Si desde 2015 cuando el PRI estaba en el gobierno hubiera asumido una acción diferente, quizá no estaría a un paso de la extinción.
Hoy hay consenso entre muchos priistas. La culpa es de Alito.
La ingenuidad política lleva a pensar a muchos
priistas que, si no hubiera sido por la dirigencia desastrosa de Alito Moreno, otra
sería su historia.
Casi como si fuera un espejo del ascenso de
Morena, se produjo la debacle del PRI.
Hoy ese partido está en terapia intensiva, con el riesgo de
pasar pronto a mejor vida.
Recordemos algunas cifras que, a veces, parecieran de otras
épocas, pero que son apenas de hace 12 años.
En la elección del 2012, Enrique Peña Nieto ganó por un
margen de casi 10 puntos a López Obrador, que quedó en segundo lugar.
Tenía más de la mitad de todos los gobiernos estatales del
país.
Pero, no solo fue la ventaja en la carrera presidencial
federal.
En 2015, las primeras elecciones federales en las que
compitió, Morena quedó solo en el cuarto lugar, el cual obtuvo por
una distancia de 2.6 puntos respecto al PRD.
Pero, así como Morena creció, les ganó el terreno a otros
partidos. Primero fue contra el PRD, y en 2024, respecto al PRI.
Morena emergió como una fuerza política que le competía
claramente a la izquierda. Por eso desplazó de manera tan dramática al
PRD.
Poco a poco, además, se convirtió en la fuerza política que
permitía atraer a dirigentes del PRI a un partido en el que veían sus genes.
No sé si hubiera sido posible evitar la derrota estrepitosa
del PRI en el 2018.
Pero, sí estoy seguro de que si, desde 2015, el
partido, entonces en el gobierno, hubiera asumido una acción diferente, quizás
no estaría como hoy, a un tris de la extinción.
Los atributos que se le echan en cara hoy a Alito se
hicieron manifiestos desde hace muchos años.
En agosto de 2019, Moreno tomó la presidencia
nacional del PRI, y prácticamente desde entonces comenzó un proceso para
quedarse con el partido.
Hubo en algún momento resistencia de anteriores presidentes
del partido, pero Moreno simplemente les dio la vuelta y los acusó de pretender
dinamitar la construcción de una alianza con el PAN que se veía con
posibilidades de triunfo.
En corto, Alito admitía la posibilidad de no
ganar la Presidencia, pero señalaba que iba por un nuevo equilibrio en el
Congreso que permitiría regresar a una ‘normalidad’ en las negociaciones
políticas.
Desde muchos meses antes de las elecciones, el líder
nacional del PRI había perdido por completo la confianza en el triunfo de la
candidata, Xóchitl Gálvez, a la que presuntamente, el PRI respaldaba.
Y no se dio cuenta, o no quiso hacerlo, de que el
desplome de Xóchitl iba a ser también el desplome del PRI.
El PRI, desde hace mucho tiempo, fue un partido que carecía
de una ideología definida y se identificaba por la lucha o la
permanencia en el poder.
Su filosofía era llegar o quedarse en el gobierno.
Por eso, no fue difícil, en los últimos tiempos, que diversos
priistas saltaran directamente a Morena.
Fue muy notorio entre gobernadores que decidieron abandonar
a sus candidatos.
El mensaje reciente de Alito es que se olviden de
una renovación del PRI.
Más bien ondeó la bandera a cuadros que marcó el inicio de
la carrera de muchos priistas, sin estar excluido él, para aterrizar en Morena.
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