Las amenazas de López Obrador no le alcanzaron para imponer a Yasmín Esquivel como presidenta de la SCJN, pero sí para descarrilar a Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena.
Las amenazas, los infundios y las difamaciones del
presidente Andrés Manuel López Obrador contra ministros, magistrados, jueces y
en general todo el Poder Judicial, no le alcanzaron para imponer a Yasmín
Esquivel como presidenta de la Suprema Corte de Justicia, pero sí para
descarrilar a quien poco antes de iniciar la votación que ungió a Norma Lucía
Piña Hernández como su nueva cabeza, era el favorito con cinco de los seis
votos necesarios, asegurados, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena. Ministras y
ministros optaron por Piña Hernández, la más circunspecta de quienes figuraban
como preferidos, que ganó en únicamente tres rondas, mientras Esquivel quedó
humillada en el proceso con sólo un voto –quizás el de ella misma–.
Piña Hernández será la primera mujer en presidir la Corte, y
su victoria en la urna de cristal le permite mantener al Poder Judicial su
autonomía e independencia, evitando, por ahora, el golpe de López Obrador para
acelerar su intento de colonizarlo. Su elección parece haber sido la decisión
más inteligente, en términos estratégicos, para no humillar al Presidente con
la opción de Gutiérrez Ortiz Mena, a quien en días previos había fustigado. “¿A
quién quieren los conservadores?”, se preguntó la semana pasada, “al ministro
más rico de todos; a ese quieren de presidente”.
Ayer López Obrador dijo que no se refería a Gutiérrez Ortiz
Mena, lo que es una mentira. Desde que lo atacó la semana pasada sin
mencionarlo por nombre, las cuentas en redes sociales asociadas con su
maquinaria de propaganda lo identificaron como un exfuncionario del SAT que
había condonado impuestos a empresas –que repitió el Presidente–, y que había
trabajado para despachos internacionales antes de ingresar al servicio público
en el gobierno de Vicente Fox –como lo aseguró el propio López Obrador–.
La incontinencia verbal de López Obrador no se limita sólo a
hablar de manera excesiva, sino que acompaña su desmedido discurso con
insultos, mentiras, ataques y amenazas. Este lunes no fue la excepción, y horas
antes de la votación en la Corte, volvió a dispararle. El Poder Judicial,
afirmó, está “secuestrado”, y fue “eclipsado” por el poder económico, razón por
la cual no va a dejar de intentar “liberarlo”, sobre todo, a partir del relevo
de cuatro ministros en lo que resta del sexenio, para que apoyen sus políticas
de transformación.
El mensaje mañanero de López Obrador cayó muy mal en la
Corte, de acuerdo con personas que hablaron con varios ministros antes de la
sesión, y en lugar de amedrentar, los cohesionó. La ministra Esquivel, que
creía que las palabras del Presidente, lejos de perjudicarla, la beneficiaban
porque enviaban línea a la Corte –pensando como el Presidente de manera
paternalista y autoritaria–, y que iba a doblegar a sus pares, debió haber
sentido por dónde iría la votación porque antes de iniciarse, leyó un mensaje
donde dijo que existió un intento de intimidación en las acusaciones y las
críticas al plagio de su tesis, “por fuerzas ajenas, como lo son las
mediáticas, políticas, económicas y sociales”.
Esquivel se victimizó, apoyada en el favor que le hizo la
jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, a través de la
fiscal Ernestina Godoy, que determinó este domingo que la ministra no plagió su
tesis, sino que fue Édgar Ulises Báez Gutiérrez, quien se tituló un año antes
que Esquivel, quien realizó la copia. Esta excesiva defensa de la ministra para
salvar la fuerte apuesta de López Obrador para hacerla presidenta de la Corte,
probablemente lastimará a Sheinbaum y pagará un costo por haberse prestado a la
farsa presidencial. Para la UNAM, como confirmó el rector Enrique Graue este
fin de semana, la tesis original, presentada en 1986, es la del abogado Báez
Gutiérrez.
Eso no lo iban a aceptar. López Obrador dibujó la estrategia
de control de daños desde la mañana del lunes, al señalar que contra ella se
realizó “toda una guerra de potentados, medios de información, columnistas,
intelectuales del régimen, vendidos y alquilados”. O sea, lo mismo de siempre,
con sus argumentos de siempre.
Paradójicamente, Esquivel no era en un principio la carta de
López Obrador para presidir la Suprema Corte de Justicia porque ni le pidió
permiso, ni le informó que empezaría a cabildear para alcanzar ese distinguido
cargo. Pero las condiciones cambiaron para que el Presidente decidiera jugar
fuerte para imponerla, no por ella y los méritos que le pudiera reconocer, sino
porque pensó que las acusaciones contra ella por supuestamente haber plagiado
su tesis de licenciatura, no estaban enfiladas contra la ministra, sino contra
él y su proyecto. Creer que las críticas a la ministra lo tenían a él como el
verdadero destinatario, lo hizo cambiar su estrategia.
Lo que decidió y empezó a construir dentro de la Suprema
Corte fue para que Esquivel resultara electa ayer, y que le garantizaran los
votos que requería. Al mismo tiempo pidió opiniones en la Corte para medir el impacto
de las acusaciones del plagio, y aunque no se sabe el contenido de ellas, hasta
la semana pasada estaba empecinado en imponerla. Todo el aparato de propaganda
a su servicio se movió para respaldarla, denostar a sus críticos y desacreditar
a Gutiérrez Ortiz Mena. No le alcanzó. El escándalo era demasiado grande y la
forma como lo manejó la ministra fue como nadar en un pantano, y entre más se
movía, más se hundía.
En qué momento se convenció de que no podría lograr el
objetivo de forzar la llegada de Esquivel, no se sabe. Pero la mañana del
lunes, como siempre, se fugó hacia delante, y acusó a los representantes del
Poder Judicial de faltos de convicciones, ideales y principios, al tiempo que,
mostrando su disociación mental, prometía no confrontarse con ellos. Hombre de
rencores profundos, la derrota que sufrió en la Corte, no la olvidará. La
prudencia de ministras y ministros no será suficiente para atemperarlo. Ganaron
tiempo, pero no impedirán la guerra que desatará desde Palacio Nacional.
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