Los gritos de López Obrador son algo a lo que están
acostumbrados en el gobierno de EU. Ya saben que lo hace para consumo
doméstico.
Por segundo día consecutivo, el presidente Andrés Manuel
López Obrador explotó contra el gobierno de Estados Unidos en reacción
continuada de su enojo por el reporte anual sobre derechos humanos que dio a
conocer el Departamento de Estado este lunes. El martes les exigió respeto y
que no se inmiscuyeran en los asuntos internos de México, y el miércoles, quizá
porque lo ignoraron en Washington y no le ofrecieron la disculpa que hubiera
esperado, escaló los epítetos. Los llamo poco serios y mentirosos, un país
anquilosado y en decadencia que, dijo, tiene que renovarse.
Mucho grito y pocas nueces.
La indignación del Presidente debió haber sido consecuente y
haber instruido a la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, para
que llamara al embajador estadounidense, Ken Salazar, y pedirle explicaciones o
hacerle un extrañamiento, rechazando el informe que hace cada año Foggy Bottom
sobre 200 países y territorios en el mundo. No lo hizo. Al parecer, por lo que
respondió a pregunta expresa en la mañanera, ni se le ocurrió. Tampoco parece
saber o entender que los insumos que utilizan en Washington para elaborar los
informes tienen como base los cables diplomáticos que les envía su embajada; o
sea, Salazar.
Los gritos de López Obrador son algo a lo que están
acostumbrados en el gobierno de Estados Unidos. Ya saben que lo hace para
consumo doméstico y a veces como distractor de problemas profundos, y no le
prestan atención. Lo hace únicamente cuando piensan o ven que el coraje se
traslada al tema migratorio y que deja entrar libremente, contra lo acordado,
indocumentados que tienen como destino final Estados Unidos, por lo que para
apaciguarlo y que siga haciendo lo que le pidieron, un muro en la frontera sur,
emiten un bálsamo en forma de declaración. Lo han hecho en otros momentos, con
lo cual serenan al Presidente, aunque nada cambia en el fondo.
En términos de la relación bilateral, el fondo es lo que
importa a Washington, mientras que la forma es lo único que le preocupa a López
Obrador.
El mismo día en que explotó contra el Departamento de
Estado, lo que sucedió de fondo en la relación fueron concesiones y cesiones
importantes de México a Estados Unidos.
Por la mañana, a petición del Presidente, el Senado autorizó
el ingreso a México de fuerzas especiales del Departamento de Defensa de
Estados Unidos, armados con su equipo bélico, para dar cursos de capacitación.
Esta acción insólita pasó casi desapercibida, pero para un Presidente que
presume de conocer de historia, el que tropas estadounidenses pisaran
territorio mexicano desde la expedición del Ejército de ese país para perseguir
a Francisco Villa, la contradicción entre su gestión y su reclamo muestra su
doble cara.
La aprobación en el Senado fue por una petición que hizo
López Obrador, en noviembre del año pasado, para que 11 soldados
estadounidenses armados entraran a México para dar un curso de capacitación de
enero a marzo. Ese ingreso fue limitado. Lo que ahora autorizaron al Presidente
fue la entrada de 180 elementos de la Compañía de Paracaidistas de la 82ª
División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos, que es una unidad de élite
de acción rápida y especializada en operaciones de asaltos en paracaídas en
zonas hostiles.
Y por la tarde, la secretaria de Economía, Raquel
Buenrostro, anunció aranceles a 544 productos asiáticos porque estaban
subvaluados y a bajos precios, que estaban desplazando a los productores
mexicanos. La decisión mexicana coincide con los reclamos que desde octubre le
ha hecho la representante comercial de la Casa Blanca, Katherine Tai, a
Buenrostro, y subsecuentes presiones de legisladores para exigirle que exprese
a México la competencia desleal que está causando. Si fue o no esa la
motivación del gobierno mexicano, debe servir para despresurizar el creciente
conflicto comercial que se estaba creando.
El Presidente dijo que no son serios en el gobierno de Estados
Unidos y que existen posiciones diferentes en la administración Biden. Para
López Obrador, quienes critican a su gobierno en Washington y dan a conocer
informes como los del Departamento de Estado, “están manejados por la derecha
internacional… una internacional de derecha apoyada en Estados Unidos; sabemos
que esos son los golpeadores, los halcones”.
Eso es lo que no es serio: que la derecha internacional tome
decisiones en el Departamento de Estado por encima ¿de la Casa Blanca? ¿Plantea
un choque entre el presidente y el secretario de Estado? Son fuegos
pirotécnicos para distraer a sus audiencias domésticas y las clientelas
políticas, buscando en el enemigo externo la cohesión interna, y una forma
sonora para no responder al contenido. No puede hacerlo porque los
señalamientos están documentados en México y buena parte de lo que incluyeron
en las secciones son actos públicos de presión y hostigamiento del Presidente.
Como el de los ataques a la presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, donde
la respuesta de López Obrador fue de molestia porque registraron lo que él
admitió ayer, el enfrentamiento contra el Poder Judicial.
López Obrador calificó el reporte sobre derechos humanos
como una “tomadura de pelo”. Pero lo que está haciendo con estas respuestas sí
es una tomadura de pelo. Si en realidad quisiera cambiar de fondo los términos
de la relación, no diría que mantendrá la cooperación con Estados Unidos. La
suspendería en su totalidad, no sólo efímeramente, como lo hizo recientemente
en protesta por las investigaciones que lo vinculan con el narcotráfico, y
dejaría de acatar las exigencias de la Casa Blanca sobre migración, el combate
al fentanilo, el comercio o las industrias estratégicas que quieren que se
instalen en México con recursos de Estados Unidos para garantizar su cadena de
suministro.
Pero López Obrador no puede romper con Estados Unidos,
aunque quiera, porque la economía de México colapsaría. Es lo correcto en
términos de país, pero también podría hacer algo más que gritos que no sirven para
nada y reproches en el circo de la mañanera, como una protesta formal y directa
con Salazar primero, Blinken después, y terminar con Biden. Eso sería serio, no
una pantomima política para salvar cara.
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