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sábado, 13 de agosto de 2022

Una pequeña victoria de la moral

 


Por: Fernando Flores Bailón

El láser rojo escanea el código de barras de cada uno de los productos que he colocado sobre el mostrador, veo cómo se traduce en números y letras en el monitor de catorce pulgadas que tengo delante, la suma total $ 278.30. 

La chica de la caja lee la cifra, le indico que mi pago será con tarjeta, en la terminal se me pide ingresar el plástico que introduzco en ese momento, después la cajera me pregunta: “¿Gusta redondear?”, lo dice de un modo tan mecánico y gris, una frase que ha repetido muchas veces. 

Aun así me alegra que me lo pregunte porque además hay personas detrás de mí esperando su turno.

―No.

Respondo con un dejo contestatario. 


Veo a las personas por el espejo donde se exhiben los licores, escucharon e interpretaron el ánimo en la entonación de mi voz. 

Callan, tal vez en sus mentes emiten un veredicto sobre la persona, que creen que soy.

Tecleo el NIP, mientras espero el momento en que pueda retirar la tarjeta estoy convencido con aplomo de mi respuesta; finalmente tomo lo comprado y salgo. 

Es una pequeña victoria que quizá muchos no entenderán y habrá quienes me juzguen egoísta y avaro.

 Cuando he ido acompañado tampoco me han cuestionado el porqué de mi respuesta, quizá sea mejor así para ellos, aunque que ya no soy el mismo frente a sus ojos.

Esta actitud deja en claro al menos dos cosas: la primera, que es común para las personas el huir de las confrontaciones y segundo, que evitar estas confrontaciones con el otro permiten hacernos prejuicios sobre esa persona a la que preferimos no preguntar nada.

Motivado por esta inquietud me veo dispuesto a explicar por qué no estoy dispuesto a redondear y que mis centavos contribuyan a alguna causa, ya el lector juzgará con razones sobre mi persona.

¿Por qué no estoy dispuesto a donar a través de un redondeo? 

Considero que una acción de este tipo no tiene ninguna huella moral, pues lo que estaría llevando a cabo es delegar la responsabilidad moral que tengo con el prójimo a un tercero, en este caso a una empresa o asociación; quizá muchos no vean el fondo del asunto y sin embargo la falta existe pues al redondear se estaría considerando que se ha cumplido moralmente y esto sin necesidad de emplear más tiempo y esfuerzo, cuando aquí está realmente el quid del acto moral, una renuncia al yo en favor del otro. 

s claro, al redondear me libero de dedicar tiempo y esfuerzo para ayudar a los demás, estaría considerando que mi tiempo es para cuestiones más importantes. 

Si alguien puede hacerlo por mí mucho mejor. 

Esta era digital tiene muchas ventajas pero también el otro lado de la moneda es menos alentador, por ejemplo, no sólo delegamos que sea el internet quien me dé las respuestas o me diga qué hacer y cómo hacer, también existe la posibilidad de que alguien o algo más se haga cargo de mis responsabilidades morales a través de una tecla de confirmación electrónica, aunado a que al momento de decir “Sí” a la pregunta por el redondeo estoy dando lo mínimo, lo que considero no me sirve, unos cuantos centavos menos no me afectarán y he aquí la carencia de moralidad.

 Reitero, un acto moral es una renuncia al sí mismo en favor del otro, al redondear, al donaros centavos no estaría renunciando a mí, todo lo contrario. 

De manera inconsciente se realiza un balance mental con rapidez y se comprueba que es muy cómodo y hasta resulta uno ganando una consciencia limpia y contento por considerar que se ha cumplido con los menos favorecidos. 

El otro, el desprotegido, el que carece no habrá de importarme más y sólo me acordaré de él hasta escuchar la pregunta “¿Gusta usted redondear para ayudar a…?” 

Da igual si se trata de apoyar al medio ambiente, a personas con cáncer o en situación de calle, finalmente me habré acostumbrado a pensar en que ayudo, sin embargo jamás he visto el verdadero rostro del prójimo, es mejor así. 

Un apoyo a algo sin rostro no hará que renuncie a mí y todos salen ganando, el prójimo se queda con mis centavos y yo me quedo con mi tiempo, mi esfuerzo y mi demás dinero.

Así es como pensaría yo y seguramente muchos si dicen “Sí” a un redondeo. 

Es más cómodo así, aunque en ello no haya un ápice de virtuosismo moral. Por eso digo “No” a un redondeo, pues prefiero ayudar directamente, ayudar a aquel o aquello que me muestra su rostro y hace que renuncie a mi persona por un momento. 

Esto tiene más valor que los miles o millones de pesos producto de un redondeo, en el que los aportadores no estuvieron dispuestos a renunciar a sí mismos en favor del prójimo. Juzgue usted entonces, apreciado lector, lo que considero mi pequeña victoria moral.

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