Por Armando Sepúlveda Ibarra
Todo aquel soñador (o iluso al fin) que imaginó, con los nacientes aires democráticos del año 2000, un cambio de verdad en el país con el empuje de los políticos de siempre, sabe hoy que después de la fallida transición a la democracia, ya ni hay pan ni circo, salvo el mismo atole con el dedo y el proverbial vodevil legislativo y, para colmo, una implacable cascada de impuestos que traerán más desencanto, atraso, desaliento a la inversión y más desempleo aún.
En efecto: la interminable y agobiante crisis económica, política y social por donde los caducos políticos mexicanos arrastran con perseverante cinismo a México desde hace tres décadas, alcanza ya otras esferas que parecían las reservas para contener las iras: los espectáculos y los deportes, escape temporal de la gente a sus penalidades, sufren también los embates del drama nacional.
A pasos agigantados aumenta la pobreza, el descontento y la protesta callejera y, a la par de esta realidad, por la rapaz ansia de embolsarse fortunas las mafias del futbol han despojado a los millones de fanáticos mexicanos del único circo monumental con que distraen a esas almas de malos pensamientos como es la eliminatoria y el Mundial de este popular deporte, con el triste y mediocre papel de la selección tricolor.
A lo largo de las últimas décadas los grupos de presión económica han penetrado en las decisiones del gobierno e inclusive, en la connivencia de intereses con personeros de la alta burocracia en turno, han rebasado a los poderes constitucionales con una influencia nefasta entre la población, desde imponer consumos de alimentos y productos chatarra y medicamentos maravillosos hasta inventar candidaturas bajo el engaño de la propaganda mentirosa y, con sus bodrios tele novelescos, enajenantes y distorsionadores, volverse sustitutos de la Secretaría de Educación Pública. Este es el caso de Televisa, la empresa que, dicho por Emilio Azcárraga Milmo en vida, fungía como “soldado del PRI” y elaboraba programas para entretener “a los jodidos del país”.
Contenta por haber salido a flote, aunque raspada en su de por sí frágil credibilidad, de los escándalos sobre las multimillonarias campañas de publicidad disfrazadas de noticias, suscritas en lo oscurito para el candidato priísta a la presidencia, que habrían implicado fuertes sanciones junto con un mayor descrédito (¿todavía más?) como medio de difusión, Televisa se quitó la careta y, tras un manotazo de Emilio Azcárraga Jean, el heredero hijo de El Tigre, se apoderó de la Selección Nacional de Futbol con la desesperada, ansiosa y avara intención de retener a como dé lugar una ganancia de mil millones de dólares que dejarían de obtener con sus demás socios si México pierde el derecho de ir a continuar haciendo el ridículo al Mundial de Brasil en 2014 con su mediocre juego.
A Televisa le debe el país que avance cada vez más la ignorancia en buena parte de la población con sus programas educativos con que bombardea a diario las atontadas mentes de su teleauditorio, como el de la reconocida intelectual y filósofa Laura Bozzo (“¡que pase el desgraciado!” es su frase más metafísica que hubiera envidiado hilvanarla, si viviera, el propio Emanuel Kant o tal vez Baruch Spinoza), una señora ex convicta en su país, Perú, por peculado y asociación ilícita a favor del ex presidente Alberto Fujimori, convertida en estelar del Canal de las Estrellas con la puesta en escena de la escoria social ante la impavidez y tácita complicidad de la autoridad que controla los contenidos televisivos. Y la deuda a Televisa se extiende al enorme atraso de la libertad de expresión con sus tendenciosos y anti periodísticos noticiarios que, dictados por enjundiosos loros desprestigiados, sirven al poder con ardor vergonzoso y, sudando calenturas ajenas, descalifican aquellas voces inconformes con la falta de democracia, la corrupción generalizada, el despotismo de las autoridades, las injusticias, la delincuencia, la violencia, el entreguismo al imperio, la improvisación y el cinismo de los políticos y de todos los partidos, así como sus documentadas corruptelas y saqueos a los erarios.
Ir en pos de los mil millones de dólares, con la avidez del usurero, condujo al dueño de Televisa a poner con sumo descaro a su equipo América como la base de la Selección Nacional para su repechaje con Nueva Zelanda, los días 13 y 20 de noviembre, a ver si allí alcanzan el soñado boleto para Brasil que conllevaría aquella envidiable utilidad para los bolsillos del heredero de Emilio Azcárraga Vidaurreta, el fundador de la empresa, así como de los otros socios en este negocito.
Todo el negocio de este circo de Televisa y, en menor proporción, de TV Azteca, remunera jugosos dividendos en transmisiones de partidos, anuncios, amarres de contratos con empresas patrocinadores y también ingresos por 500 millones de dólares para los dueños de la Selección Nacional con la venta de las entradas de sus juegos de preparación, más unos 100 millones de dólares de Adidas por el contrato por la venta de la camiseta verde del equipo tricolor. Por el afán de sumar cada vez más millones y millones de dólares a sus bolsas, estos mercaderes han olvidado el deporte y han echado en los brazos de la mediocridad al equipo representativo de México con su mercantilismo: así han dañado a la vez la educación, la libertad de expresión, el gusto por el consumo de calidad y todo lo que tocan con sus tentáculos imantados para el dinero cueste lo que costare.
Ni modo de comparar nuestra realidad con el imperio romano que cuidaba para la plebe garantizarle su pan y su circo con su monumental coliseo. Aquí apenas se crearon 450 mil empleos de enero a septiembre – 35 por ciento menos que en 2012 –, crece la pobreza y el hambre y escasea el pan. Y, por culpa de los mercantilistas de la televisión, nos estamos quedando sin el circo (y con mucho descontento desde pobre hasta el rico) de manera riesgosa para la estabilidad social del país. Cuidado, pues…
armandosepulvedai@yahoo.com.mx
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