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lunes, 18 de diciembre de 2017

El joven maravilla es un político de temer

Ricardo Anaya ya no es el “niño maravilla” de Acción Nacional. Es el que se quita de encima a quien le estorba; es quien dejó al calderonismo en la inanición. Anaya es el que siempre gana. Anaya es un político de temer.


Anaya, de 38 años, piensa que la juventud en la política es circunstancial, que no añade valor. Pero sí cree en el relevo generacional: ha dejado atrás a su antecesor, Madero, a Margarita Zavala y a Miguel Ángel Mancera en la carrera por la candidatura a la Presidencia, que ahora le entregó la coalición Por México al Frente. Él afirma que cree en el diálogo entre generaciones, en la combinación de energía y experiencia. Pero hay más ímpetu que experiencia a su alrededor.

Afirma que debe su meteórica carrera política a la humildad. Eso decía cuando era el presidente más joven en la historia reciente del Congreso, cuando condujo aquella memorable sesión al frente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, cuando lo reconocían sus partidarios y sus adversarios.

Fue ovacionado por ellos cuando reclamó al embajador estadounidense de entonces, Anthony Wayne, que el gobierno de su país espiara al presidente y al expresidente de México. Durante la instalación del grupo de Amistad México-Estados Unidos, Anaya fue el único legislador que exigió consideración al diplomático. Él no enmudeció: “No se debe callar por respeto lo que puede decirse respetuosamente”.

Ricardo Anaya, con todo y su rostro infantil, es un formidable orador y un polemista imbatible. Derrotó, en cadena nacional, a Manlio Fabio Beltrones después del desastre electoral del PRI en 2016. También a Javier Corral, a quien le arrebató la presidencia del PAN. Sus colaboradores cuentan que Anaya escribe sus discursos con un equipo integrado por una actuaria, que provee materia prima numérica, y una lingüista, que lo dota de referentes literarios. Al terminar, busca siempre la validación de alguna persona de su confianza. Y llegado el momento, procura no memorizarlos. Y mucho menos leerlos. Los estudia.

En 1997, cuando Acción Nacional ganó la presidencia municipal de Querétaro, por motivos de vecindad, Anaya conocía al alcalde electo. Desde la campaña, el estudiante se había acercado a Francisco Garrido Patrón, quien lo incorporó a su equipo como cabeza del Instituto de la Juventud, mientras estudiaba leyes en la Universidad Autónoma de Querétaro, de la que se tituló con una insólita tesis: El grafiti en México, ¿arte o desastre?, prologada por Carlos Monsiváis.

En adelante, el muchacho siguió a Garrido. Primero coordinó su campaña interna para dirigir el PAN estatal y después la campaña constitucional. De manera natural, se quedó como secretario particular del gobernador. En el transcurso de la administración, estudió la maestría en derecho fiscal y el doctorado en Ciencias Políticas en la UNAM, que culminó “gracias a la carga presencial moderada”. Se tituló con una tesis sobre la ideología de Acción Nacional, con mención honorífica, lo mismo que en los grados académicos anteriores.

Su trayectoria despegó mientras ejercía como coordinador de los diputados queretanos y líder estatal de su partido a la vez. En el sexenio de Felipe Calderón, de cuyo gobierno el Anaya candidato se ha deslindado con aspereza, fue nombrado subsecretario de Planeación de la Secretaría de Turismo. “No cambiamos las estructuras clientelares y corporativas del PRI, y quedó intacto el pacto de impunidad”, declaró en su lanzamiento como precandidato del Frente a la Presidencia de la República.

Ese cargo lo hizo visible para otros personajes de la vida política nacional, y le valió más tarde la candidatura a diputado federal, tras involucrarse en la campaña de Josefina Vázquez Mota. Aunque no tenía un cargo operativo, Anaya era miembro del cuarto de guerra, una especie de secretario técnico. Ahí estableció una relación con Gustavo Madero, el exlíder panista, quien lo impulsó para que presidiera la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.

La destreza de Anaya, quien rápidamente destacó entre los diputados, fue pieza importante en la aprobación de las reformas laboral, educativa y energética. Era también el líder de su grupo parlamentario.

Después de dirigir su partido, Anaya –a quien sus detractores tachan de pragmático, inescrupuloso y despiadado– encabeza Por México al Frente, ya supera al candidato priista en algunas mediciones.

Anaya es un lector variado. Además de información especializada, útil para sus discursos, de la prensa nacional y la internacional –empezando por The Economist–, es un consumidor de libros sobre física.

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