Directorio
miércoles, 11 de enero de 2017
En memoria del inefable Tlacuache
Salvador del Río
No ataques al poder si no tienes la seguridad de destruirlo Nicolás de Maquiavelo
Joven aún, activo participante en la política estudiantil que ejercía en el antiguo barrio universitario de la ciudad de México, César Garizurieta logró, gracias a la ayuda de alguno de sus paisanos encumbrados en los círculos del gobierno, ser recibido por el presidente de la República en su despacho de Palacio Nacional.
—Señor presidente, quiero hacerle saber que he decidido lanzar mi candidatura a diputado por el distrito de Tuxpan, Veracruz, de donde, como usted sabe, soy oriundo— le dijo con aplomo el joven abogado.
—Me parece muy bien— respondió, con afabilidad don Manuel Ávila Camacho ante el arrojo del aspirante a político. Pero dígame —añadió el presidente— qué organizaciones, qué grupos lo apoyan.
—Ninguna, por eso vengo a verlo a usted, dijo el joven Garizurieta. Así comenzó la carrera del que años más tarde fuera el autor del célebre proverbio, rector de buena parte de la vida política de México: es error vivir fuera del presupuesto. César Garizurieta no fue, como podría pensarse, un cínico ni un oportunista. Más bien fue un observador y un practicante de la realidad de la política, quien con esa filosofía del poder entendió y pregonó sin ambages, directamente y sin sofismas, el valor de las alianzas y los medios para conseguir los fines.
En la época inmediata a la consolidación de las instituciones de la Revolución Mexicana, no pocos intelectuales decidieron por propia voluntad unirse al poder y desde ahí desarrollar la materialización de sus ideas coincidentes con el momento que vivía el país. Se prestaban de grado a ser cooptados por el sistema.
Porque César Garizurieta, popular por su apodo de El Tlacuache debido a su aspecto físico y su carácter astuto, fue también un intelectual. Autor de novelas como Soledad, Juanita “La lloviznita”¸ y ensayos tan importantes como Isagoge sobre lo mexicano; embajador de México en varios países, se hizo famoso por su ingenio y la ironía que empleaba en la escena pública y en cualquier circunstancia.
Nombrado por el presidente Adolfo Ruiz Cortines asesor especial del jefe del Departamento de Asuntos Agrarios, un día fue llamado a Palacio Nacional. —Hay quejas contra usted— le dijo el presidente— por sus continuas ausencias y por el escaso rendimiento de su trabajo en el Departamento.
—Lo sé, señor presidente— respondió El Tlacuache—. Pero dígale a Don Cástulo –el jefe del Departamento— que si yo trabajo, ¿quién piensa? Culminaba la carrera de El Tlacuache como embajador en Honduras. En un acto oficial en Tegucigalpa, el plenipotenciario mexicano se enfrascó en una agria discusión con el embajador de Estados Unidos, ante quien criticaba el enorme poder de las empresas plataneras en Centroamérica, discusión que trascendió en la opinión pública.
—Fue muy grave— se escuchó decir con sequedad al presidente Adolfo López Mateos cuando, en una ceremonia en la Plaza de la Constitución, Garizurieta, ya destituido de su cargo y de regreso a México— se acercó en actitud contraria al mandatario.
A los pocos días, César Garizurieta, El Tlacuache separado del poder, ya excluido del presupuesto, se quitó la vida.
Gazapos. Hay palabras, generalmente verbos, que por alguna circunstancia se ponen, diríamos, en boga. Se debe o no desaforar a gobernadores o presidentes municipales a quienes se pille coludidos con el narcotráfico o el crimen organizado, se discute a la luz de nuevas legislaciones sobre este tema. Desaforar es uno de esos verbos cuyo uso nos causa problemas porque su empleo ha sido infrecuente.
Desaforar es, ciertamente, un verbo irregular porque pierde desde la primera persona del singular en presente del indicativo la raíz de su infinitivo. ¿Cómo se dice, desafueran o desaforan, que lo desafueren o que lo desaforen? Si usted quiere usar el verbo desaforar con corrección, acuda a una de las astucias idiomáticas: la analogía. Desaforar se conjuga exactamente como acordar: que yo acuerde, no que yo acorde. Ellos acuerdan, no acordan. Lo mismo que en desaforar. Dígalo sin miedo: si lo desa- fueran, que lo desafueren.
srio28@prodigy.net.mx
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