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miércoles, 17 de octubre de 2018
Una historia de amor y una lección de dignidad, el rastro de Vera Caslavska
La Primavera de Praga floreció en México en octubre: plantó esa semilla una gimnasta de 26 años, una de las mejores de todos los tiempos, que, además de ganar en los Juegos Olímpicos de 1968 seis medallas, aprovechó el viaje para defender la dignidad de un país humillado.
Y aún le sobró tiempo para casarse.
Vera Caslavska (Praga, 1942) ya era una estrella de la gimnasia mundial cuando llegaron esos Juegos de México que este año celebran su 50 aniversario. Había ganado una medalla de plata en Roma'60 y tres oros y una plata en Tokio'64.
En Japón había conocido a un atleta de su propia delegación, el mediofondista Josef Odlozil, subcampeón olímpico en 1.500 m. Se enamoraron y se hicieron una promesa: si Vera revalidaba en 1968 su título en el concurso completo y Josef repetía final en 1.500, contraerían matrimonio en la Villa Olímpica de México.
Pero la Historia, con mayúscula, se cruzó en el camino de Caslavska.
En enero de 1968 un abogado de brillante trayectoria llamado Alexander Dubcek fue nombrado primer secretario del Partido Comunista Checoslovaco. Tras dos décadas de férreo control político por parte del aparato, la llegada al poder del "socialismo de rostro humano" de Dubcek supuso una apertura evidente -liberación de presos, relajación de la censura- que fue bautizada como 'La Primavera de Praga'. Moscú expresó abiertamente su malestar.
El escritor y periodista checo Ludvik Vaculik redactó el Manifiesto de las Dos Mil Palabras, animando al pueblo a defender las reformas y resistir las presiones soviéticas. Entre las firmantes del documento figuraba Vera Caslavska.
La reacción soviética, con la invasión de Checoslovaquia para sofocar la revuelta, fue tan fulminante como la caída en desgracia de la gimnasta, que huyó a Sumperk, un pueblo en las montañas, para preparar los Juegos de México sin ser detenida.
Allí practicó su ejercicio de asimétricas en las ramas de los árboles, el de barra sobre un tronco derribado y el de suelo haciendo piruetas en el campo. Solo en el último momento obtuvo permiso para viajar a México con la delegación checoslovaca.
En el Auditorio Nacional de la capital mexicana hizo lo que mejor sabía hacer: ganar. La checoslovaca cautivó al público al presentar sus ejercicios de suelo con canciones mexicanas como 'Jarabe Tapatío' o 'Allá en el rancho grande'. De inmediato fue acogida como hija predilecta.
Pero incluso en su hábitat, el de la gimnasia, sufrió el zarpazo depredador. Una puntuación sospechosamente baja le quitó el oro en barra y, en suelo, una revisión insólita de la nota la obligó a compartir la victoria. En ambos casos, en beneficio de una gimnasta soviética. Caslavska, rebelde, bajó los ojos y no miró ni a sus rivales ni a sus banderas cuando sonó el himno del país invasor.
Terminó su participación con oro en concurso completo, suelo, salto y asimétricas y plata en barra y por equipos. Se convirtió así en la única gimnasta, hombre o mujer (y lo sigue siendo), en ganar alguna vez todas las pruebas olímpicas.
Mientras tanto, su novio también cumplió con su parte del trato y se clasificó para la final de 1.500 m. Josef Odlozil salió de aquella carrera con un octavo puesto y con una cita para casarse.
Sus planes de boda eran públicos y el presidente del comité organizador de los Juegos, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, les quitó la idea de hacerlo, como pensaban, en la Villa Olímpica. "La iglesia es muy chiquita", dijo.
El 26 de octubre de 1968, víspera de la clausura de los Juegos, la Catedral de Ciudad de México abrió sus puertas para celebrar la boda de los deportistas. Asistieron 100.000 personas, tan grande era la popularidad de la pareja. Vera Caslavska dejó de ser la novia de Odlozil y se convirtió en la novia de México.
En Moscú, en cambio, fue declarada persona non grata por su desplante al himno soviético. Lejos de asustarse, Caslavska regaló una de sus medallas a Dubcek. Cuando este fue desalojado del poder, la gimnasta fue condenada al ostracismo y obligada a retirarse. Tras negarse a borrar su firma del Manifiesto de las Dos Mil Palabras, también se le prohibió entrenar, aunque lo hizo a escondidas.
Caslavska no volvió a ver la luz hasta 1979, cuando el presidente de México, José López Portillo, intercedió por ella. Consiguió el permiso para contratarla como entrenadora, pero Checoslovaquia no se lo concedió gratis: el petróleo mexicano debía seguir llegando al país europeo.
Dos años duró aquel acuerdo. Durante esa etapa, Vera y Josef se divorciaron en el mismo país en el que se habían casado. Tenían dos hijos, Martin y Radka.
Ella trabajó como entrenadora y como difusora del deporte en un programa de televisión llamado "Haga gimnasia con Vera". Cuando regresó a Praga, su consideración en México era inmensa. "Me siento unida a este país como las raíces a un árbol", dijo al partir.
En Checoslovaquia se le asignó un puesto sin relevancia en la administración deportiva, en el que compartió despacho con el atleta Emil Zatopek, también proscrito.
La figura de Caslavska no fue reivindicada hasta el triunfo en 1989 de la Revolución de Terciopelo, liderada por el dramaturgo Václav Havel. El nuevo presidente la nombró su asesora para asuntos deportivos. Le llovieron los homenajes y reconocimientos. Presidió el Comité Olímpico Checo entre 1990 y 1996 y fue miembro del COI de 1995 a 2001.
Pero la vida aún le depararía otros sinsabores.
Su exmarido y su hijo tuvieron en 1993 una fuerte discusión en una discoteca y el joven agredió a su padre, con tan mala fortuna que este, al caerse, se golpeó en la cabeza y entró en coma. Murió días después y Martin fue encarcelado.
Aunque Havel le concedió un indulto en 1997, el episodio condujo a Caslavska a una depresión por la que estuvo ingresada en un centro psiquiátrico y de la que le costó recuperarse.
Cuando lo consiguió, viajó a México varias veces y volvió a mostrarse jovial y sociable. Mantuvo siempre su compromiso social y se puso al lado de causas como la de los refugiados en busca de asilo en Europa.
Un cáncer se la llevó por delante en agosto de 2016, pocos días después de la clausura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Había querido viajar a Brasil, pero ya no se encontró en condiciones. Tenía 74 años. 74 años vividos con la máxima dignidad imaginable.
Natalia Arriaga
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