Una vieja y ruinosa parroquia del siglo XVII que desde 1950 estuvo bajo el agua de la presa Vicente Aguirre en la localidad de San Antonio Corrales del municipio de Alfajayucan, en el Valle del Mezquital, emergió, luego de que el nivel descendiera a 19 por ciento debido a la sequía.
Para llegar al templo de una torre dedicada a San Antonio de
Padua, hasta septiembre pasado, sólo era posible en una de las lanchas que se
podía alquilar en las orillas de la presa, pero ahora se llega a pie.
Los visitantes tienen que caminar unos 40 minutos desde la
desviación de la carretera México-Laredo, que conduce a la cabecera municipal
de Alfajayucan.
La historiadora pachuqueña Rosario González, egresada de la
Universidad Complutense de España, señaló que los arquitectos de la época
colonial construían este tipo de edificios de una torre para indicar que se
veneraba a un santo varón, como la parroquia de San Antonio Corrales, y les
colocaban dos torres cuando se trataba de honrar a una santa o alguna virgen.
Dentro de la capilla, donde hay un montículo de piedras que
se han desprendido del techo y los muros, aún se puede observar una deteriorada
pintura de San Antonio de Padua, única imagen que durante siglos sirvió de
centro ceremonial de los pobladores del pequeño pueblo de origen otomí.
A pesar de que en Alfajayucan se alcanzan temperaturas de 30
grados centígrados, la humedad de las paredes del templo la mantiene en un
ambiente fresco donde prevalece olor a tierra mojada. Sus muros incluso han
sido grafiteados por jóvenes, quienes lo han convertido en centro de reunión.
Mi abuelito recuerda que afuera de la iglesia se hacían los
naranjazos, batalla pacífica, en la que los pobladores se lanzan naranjas
durante la celebración de los carnavales en víspera de Semana Santa, contó don
Menesio, habitante de la localidad.
En 1950, por decreto del entonces presidente Miguel Alemán,
se construyó la presa Vicente Aguirre. En aquella época, los encargados de hacer
la obra en ningún momento preguntaron a los pobladores de San Antonio y otras
localidades si estaban de acuerdo con la construcción y la ubicación del
embalse.
Los lugareños narran que sus abuelos les platicaban que en
1948 o 1949 un día llegaron funcionarios del gobierno estatal y federal y
avisaron a los vecinos que los que vivían en el perímetro de la presa que se
tenían que marchar.
Tras el desalojo echaron el agua e inundaron el lugar sin
derruir la parroquia y con la cooperación de los fieles creyentes se construyó
otra dedicada a San Antonio.
Pese a todo, la presa benefició a quienes viven en San
Antonio y otras localidades como Zozea, que se convirtió en un poblado de
pescadores de tilapia, los que transformaron la orilla en un atractivo turístico;
venden peces fritos y brindan paseos en lancha al lugar que cada año es
visitado por pelícanos.
Sin embargo, por el estiaje, que ya secó la parte de la
presa de San Antonio los pescadores temen que lo mismo ocurra en la parte que
corresponde a Zozea, por lo que demandan apoyo de autoridades locales y
federales.
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