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miércoles, 28 de noviembre de 2018
Ingenuo juzgar a Díaz sin juzgar a otros presidentes
Al evaluar qué tan héroe o villano fue Porfirio Díaz comparado con los gobiernos recientes, si puede hoy ser revalorizado, traer sus restos e incluso rendirle honores de Estado, el historiador Emilio Kourí, director del Centro Katz de Estudios Mexicanos de la Universidad de Chicago, afirma tajante:
“A cien años de la muerte de Porfirio Díaz, México sigue siendo un país brutalmente desigual.”
Vía telefónica desde Chicago, el investigador (coautor con Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México, del libro Revolución y exilio, apunta que en la percepción sobre Díaz influyen, por un lado, la imagen elaborada en décadas recientes por los historiadores y por otro la de la historia patria.
Dice entonces acerca de la revalorización que en cierta medida algunos historiadores ya han hecho y mostrado a un Díaz mucho menos omnipotente, menos poderoso y con menor control de la situación política y social. Incluso en algún momento se le presentó más negociador con las fuerzas de élite regional e internacional, lo cual redundó en un bien para el país.
Por otro lado, añade, las críticas hechas al final de su mandato y después de la Revolución, “que son fundadas”: La concentración del poder y la riqueza, que se manifestaron particularmente en la distribución de la tierra y el poder de los hacendados; la falta de libertad de expresión; y la falta de libertad política:
“Una dictadura, yo creo que eso no es discutible.”
Pero considera también cierto “que toda revolución necesita un antiguo régimen alrededor del cual fundar su propia legitimidad y la Revolución Mexicana no es la excepción, construyó como debía hacerlo un Porfiriato en el que hoy en día pensamos que se conjugaron una serie de críticas absolutamente válidas con una serie de simplificaciones”.
Llama la atención sobre cómo la retórica de la Revolución, “necesaria para justificar al nuevo régimen, crea un Díaz aberrante –esa es la palabra– y lo promueve de una manera muy eficaz a través de la educación pública, de la creación de héroes nacionales, de tal modo que Díaz aparece en esa narrativa, que es la que se divulga públicamente, como una figura fuera del patrón normal de la conducta mexicana, un dictador, un déspota, un asesino.
“No que no haya sido todo eso. Lo interesante es que tanto algunos de sus éxitos como muchas de sus lacras, por llamarlas así, son francamente comunes al cuerpo político mexicano de esa época. Y en muchos casos siguen estando ahí con mayor o menor variedad.
“La Revolución sí corrigió muchas cosas, abrió el espacio político a la participación de fuerzas que habían estado excluidas, redistribuyó las tierras de modo significativo, reorganizó en muchos sentidos la forma del Estado, pero la represión política, el autoritarismo y, sobre todo, la enorme desigualdad económica, si bien son críticas que se le pueden hacer a Porfirio Díaz, son también válidas hoy. En ese sentido, pensar en Díaz como el villano de la historia es una simplificación que no ayuda a nadie.”
Desigualdad persistente
El profesor de historia cita los datos dados a conocer por “mi amigo” el economista Gerardo Esquivel, de Oxfam México, acerca de la desigualdad extrema en México. Señala el estudio que el 1% de los mexicanos concentra casi la mitad de la riqueza, que los hombres más ricos en el país han quintuplicado su riqueza y se ha exacerbado la brecha de la desigualdad.
“Llama la atención cómo, a cien años de la muerte de Porfirio Díaz, México siga siendo un país brutalmente desigual, con una concentración de la riqueza extraordinaria y, claro, la riqueza ya no está en la tierra, en la agricultura… ¡bueno, en la minería sí!.”
Lamenta el especialista que no haya datos tan precisos sobre el régimen porfirista. Si bien en su ensayo “La República Restaurada y el Porfiriato”, del libro Nuevos ensayos mexicanos (Era, 2006), Friedrich Katz da cuenta del desarrollo económico del país bajo el régimen de Díaz, cuando se desarrolló una parte de la industria agrícola, se pasó de la explotación de oro y plata a la de otros metales, se elevó la producción de henequén y hule, entre otros, y llegaron inversiones del extranjero. Pero, asienta el fallecido historiador, se produjeron “disparidades sin precedentes” en el campo, y no se apoyó a la industria nacional, además de que se arrebataron tierras a los campesinos del sureste, entre otras acciones negativas.
Añade que si se compara a Díaz con otros presidentes que ha tenido México, “aunque suene controvertido, no sería el peor, es importante decirlo porque no se trata necesariamente de hacer juicios puramente morales… La historia en cada momento es diferente y es difícil comparar.
“Querer poner a Díaz y decir que está más allá de lo aceptable y no incluir dentro en ese juicio a varios otros presidentes es ingenuo, repito, muchas de las críticas que se le han hecho deberían hacerse a Gustavo Díaz Ordaz, por ejemplo.”
Con lo que no está de acuerdo, insiste, es en que se juzgue a Díaz como “una figura atípica, aberrante, única, de un pasado déspota y represivo que la Revolución de alguna manera erradicó”, porque no es cierto, la Revolución transformó algunos vicios pero ha mantenido otros.
Él prefiere alejarse de los juicios que quieren entronizar a Díaz como el gran héroe, el gran presidente de México, aunque sí considera que fue “uno de los más importantes que ha tenido México desde la Independencia, por su impacto y legado tanto bueno como malo, así hay que juzgarlo”.
“Me parece impensable, imposible, que pueda ser reivindicado de tal manera que reciba honores oficiales en su repatriación a México, porque no se puede negar el daño, las consecuencias negativas, que su mandato tuvo.”
Y concluye que posiblemente en la historiografía haya cambios que vayan reconociendo la parte del desarrollo de la infraestructura mexicana, pero es “difícil erigirlo como ejemplo de ninguna cosa, supo aprovechar lo que los historiadores refieren como la segunda revolución industrial mundial… Lo cierto, lo innegable, es que los costos sociales fueron elevados para mucha gente para la cual el auge económico del Porfiriato no significo sino cosas malas”.
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