Por Armando Sepúlveda Ibarra
La corrupción y la justicia
A través del tiempo la corrupción ha sido un vicio endémico en la política y en el gobierno en México y, como raras veces sucede, salta a las primeras planas de los periódicos cuando conviene a ciertos intereses someter a las leyes a personajes de reputada deshonestidad que, por fin, han caído en desventura o han dejado de ser útiles al sistema.
Como toda regla de premios y castigos, otros pícaros amparados en la complicidad gozan de impunidad, de protección y de todas las libertades inclusive hasta la de continuar robando dineros del pueblo y de exhibirse por internet y otros medios con parte del botín, como la familia del cacique del sindicato petrolero e ilustre senador priísta, Carlos Romero Deschamps, todavía intocable para el selectivo brazo de la justicia a la mexicana.
La historia reciente ilustra que muchas fortunas de políticos y de empresarios, a veces maridados para confabular antes o después de las candidaturas, han tenido su origen en recursos del erario mal habidos o malversados o como pago de favores o con sociedades manchadas con el tráfico de influencias, o el arreglo de licitaciones, o la mordida ya institucional para los corrompidos bolsillos de altos funcionarios del diez por ciento del valor de la obra adjudicada. (Este diezmo subió a quince por ciento durante el gobierno capitalino del perredista formado en el priísmo Marcelo Erbrad, en obras como la nueva línea del Metro, según testimonios de contratistas beneficiados con tramos a cambio de ceder dicho porcentaje).
Aun cuando el saqueo de los fondos públicos sigue imparable por políticos de todos los partidos, la justicia permanece ciega, sorda y muda ante las andanzas de los corruptos, salvo que alguno cometa la pifia de pelearse con los de más arriba o de cambiarse de bando arrastrando la cola: entonces desempolvan la ley contra los renegados para encarcelarlos y, de paso, arriman al borde del infarto a muchos pillos que, agarrados al fuero, andan sueltos, aunque después nada suceda: como siempre.
Un ejemplo reciente de haber extraviado la buena estrella que se desvelaba por protegerla de sus rapacerías, es Elba Esther Gordillo, depuesta cacique magisterial, más famosa por sus traiciones y raterías que por su oficio de maestra. Y otro el ex gobernador de Tabasco, Andrés Granier Melo, traicionado por su borrachera y su frivolidad, así como su impericia para robar y tener a la vista el cuerpo del delito.
Ambos tipos ya duermen tras las rejas y, sin embargo, saben como la mayoría de los mexicanos que faltarían cárceles para tantos corruptos que a lo ancho y largo de la república mexicana atracan arcas públicas en todos los niveles de gobierno, desde el federal y estatal hasta el municipal.
Los procesos contra los corruptos de (por ejemplo) los años setentas a la fecha podrán contarse con las manos y sobrarán dedos y, empero, darán la impresión, para gente extraña al país, de que en México predomina la honestidad en la política con el recuento de aquellas excepciones. Así vemos que en el gobierno de López Portillo ningún pez gordo piso la cárcel; en el de De la Madrid sólo el ex director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, y el ex jefe policiaco Arturo El Negro Durazo; en el de Salinas de Gortari la justicia alcanzó al anterior dictadorcillo del sindicato petrolero, Joaquín Hernández Galicia (La Quina); Zedillo atrapó a Raúl Salinas de Gortari; en el de Fox cayó el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid y en el de Calderón, para ejemplo de todos, se acabaron los pillos: nadie robó dineros públicos.
(Acá entre nos, para ser francos todos -- o casi todos -- fueron encarcelados por venganzas políticas de los gobernantes en turno, más que por aplicar la ley, a reserva de que, en efecto, tenían cola de rata de alcantarilla).
Quién sabe si el retorno del PRI al poder vaya a ir más allá de la captura de Gordillo y Granier o siga nada más con Romero Deschamps, como claman a voz en cuello en todo el país.
Si entonces la lucha contra la corrupción en el gobierno Peña Nieto quiere llevarla hasta donde tope, faltarán celdas para hospedar a gobernadores y ex gobernadores, senadores, diputados y alcaldes y ex alcaldes, así como a funcionarios públicos (de Petróleos Mexicanos y de su sindicato, para comenzar), a magistrados, jueces y ministerios públicos que han tomado los puestos como botín desde tiempo inmemorial. Como dice la sabiduría de la gente común: la justicia está al servicio del mejor postor.
Una cruzada contra la corrupción así de amplia como la gravedad lo requiere, es decir, a fondo, sin distinciones ni revanchismos, sino con la ley en la mano, transformaría a los políticos y al país y a la sociedad en general que, para ser precisos, ha sido también contaminada por necesidad, conveniencia o comodidad por los tentáculos de este monstruo de mil cabezas que echó raíces desde la época de la Colonia.
O de otra manera estaríamos ante una nueva llamarada de petate, e inmersos en el atavismo de la corrupción que hoy mismo todo lo manosea con impunidad.
armandosepulveda@cablevision.nert.mx
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lunes, 1 de julio de 2013
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julio 01, 2013
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