Si analizamos los indicadores más relevantes de la economía nacional, su comportamiento es estable.
Luis Wertman Zaslav
La información es la brújula de los negocios y las
estimaciones podrían serlo de la inversión; sin embargo, parece que falta rigor
en los pronósticos de analistas, firmas de correduría y otros centros que
siguen el comportamiento de los mercados, cuando se trata de separar lo que
esperan, de lo que creen.
La diferencia entre predecir y pronosticar podría ser la
falta de información que implica lo primero y la suficiencia de ésta en lo
segundo, aunque no necesariamente suceda. Existe una diferencia entre anticipar
una nevada y predecir, sin muchas bases, que ocurrirá; la base es el estudio de
los datos y la aplicación de principios científicos.
Pero eso no se ve a simple vista en muchos de los
pronósticos económicos y la prueba es el cierre de este año, la economía
mexicana terminará en mejor posición de lo que nadie esperaba (salvo el
Gobierno Federal) y todavía continúa la expectativa de que noviembre y el mes
que termina serán negativos. De 2023, mejor ni hablar, porque casi todos los
escenarios son de recesión, anticipando un enfriamiento de la economía de los
Estados Unidos que todavía no tiene datos concluyentes al respecto.
Es decir, tenemos más predicciones que pronósticos y eso
puede lastimar a una economía solo porque las decisiones de su gobierno no son
compartidas en lo ideológico. La pregunta, en concreto, debería ser ¿qué tienen
que ver las fobias o las filias con los números para decidir una inversión o un
negocio? En estricto sentido nada, pero sabemos que así no funciona el mundo
financiero.
Si analizamos los indicadores más relevantes de la economía
nacional, su comportamiento es estable, con un manejo basado en la responsabilidad,
mucho más capitalista que los detractores de esta administración están
dispuestos a admitir y menos cerca de otros modelos como lo desearían algunos
apoyadores; solo que hay un elemento importante que une ambos polos: es una
economía en la que vale la pena invertir.
Y esa conclusión la tienen muchas empresas que están
orientando capital hacia México, que no es correspondida por corporativos
nacionales que todavía parecen reacios a hacer la apuesta por consideraciones
que no tendrían relación con los números que llegarían todas las semanas a sus
escritorios.
El consumo, a pesar de la inflación, sigue alto; la
industria de los servicios se ha recuperado, junto con el turismo; y las
variables macroeconómicas, incluyendo el precio de los combustibles, señala que
México es un destino atractivo.
No obstante, algunos agentes económicos siguen enfocados en
las predicciones y así las manifiestan en público (no sé si en privado pueden
sostenerlas) para terminar creando un clima distinto al que se ve en las hojas
de balance (electrónicas, claro).
Un nuevo anuncio del INEGI sobre la disminución de la tasa
de desempleo al 3 por ciento en noviembre, la menor mensual desde que se tiene
registro, sería una comprobación adicional de que hay demanda de mano de obra y
que aquellos que han buscado una oportunidad de trabajo la están obteniendo.
Cualquier pronóstico debe tratarse con seriedad y bajo el
estudio de las cifras disponibles, nunca con fines ideológicos o, peor, con la
intención de contagiar miedo a mercados y a sectores de la población que,
gracias a la desinformación y a la postura que pueden compartir sobre lo que
piensan que ocurre en el país, son fácilmente influenciables.
Podríamos argumentar que eso pasa en todos los países y que
es un signo de estos tiempos, pero el sector privado y los mercados financieros
no pueden darse ese lujo, de ellos dependen miles de personas y sus puestos de
trabajo, además de que el objetivo de un negocio es crear prosperidad, vía
utilidades, basándose en información para pronosticar adecuadamente.
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