Marcelo sabe que AMLO y Morena están jugando en favor de
Claudia y que lo hacen con dados cargados. Que las encuestas, las precampañas y
la consulta a la ciudadanía son una farsa para legitimar el destape de la
“corcholata” preferida.
Marcelo, como buen jugador, se ha adelantado a sus
competidores, reales o ficticios. Presentó su renuncia definitiva al cargo de
secretario de Relaciones Exteriores el lunes 12 de junio en curso. Ya le fue
aceptada. Sabiendo que su permanencia en el cargo no dependía de él, no hizo la
promesa de desempeñarlo los cinco años 10 meses que duraría el “sexenio.”
Marcelo sabe que AMLO y Morena están jugando en favor de
Claudia y que lo hacen con dados cargados. Que las encuestas, las precampañas y
la consulta a la ciudadanía son una farsa para legitimar el destape de la “corcholata”
preferida.
No estoy inventando. Tampoco diciendo algo novedoso. El
propio AMLO dijo hace unos meses que él no incurriría en el mismo error en el
que cayó Lázaro Cárdenas, que eligió a un moderado como su sucesor.
Implícitamente reconoció que recurrirá al “dedazo” y que,
llegado el momento, se inclinará por alguien que se identifique plenamente con
su programa; ese alguien se llama Claudia y se apellida Sheinbaum. Lo demás es
teatro.
En ese contexto, a Marcelo, de inicio, para que no digan que
es un rebelde o un perdedor, le conviene prestarse al juego de AMLO y Morena.
En una de esas resulta favorecido por las encuestas. Una vez que toda la
parafernalia echada a andar concluya y que, como es de esperarse, resulte
Claudia ganadora, no le faltarán razones para alegar que hubo fraude, dados
cargados y juego sucio y, por ello, se niegue a cumplir los compromisos que los
candidatos aceptaron en la cena y en la asamblea del domingo 11: de someterse y
aceptar el cargo que se les dé.
Puestos en este extremo, muchos morenistas le pudieran dar
la razón; ellos, juntos con su líder Marcelo, cobijados por una o más
franquicias de la oposición, deben emprender por su cuenta la aventura de
conquistar la Presidencia de la República.
Como la esperanza muere al último, a Marcelo le conviene
aguantar hasta el fin de la farsa. Hará bien en hacerlo; y, llegado el momento,
mal en no intentar llegar por una vía alterna.
Lo de los premios de consolación a quienes resulten
perdedores es otro engaño; es una maniobra encaminada a convencer a los
perdedores a que acepten el dedazo. Chistoso se va a ver Adán Augusto cuando,
por ejemplo, como secretario de turismo, sea regañado por su jefa Claudia, a
quien ahora ve como su inferior o su igual. Llegado el momento ella, como
“corcholata” ganadora, sería ilusa si espera una colaboración de buena fe de
quienes ahora son sus adversarios y que en 2024 sean los presidentes del Senado
o de la Cámara de Diputados. Eso no va a funcionar. No le crean a AMLO.
Se entiende que los legisladores del Congreso de la Unión
representan a la Nación y a sus electores. A ellos se deben. Pese a eso, AMLO,
desde ahora, pretende imponerles a quien los pastoreará. No se vale.
Está de moda renunciar a un cargo público. Lo hacen tanto
quienes deben hacerlo, como quienes no. Lo intentan quienes prometieron al
electorado que durarían en su encargo todo el tiempo que marca la ley, como los
que no lo hicieron. Por razones de la publicidad que da la maniobra o por
ignorancia, también lo hicieron aquellos que ocupan cargos irrenunciables.
Se ha afirmado que, para estar en posibilidad de aspirar al
honroso título de “corcholata” de Morena, los interesados deben renunciar en
forma definitiva al cargo público que desempeñan. Se ha fijado un plazo para
que lo hagan.
Adán Augusto López, secretario de Gobernación, por aquello
de que, sin saber por qué, su jefe lo incluyó entre las “corcholatas”, también
debe renunciar. Lo tendrá que hacer cuando comenzaba a calentar la silla y a
tomarle gusto al cargo; fue tan corta su estancia que no tuvo tiempo para
entender la naturaleza de la función que tenía encomendada. Se nos va el
segundo secretario de Gobernación. Esperemos que el tercero no tenga el sello
Made in China y concluya el sexenio.
En la Constitución se prevé expresamente que ciertos cargos
son renunciables. Debe entenderse que los restantes son irrenunciables.
Respecto de ellos se limita a disponer que sus titulares pueden pedir licencia.
Paso a explicarme.
Por disposición constitucional expresa, son renunciables los
cargos de presidente de la República y los de ministros de la Suprema Corte de
Justicia (arts. 86 y 98, p. 3). En ambos casos se prevé que la renuncia sólo es
procedente por causas graves y que se requiere que sea aceptada o aprobada por
un tercero: en el caso del presidente de la República, por el Congreso de la
Unión, actuando las Cámaras que lo integran en forma separada y sucesiva (art.
73, frac. XVII); en el segundo supuesto: las renuncias de los ministros deben
ser aceptadas por el presidente y aprobadas por el Senado (art. 76, frac. VIII
y 98, p. 3).
En el caso de los legisladores que son miembros del Congreso
de la Unión, no existe norma que prevea que sean renunciables; la Constitución
se limita a disponer que ellos pueden solicitar licencia (arts. 62 y 78, frac.
VIII). Las licencias las conceden la Cámara a la que pertenecen y, en sus
recesos, la Comisión Permanente. Debido a lo anterior, debe concluirse que los
cargos de legislador, diputado o senador al Congreso de la Unión, son
irrenunciables. Ricardo Monreal, como conocedor que es del derecho
constitucional, ha pedido licencia.
Sólo por entrarle a la moda, puesto que nadie los ha tomado
en cuenta ni los voltea a ver, Gerardo Fernández Noroña, diputado federal, y
Manuel Velasco Coello, el otro “niño verde”, senador de la República, han
anunciado que renunciarán a sus encargos. Para beneficio de ellos, como lo he
dicho, sus cargos no son renunciables. Deben limitarse a solicitar licencia y
abstenerse de cobrar sus dietas por el tiempo que dure su ausencia.
Ambos, conociendo sus limitaciones y antecedentes, con su
separación buscan algo simple: publicidad para sus personas y crédito para las
organizaciones políticas a las que pertenecen, con vista a asegurar su
reelección. No les da para más.
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