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lunes, 24 de enero de 2022

La sucesión de López Obrador y las crisis sexenales


 

Enrique Quintana

 

El mayor desafío del presidente López Obrador será concluir su sexenio sin que se presente una crisis política o financiera. Tal vez muchos ya no lo recuerden, pero en la historia de México los procesos sucesorios y el fin de sexenio traían consigo lo que se llegó a conocer como ‘crisis sexenales´.

Al término de los sexenios estallaba una situación de inestabilidad política o financiera asociada en algunas ocasiones a temas vinculados con la sucesión presidencial. Hagamos un poco de historia.

Hasta el año 2000, el PRI y sus antecesores encabezaron la presidencia de la República desde que en marzo de 1929 Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario. En sentido estricto, no existía en México una democracia como hoy la conocemos. Solo un partido podía, de facto, encabezar la presidencia.

Y los usos y costumbres de la política mexicana establecieron que el presidente en funciones designaba al candidato presidencial del partido en el poder, lo que en términos prácticos significaba elegir a su sucesor en la presidencia.

Esa designación consideraba tanto las preferencias personales del mandatario como sus intereses y la percepción del entorno político que existía. La verdadera competencia por la presidencia de la República no ocurría a través de un proceso electoral sino era la que ocurría entre los aspirantes del partido en el poder.

Y era una lucha por ganarse la voluntad del presidente. Por convencerlo de que ellos eran su mejor opción.

Entre 1934 y el año 2000 así se designaron los candidatos del PRI y sus antecesores.

El triunfo de Vicente Fox y la primera alternancia en el poder ejecutivo rompieron este ciclo.Sin embargo, hoy, ante el entorno actual en el cual Morena tiene una amplia mayoría en las preferencias electorales y los partidos opositores, por lo menos hasta ahora, no representan una opción debido a su debilidad, pareciera que la sucesión se va a parecer a lo que ocurría en los viejos tiempos, con todos los riesgos que ello trae consigo.

Un caso que muchos recuerdan se presentó en 1993. La designación de Luis Donaldo Colosio como candidato generó división y desató la furia de Manuel Camacho. El asesinato de Colosio, la rebelión zapatista, y los hechos políticos de aquel año trágico produjeron una división entre el candidato priista triunfante, Ernesto Zedillo, y el presidente Salinas.

La falta de coordinación convirtió en una crisis mayúscula lo que hubiera sido quizás solo una situación delicada y un freno al crecimiento.

Otras crisis habían ocurrido en el pasado. Al final del periodo de Díaz Ordaz, una crisis política; en 1976, una crisis financiera; en 1982, una grave crisis de deuda a la que se respondió con la expropiación bancaria.

Y también produjo una crisis política en 1988 tras una secuencia de crisis financieras durante casi todo el sexenio de Miguel de la Madrid. En suma, al final de sus periodos, y en el marco de la lucha interna entre los aspirantes a sucederlos, los presidentes perdieron el control de la gobernabilidad del país.

La concentración del poder, las fracturas internas y la pérdida de confianza de los inversionistas, sacudió muchas veces al país.

Pensamos que la institucionalidad democrática que se construyó en este siglo había desterrado el riesgo de pasar otra vez por esas crisis de fin de sexenio.

El problema es que hoy, esas instituciones que dieron estabilidad, están bajo asedio.

Esperemos que como país, hayamos aprendido las lecciones que esta larga historia nos dejó y que no tengamos que vivir una nueva crisis de fin de sexenio que costaría mucho dolor a millones de mexicanos

 


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