El mayor desafío del presidente López Obrador será concluir
su sexenio sin que se presente una crisis política o financiera. Tal vez
muchos ya no lo recuerden, pero en la historia de México los procesos
sucesorios y el fin de sexenio traían consigo lo que se llegó a conocer como
‘crisis sexenales´.
Al término de los sexenios estallaba una situación de
inestabilidad política o financiera asociada en algunas ocasiones a temas
vinculados con la sucesión presidencial. Hagamos un poco de historia.
Hasta el año 2000, el PRI y sus antecesores encabezaron la
presidencia de la República desde que en marzo de 1929 Plutarco Elías Calles
fundó el Partido Nacional Revolucionario. En sentido estricto, no existía
en México una democracia como hoy la conocemos. Solo un partido podía, de
facto, encabezar la presidencia.
Y los usos y costumbres de la política mexicana
establecieron que el presidente en funciones designaba al candidato
presidencial del partido en el poder, lo que en términos prácticos
significaba elegir a su sucesor en la presidencia.
Esa designación consideraba tanto las preferencias
personales del mandatario como sus intereses y la percepción del entorno
político que existía. La verdadera competencia por la presidencia de
la República no ocurría a través de un proceso electoral sino era la que
ocurría entre los aspirantes del partido en el poder.
Y era una lucha por ganarse la voluntad del presidente. Por
convencerlo de que ellos eran su mejor opción.
Entre 1934 y el año 2000 así se designaron los candidatos
del PRI y sus antecesores.
El triunfo de Vicente Fox y la primera alternancia en el
poder ejecutivo rompieron este ciclo.Sin embargo, hoy, ante el entorno actual
en el cual Morena tiene una amplia mayoría en las preferencias electorales y
los partidos opositores, por lo menos hasta ahora, no representan una opción
debido a su debilidad, pareciera que la sucesión se va a parecer a lo que
ocurría en los viejos tiempos, con todos los riesgos que ello trae consigo.
Un caso que muchos recuerdan se presentó en 1993. La
designación de Luis Donaldo Colosio como candidato generó división y desató la
furia de Manuel Camacho. El asesinato de Colosio, la rebelión zapatista, y los
hechos políticos de aquel año trágico produjeron una división entre el
candidato priista triunfante, Ernesto Zedillo, y el presidente Salinas.
La falta de coordinación convirtió en una crisis mayúscula
lo que hubiera sido quizás solo una situación delicada y un freno al
crecimiento.
Otras crisis habían ocurrido en el pasado. Al final del
periodo de Díaz Ordaz, una crisis política; en 1976, una crisis financiera; en
1982, una grave crisis de deuda a la que se respondió con la expropiación
bancaria.
Y también produjo una crisis política en 1988 tras una
secuencia de crisis financieras durante casi todo el sexenio de Miguel de la
Madrid. En suma, al final de sus periodos, y en el marco de la lucha interna
entre los aspirantes a sucederlos, los presidentes perdieron el control de
la gobernabilidad del país.
La concentración del poder, las fracturas internas y la
pérdida de confianza de los inversionistas, sacudió muchas veces al país.
Pensamos que la institucionalidad democrática que se
construyó en este siglo había desterrado el riesgo de pasar otra vez
por esas crisis de fin de sexenio.
El problema es que hoy, esas instituciones que dieron
estabilidad, están bajo asedio.
Esperemos que como país, hayamos aprendido las lecciones que
esta larga historia nos dejó y que no tengamos que vivir una nueva crisis de
fin de sexenio que costaría mucho dolor a millones de mexicanos
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