareado mexican momento con la triste realidad que develó hacia dentro y fuera del país un sistema político caduco con tintes propios de tiranías.
Atreverse a ir al foro así, con el fantasma de la barbarie, hubiera expuesto la debilidad del huésped de Los Pinos a la ironía de los anfitriones y a la ferocidad de los críticos y demás convidados al encuentro económico, donde hace un año el violento Michoacán desarmó la oferta del orgullo de Atlacomulco para los inversionistas extranjeros, una vez que el organizador abordó el virtual estado de excepción.
A tono con los malos aprendices de la política de a veras o de los más aptos o, mejor dicho, más astutos para el negocio de escasa transparencia con dineros públicos o el tráfico de influencias e intereses para sacar raja inmoral, las altas burocracias del nuevo PRI ignoran qué hacer y cómo ponerlo en marcha para escapar del callejón sin salida adonde las arrojó su incapacidad y soberbia, su heredada guerra de violencia y muerte, sus sistemática violación de los derechos humanos, su proverbial desprecio por la gente y su rapaz apetito por embolsarse ingresos de los recursos de la nación entre sus cuates y socios de ocasión, atentos y siempre prestos a desvalijar a los mexicanos, ahora bajo la voracidad del neoliberalismo. A su lado andan sin vergüenza los cabecillas de los partidos de oposición, hace rato domesticados en hermandad con los señores del poder, cuales pajes del rey y su corte, callados como si tuvieran una larga y sucia cola, escoltándolos en sus maniobras con sospechosos silencios, en especial cuando la prensa libre ha dado cuenta de la corrupción y el tráfico de influencias en las alturas y con empresarios consentidos para hacerse de mansiones, contratos de obras y otras complicidades que escandalizan a México y el extranjero y, sin embargo, hasta hoy nada pasa: todo se escurre en el entre el cinismo y el tiempo.
A pesar de que el proceso de deterioro de las instituciones y sus actuales representantes continúa en peligroso ascenso y, por naturaleza, los señores apoltronados en los mandos más altos pierden cada día más confianza y credibilidad y sus antes garbosas siluetas alcanzan ya ínfimos porcentajes de aprobación entre los connacionales, sus mentes perseveran en divagar y todavía ensueñan con que ya mero aterriza la prosperidad sobre el suelo mexicano. Vislumbran en su imaginación, con avaricia de banquero español en territorio conquistado, el arribo de decenas o centenares de miles de millones de dólares que – insisten encendiendo veladoras a todos los santos -- se preparan a traer las empresas transnacionales del petróleo para succionar el subsuelo mexicano y llevarse los recursos propiedad de la nación a cambio de unos miles de empleos, una renta miserable comparada con el valor real del energético cuando retome su precio, la contaminación y la pérdida de soberanía. Visto con simplicidad: el reparto del botín se divide entre las migajas para el erario contra los grandes negocios y comisiones, la tajada del león, para el gran capital doméstico y transnacional, el cuatismo y la selectiva burocracia que acecha los recovecos de los contratos y sus diezmos. Quisieran olvidar, no obstante, un aspecto toral: la violencia y la inseguridad, la corrupción y la impunidad y, como una tonta estrategia más, esta vez para vender al capital foráneo un México maravilloso y atractivo, aspiran a esconder de nuevo todas las calamidades bajo la alfombra con el burdo control de los medios de comunicación serviles y la descalificación a los críticos y al movimiento inconforme con el desastroso sistema político mexicano.
En un país que desde fuera se ve con mayor claridad cómo se desmorona junto con sus envejecidas instituciones entre la falta de oficio político, la ausencia de un programa de gobierno de verdad con la participación de la sociedad y la sobrada incompetencia y corrupción de la clase política gobernante y de su oposición, encarnada en las trasnochadas y cómplices cúpulas de las corrientes de derecha e izquierda mercantiles, ambas iguales de corruptas, los protagonistas de la debacle ilusionan que con discursos y promesas y una que otra ley de relleno que nunca se aplicará, con más demagogia y verborrea en boca de sus mejores merolicos de aldea estilo César Camacho Quiroz, ex gobernador del estado de México y gerente del nuevo PRI, sofocarán el gigantesco descontento e irritación de la inmensa mayoría de los mexicanos que han paseado su hartazgo por todos los rincones del país a partir de los crímenes de estado de Tlatlaya y Ayotzinapa, con el ultimátum de una renovación del rancio y corrupto sistema político mexicano para que escuche, atienda y sirva a los mexicanos y deje de acaparar los beneficios, los privilegios y las riquezas en las insaciables plutocracia y partidocracia que usufructúan camarillas como si fueran de su propiedad bajo el escudo de la simulación de la democracia.
Allí está el dilema: o cambian ahora o el fervor popular, harto de todo el andamiaje de la politiquería y de la descomposición de las instituciones, los cambiará a su tiempo, cuando llegue la hora…
armandosepulvedai@yahoo.com.mx
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