Andrés Manuel López Obrador nunca ha sido tímido sobre sus ambiciones. El presidente mexicano piensa en su legado en términos de décadas y siglos, habiendo etiquetado pomposamente a su Gobierno como la “cuarta transformación” del país, después de las revoluciones que dieron forma al México moderno entre 1810 y 1917.
Pero, a menos de 17 meses de que termine su sexenio, el
legado de López Obrador se enfrenta a un gran obstáculo: la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, en concreto, su presidenta, Norma Piña.
El máximo tribunal del país sopesa actualmente varias
controversias constitucionales que tienen el potencial de socavar
significativamente los grandes planes de reforma del Gobierno. Esta semana, por
ejemplo, rechazó parte de un controvertido proyecto de ley electoral que
pretendía debilitar la supervisión independiente de las campañas electorales.
El mes pasado, se pronunció en contra de un proyecto de ley igualmente polémico
aprobado por el Congreso, controlado por el Gobierno, para poner a las fuerzas
armadas de seguridad nacional (la Guardia Nacional) bajo control militar.
Dichas propuestas forman parte de los profundos cambios
constitucionales que el presidente, conocido como AMLO, considera parte crucial
de su mandato. No solo quiere reducir el poder del organismo autónomo que
organiza las elecciones, al que ha acusado repetidamente de ser parcial, sino
que también pretende ampliar el papel del Estado en el mercado energético. Sin
embargo, AMLO carece de los votos en el Congreso para modificar la
Constitución y no está dispuesto a negociar con la oposición, por lo que
optó por acelerar la legislación, la cual luego fue impugnada en los
tribunales.
En su decisión de esta semana, la Suprema Corte determinó
que el proceso acelerado no era el correcto. Esto sugiere que otras partes de
la propuesta —así como otro conjunto de reformas igualmente importantes que se
aprobaron vía fast track en abril— también podrían ser anuladas.
Las sentencias auguran un periodo de mayor tensión
institucional en México, un país que suele ocupar los últimos puestos en las
clasificaciones mundiales de gobernanza, a partir de ahora y hasta el final del
mandato de AMLO en septiembre de 2024.
En estos momentos, la Corte se erige como el único
contrapeso a AMLO, que goza de una gran popularidad y se enfrenta a una
oposición debilitada que no ha logrado articular una alternancia política. Los
enfrentamientos se han hecho más evidentes desde que sus pares nombraron
a Piña, la primera mujer presidenta de la Corte, a
principios de este año.
Piña tiene derechos de voto similares a los de los
otros diez magistrados; sin embargo, ha demostrado que será independiente. En
febrero, se negó a levantarse cuando AMLO entró en la sala durante una
ceremonia por el aniversario de la Constitución. Su discurso también llamó la
atención. “Un poder judicial independiente es un pilar de nuestra
democracia”, dijo ante la mirada del presidente. “Tenemos la responsabilidad de
preservarlo y fortalecerlo”.
El presidente respondió con su retórica habitual, acusando a
los jueces de ceder a la presión de sus enemigos políticos y amenazando con
buscar otra reforma constitucional para que los jueces sean elegidos por votación popular. Su Gobierno
ha advertido previamente que anular la reforma electoral, aprobada después del
inicio del ciclo electoral, pondría de hecho a la Corte por encima del
congreso.
“En un acto de prepotencia y de autoritarismo, se atreven a
cancelar la ley los ministros”, dijo AMLO a la prensa al día siguiente de la
decisión de la Corte, sugiriendo que se recorte su financiación. El presidente
intenta utilizar el caso como otro ejemplo más de los poderes “neoliberales”
que frenan el progreso de México, un argumento que le ha servido a lo largo de
su carrera.
Pero AMLO debe estar lamentando haber dejado estas
propuestas para la última parte de su mandato tras perder la mayoría
legislativa de la que él y sus aliados disfrutaban hasta 2021, para reformar la
Constitución. Con la legislación del presidente en el limbo y la atención cada
vez más centrada en sus sucesores, AMLO está luchando por su legado de la única
manera que puede: retóricamente.
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