Los partidos pueden no gustar a la mayoría de la sociedad civil, y menos aún sus dirigencias de hoy. Ni ‘Alito’ ni Marko ni Jesús concitan vítores.
Ubíquese en el domingo 26 de febrero. En decenas
de ciudades, miles y miles de ciudadanos participan en concentraciones masivas.
El Zócalo de la Ciudad de México y muchas otras plazas
públicas en el país estuvieron a reventar.
Quienes acuden lo hacen teniendo como objetivo la
defensa del INE, pero en gran medida también el rechazo a las intenciones
y políticas de la 4T, del presidente López Obrador, de Morena y sus aliados.
Los convocantes a estas concentraciones no son los
partidos, son organizaciones ciudadanas, que muestran una capacidad de
movilización que sorprende a todos.
Además, es la segunda ocasión, luego de las marchas del 13
de noviembre, también multitudinarias.
Pareciera que las organizaciones ciudadanas han barrido
ya con los partidos opositores, algunos de cuyos dirigentes se hacen presentes
tímidamente en las movilizaciones.
Esta asimetría hace creer a algunos que para 2024, será
justamente la sociedad civil, esa que llena las plazas, la determinante
para definir a la candidata o candidato presidencial de una eventual alianza
opositora.
Hoy estamos a 12 de mayo. Han pasado ya dos meses y
medio de las grandes concentraciones de febrero, y no hay aún ningún
acuerdo respecto al método para definir a un eventual candidato o
candidata de la alianza opositora.
Diversas organizaciones de la sociedad civil piensan que el
músculo político que mostraron les da el derecho a definir cómo habrá
de elegirse a su abanderado, pues piensan que el candidato será de la sociedad
civil, no de los partidos.
Pero resulta que los partidos políticos que forman esa
alianza consideran que en la medida que será un candidato registrado por
ellos, también eso implica tener la última palabra respecto al método
de selección.
Y en esos dimes y diretes la oposición está atorada.
Si hubiera una figura opositora indiscutible, por su nivel
de reconocimiento, carisma con las multitudes, capacidad, experiencia y
posibilidades de crecer en una campaña, entonces no habría ni discusión.
Pero no la hay.
Hay personajes que tienen capacidades y habilidades
diferentes. Quizás algunos sean un poco más populares que otros, pero no
hay alguien que claramente destaque sobre todos los demás.
Por esa razón, la definición de un criterio de
selección que sea aceptado por partidos, organizaciones de la sociedad
civil y por los propios aspirantes, es crucial para que exista la oportunidad
de contar con una candidata o candidato competitivo.
Algunos suponen que el procedimiento pudiera ser muy
sencillo al aplicar una encuesta y sobre esa base definir al más
popular como el candidato.
El proceso no puede ser tan lineal. Sería necesario
también definir el potencial de crecimiento de los aspirantes.
Es diferente elegir a quien tiene 20 puntos de las
preferencias y ese es su tope a otro que tenga el mismo porcentaje pero que
vaya en ascenso.
Pero, además, se requiere que los aspirantes sean
aceptables para los partidos políticos.
Los partidos pueden no gustar a la mayoría de la sociedad
civil, y menos aún sus dirigencias de hoy. Ni Alito ni Marko ni
Jesús concitan vítores.
Pero resulta que, salvo que alguno de los aspirantes se
postule como candidato independiente, serán los partidos los que postulen al candidato
o candidata.
El grado de dificultad puesto a los candidatos
independientes en el sistema electoral mexicano desalienta.
Y, además, los malos resultados del primer gobierno estatal
ganado por un candidato independiente en Nuevo León, El Bronco, desacreditan
a los independientes, más allá de algunas exitosas experiencias municipales.
Si se quiere tener la perspectiva de un candidato
competitivo, éste deberá ser respaldado por los partidos.
Por eso, la clave del presente es que en el lapso de un
mes o poco más, se resuelva el tema del método para designar
candidato de una alianza opositora.
Si no es así, como muchas veces le hemos dicho en este
espacio, Morena tendrá un día de campo en 2024.
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