No deja de ser contradictoria la fortaleza de la monarquía en una nación donde surgió la clase obrera desde mediados del siglo XIX y emergió el socialismo de Carlos Marx.
Las primeras monarquías de las que existe registro datan de
hace más de tres mil años en Sumeria, en la vieja Mesopotamia, y Egipto. Pero
la más longeva, la de los mil años, y la más admirada es la británica, que con
la asunción automática del príncipe de Gales como Carlos III tras la muerte de
su madre, Isabel II, se convirtió en el decimocuarto monarca de un modelo de
gobierno patriarcal que mantuvo la continuidad en los últimos 70 años, pese a
todos los cambios sociales que vivió el mundo. La monarquía británica es un
anacronismo que desafía el sentido común de un mundo que está luchando contra
la desigualdad y que ayer, al vestirse de luto por Isabel II, rindió un
involuntario homenaje a un sistema de estratificación social. ¿Alguien se
imagina una mayor paradoja?
Por años, los británicos han hecho una autocrítica de su
propia esencia, desde el punto de vista académico, hasta la cultura popular. En
1971 se estrenó una serie de televisión que los marcó, Upstairs,
Downstairs, que se traduce como El piso de arriba y el piso de abajo, que
exploraba la dinámica entre quienes lo tenían todo y los que no, los ricos y los
pobres, los patrones y los sirvientes, que inspiró una de las series más vistas
del siglo, Downton Abbey, La Abadía Downton, entre cuyos momentos
románticos se podía apreciar el papel de la aristocracia como cohesionador
social, como patrón y gobierno en espacios feudales.
Downton Abbey muestra una evolución social lenta y los
cambios demográficos al iniciar el siglo 20, pero sin abandonar el capitalismo
de la Edad de Oro de la aristocracia post-Edwardiana y su clara diferenciación
de clases. No deja de ser contradictoria la fortaleza de los sangre azul, como
coloquialmente se establecían las diferencias con los plebeyos, en una nación
donde surgió la clase obrera desde mediados del siglo 19 y emergió el
socialismo de Carlos Marx. Pero esa absurda dialéctica se mantiene.
Isabel II representaba esa cultura, y la practicaba. El año
pasado, una reveladora entrevista que Oprah Winfrey le hizo al príncipe Harry y
a su esposa, Meghan Markle, hizo pública una conversación con un miembro de la
casa real mientras estaba embarazada de su primer hijo, que le dijo que no le
darían ningún título nobiliario, ni seguridad, porque no sabían si iba a tener
la piel oscura, porque su abuela materna era negra.
El clasismo de la aristocracia y sus narices levantadas no
era lo único. La monarquía británica, la más cara de todas las que aún
sobreviven, es una sanguijuela para los contribuyentes británicos. La última
auditoría del Subsidio Soberano dada a conocer en junio, reveló que el costo de
la corona británica para los contribuyentes durante el año fiscal 2021-2022 fue
de 23 mil 617 millones de pesos al tipo de cambio actual, un incremento de 17
por ciento respecto del año previo. Isabel II, únicamente, tenía una fortuna de
8 mil millones de pesos, y como jefa de Estado, las propiedades reales incluían
una gran parte de tierra en el centro de Londres y la mitad de las tierras en
la costa en Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, así como el famoso hipódromo
de Ascot.
Por lustros se ha debatido en la prensa británica si se
debería abolir la monarquía, pero la discusión no ha prosperado, pese a las
crisis económicas que han plagado al Reino Unido durante estos años. Una
encuesta previa al Jubileo de Platino tras 70 años en el trono, reveló que seis
de cada 10 británicos pensaban que debía seguir la monarquía, y sólo dos de
cada 10 consideraban que la jefa o jefe de Estado debía ser electa. Más de ocho
de cada 10 personas arriba de los 65 años estaban por dejar a la Corona con
todo su brillo, aunque entre aquéllos entre 18 y 24 años, las tendencias se
dividían, 33 por ciento por ciento a favor de la monarquía y 31 por ciento en
contra. El respaldo a la monarquía sólo cayó 13 por ciento en una década, lo
que muestra la proclividad a su continuidad porque consideran (56 por ciento)
que es una institución buena para la nación.
Qué vendrá en el futuro, nadie sabe. El prestigio de la
monarquía británica estaba asociado con la imagen de Isabel II, pero como
publicó ayer el semanario más influyente del mundo, el londinense The
Economist, su muerte marca el fin de una era. “Habrá banderas a media
asta, múltiples ceremonias y tocarán las campanas, pero por ahora habrá
inquietud”, agregó.
“Es difícil imaginar a la Gran Bretaña sin Isabel II, en
buena parte porque casi la mayoría sólo la ha conocido a ella. Murió a los 96
años tras haber llegado al trono a los 25. El fin de su reinado será marcado
con superlativos. Isabel II era la monarca más vieja en la Gran Bretaña y en el
mundo. Su imagen apareció en más monedas que cualquier otra figura viviente. La
suya fue quizá la imagen más reproducida en el mundo”.
Pero el carisma no se transmite por ósmosis, como tampoco
hay metamorfosis con los amores. El príncipe Carlos, que durante años esperó
sucederla, tantos que pareció haberse resignado y aceptado que sería uno de sus
hijos quien realmente asumiría el trono, se convirtió ayer en rey, con lo cual,
la inquietud que señaló The Economist, añadirá la incertidumbre sobre el
futuro de la casa Windsor. Una encuesta reveló que 84 por ciento de los
británicos consideraba que Isabel II había hecho un buen trabajo en los 70 años
de su reinado, pero sólo 57 por ciento pensaba que Carlos lo haría igual.
La Gran Bretaña, o si se quiere llamar Reino Unido,
atraviesa tiempos críticos, con creciente hambruna, fríos y temores por el
futuro, al tiempo que la descolonización continúa. Isabel II era la jefa de
Estado en solamente 14 países, y cabeza de la Mancomunidad Británica, una
asociación voluntaria de 54 Estados. Pero de aquel viejo imperio victoriano ya
sólo queda la nostalgia y el desgaste.
No hay comentarios :
Publicar un comentario