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lunes, 1 de julio de 2024

La Suprema Corte ante la reforma judicial: los ministros intentan salvar la casa en llamas

 


EL PAÍS reconstruye las maniobras de los integrantes del Poder Judicial Federal para buscar comunicación con el Gobierno entrante y atenuar los alcances de la elección de jueces por voto popular

 

El edificio del Poder Judicial Federal está en riesgo de demolición y los ministros de la Suprema Corte, los encargados de tutelar por el bien del inmueble, van de un lado a otro buscando alternativas para frenar la maquinaria o ganar tiempo. La reforma propuesta por el Ejecutivo de Andrés Manuel López Obrador plantea echar la casa judicial abajo por completo y construir una nueva de cero. Los ministros han salido de la perplejidad que les trajo el arrollador triunfo de Morena el 2 de junio y muchos han asumido la reforma como un hecho inevitable. Ante la emergencia, han comenzado a reaccionar.

Un grupo mayoritario busca con apremio tender un puente de comunicación con el entorno de Claudia Sheinbaum para intentar convencer a la presidenta electa de los inconvenientes y peligros que entraña la elección masiva de cargos judiciales por voto popular, el punto medular de la reforma. Mientras, otro corro de ministros, aún minoritario, apunta a que el primer paso para conciliar un proyecto intermedio es que Norma Piña deje la presidencia del Supremo y en su lugar sea nombrada un nuevo titular de transición. Este grupo cree que entregar la cabeza de la presidenta puede ser aceptado por el morenismo más radical como un gesto de buena voluntad de la Corte, después de los desencuentros entre la jueza y López Obrador. Un par de ministros, en este tiempo, incluso ha evaluado renunciar antes de tiempo.

EL PAÍS reconstruye a través de las voces de ministros y asesores de la Corte y del Consejo de la Judicatura, que han hablado bajo condición de anonimato, cuáles han sido las maniobras de los actores centrales del Poder Judicial Federal en la pugna en torno a la última gran y polémica reforma de López Obrador.

La iniciativa enviada por el Ejecutivo al Congreso destituye a 1.600 jueces, magistrados y ministros de un plumazo, para que sus lugares sean ocupados por otros elegidos por votación ciudadana en 2025. Este cambio significa destrozar el sistema de carrera judicial, instaurado en México en la reforma de 1994 y en el que los ascensos son escalonados y están determinados por cursos de formación y exámenes. En ese esquema, un taquígrafo puede llegar a convertirse en presidente de la Suprema Corte. Es la historia real del ministro Luis María Aguilar, que tiene 55 años en la judicatura y es el integrante más antiguo del Alto Tribunal. Por otro lado, según afirmaron los ministros en el Congreso el pasado jueves, el voto popular no solo no prioriza la formación de los postulantes, sino que abre la puerta a la lógica política, la del cabildeo, los eslóganes de campaña y las promesas vacías. La reforma propone también cambios profundos al funcionamiento del Poder Judicial —como reducir la SCJN de 11 a 9 integrantes o reestructurar el Consejo de la Judicatura—, pero el de la elección popular es el punto de quiebre.

 

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