(Marktl, 1927) Teólogo y prelado alemán, elegido Papa de la
Iglesia Católica el 19 de abril de 2005, como sucesor de Juan Pablo II. Tras
cerca de ocho años de pontificado, presentó su renuncia en febrero de 2013,
decisión con escasísimos precedentes en los dos mil años de historia de la
Iglesia.
El Papa Benedicto XVI
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl
(Baviera), diócesis de Passau, en el seno de una familia de agricultores
alemanes de profundas convicciones católicas. Su progenitor, Joseph,
desempeñaba, además, el cargo de comisario de la gendarmería e hizo asimismo de
profesor de su hijo, lo que con seguridad marcó el carácter tímido y retraído
del futuro Papa. En la familia fue clave el papel de la madre, Maria Peintner,
que ejercía las tareas domésticas y cuidaba de la buena marcha de sus otros dos
hijos, Georg y Maria.
A los once años ingresó en el seminario, donde en 1941 fue
obligado a inscribirse en las Juventudes Hitlerianas, hasta el punto que en
1943 combatió en la Segunda
Guerra Mundial como integrante de una unidad antiaérea. Terminada la
guerra se apresuró a matizar: “Reniego de aquel reino del ateísmo y de la
mentira que fue el nazismo”.
Después prosiguió sus estudios de filosofía y de teología en
el ateneo de Munich y en la escuela superior de Freising, hasta que en junio de
1951 fue ordenado finalmente sacerdote. Los dos años siguientes los ocuparía en
preparar la tesis de doctorado, un ensayo sobre San Agustín que
fue calificado con un cum laude.
En 1957 inició su periplo como profesor de teología
dogmática en el seminario de Freising, hasta que dos años después sería
nombrado catedrático de la Universidad de Bonn (1959-1963). Después pasó a la
de Münster (1963-1966), y de 1966 a 1969 ocupó la prestigiosa cátedra de
Tübingen, donde coincidió con Hans Küng, que
se convertiría en el teólogo más admirado y seguido por los jóvenes curas
progresistas que habían depositado su esperanza y confiado su futuro en los
aires de apertura del concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII en
el año 1962 y culminado por su sucesor, Pablo VI, en 1965.
Teólogo de referencia
En Tübingen, uno de los alumnos más brillantes de Ratzinger
fue el brasileño Leonardo Boff,
con quien más tarde protagonizaría sonados enfrentamientos, aunque menores que
los que mantendría con Küng, que se convertiría en su “bestia negra” y en su
adversario más duro.
Ratzinger se erigió, empero, en uno de los teólogos de
referencia del concilio Vaticano II, junto al propio Küng y Karl Rahner. A sus
treinta y cinco años, el bávaro tenía ya un admirable bagaje como docente.
Llegó a Roma como experto en pleno debate sobre la libertad religiosa, una de
las temáticas que cerraron el llamado concilio del aggiornamento de
todos los temas de la Iglesia.
Su nombre se hizo familiar en el entorno eclesiástico y en
el de los seglares cultos, hasta el punto que salió del Concilio convertido en
una estrella. Sin embargo, su fulgor pronto empezó a languidecer entre los aperturistas,
sobre todo porque quedó marcado por el movimiento de Mayo del 68, cuyos aires
de libertad y de cambio le convirtieron en un acérrimo defensor de la fe frente
al marxismo,
el liberalismo y el ateísmo.
Al regresar de Roma ocupó de nuevo su cátedra de Tübingen
hasta 1969, año en que ganó por oposición la cátedra de Ratisbona, donde de
nuevo siguió deslumbrando a Pablo VI, quien leyó las diversas obras que
Ratzinger escribió sobre los trabajos del Concilio, un compendio, en
definitiva, de sus lecciones universitarias: Introducción a la cristiandad (1968).
Por ello, el 27 de junio de 1977, Pablo VI lo
nombró obispo de Munich y lo elevó al cardenalato. Había acabado el Concilio,
que en buena medida se quedaría en letra muerta, hasta el punto que la mayoría
de los jóvenes curas, decepcionados, se alejaron de la Iglesia, y los sectores
laicos más comprometidos empezaron a organizar sus propios foros de discusión
al margen de la jerarquía.
En 1978 Ratzinger fue testigo del llamado “verano de los
tres Papas”: Pablo VI, el efímero Juan Pablo
I (que inició el periodo de los Papas con nombre compuesto) y el
imprevisto Juan Pablo II. Ratzinger asistió ya como cardenal al cónclave que
eligió a Karol Wojtyla. El joven cardenal quedó deslumbrado por la entereza del
nuevo pontífice, inflexible en el dogma y la moral católicas y acérrimo enemigo
de aquel régimen comunista que había amargado su juventud.
Lo cierto es que Ratzinger dio un giro radical en sus
postulados, hasta el punto de que los devaneos de aggiornamento fueron
quedándose difuminados, sobre todo a partir del momento en que obtuvo permiso
para viajar a Varsovia y entrevistarse con el futuro Juan Pablo II, con quien
trabó ya una sólida amistad.
El nuevo estilo del Papa polaco le fascinaría: simpático,
cordial, viajero y flexible en el trato, pero inamovible en el dogma y, sobre
todo, en la más rancia moral católica. La sintonía fue mutua, hasta el punto
que, en 1981, Juan
Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, institución que sucedía al Santo Oficio, de ingrato recuerdo.
Prefecto eclesiástico
El cargo, que asumió en 1982, le fue como anillo al dedo a
Ratzinger, quien ya se había apartado definitivamente de sus postulados
progresistas y tenía el ojo puesto en los nuevos aires de liberación que
flotaban en ciertos ambientes eclesiásticos. En ello coincidía plenamente con
Wojtyla, que había traído a Roma un catolicismo beligerante, arcaico y fundado
en un Derecho Canónico obsoleto. (En 1996 Juan Pablo II lo confirmaría en el
cargo por tiempo indefinido.)
En 1984, después de haberse enfrentado de nuevo con Küng, a
quien había apartado de su cátedra de Tübingen en 1979 (en especial porque puso
en entredicho uno de los dogmas del catolicismo, la infalibilidad del Papa,
promulgado por el concilio Vaticano I, y hasta más tímidamente el de la
divinidad de Jesucristo,
ya establecida en el concilio de Nicea en 323), Ratzinger arremetió contra la
llamada Teología de la Liberación con el documento Instrucción de la
Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la
Teología de la Liberación. Los pensadores más relevantes de ese movimiento
fueron apartados de la docencia o simplemente decidieron alejarse de esta
doctrina, como Boff o Gustavo Gutiérrez.
Aquel mismo año de 1984, cuando la Santa Sede y el Estado
Vaticano intentaban un tímido acercamiento a los países del bloque comunista
situados detrás del telón de acero, Ratzinger, sin consulta previa, dijo urbi
et orbi: “Los regímenes comunistas, que pretenden liberar al hombre, son sólo
una vergüenza de nuestro tiempo”.
La dinámica de la involución fue in crescendo, y se
plasmó de forma inequívoca en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica (1992)
que le encargó el Papa y, sobre todo, en la carta Dominus Iesus (2000),
firmada por Ratzinger y que asestó un duro golpe al incipiente diálogo con las
otras iglesias cristianas. En ella se sostiene que “sólo en la Iglesia católica
se encuentra la salvación”. Retrocedía al axioma obsoleto del Roma locuta,
causa finita. Hacía apenas unos meses que Ratzinger se había repuesto de una
hemorragia cerebral que le dejó secuelas en un ojo y que se reprodujo
parcialmente en 1993, pero eso no fue óbice para que siguiera al frente de sus
cargos de guardián de la ortodoxia. En los años noventa prosiguió su vasta obra
con títulos como Evangelio (1996), La fe como camino (1997), De
la mano de Cristo (1998) y Verdad, valores y poder (1998).
La elección y el papado
En noviembre de 2002 era ya decano del Colegio Cardenalicio
y pareció que iba a solicitar la jubilación. Pero aguantó porque se sentía
moralmente obligado a tomar el testigo de un Wojtyla que se apagaba a marchas
forzadas. Es cuestionable que estuviera seguro de que él iba a ser el sucesor,
a pesar de los rumores que corrieron poco antes del cónclave, al que asistían
115 de los 117 cardenales con derecho a voto.
Lo cierto es que Ratzinger sonaba tanto o más que otros,
como el cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi, representante del sector menos
conservador. Ratzinger, que en la homilía del funeral de Juan Pablo II y en la
de la misa previa al cónclave reivindicó las virtudes de la ortodoxia y
denunció la dictadura del relativismo y a quienes, dentro del catolicismo, no
se sujetan a los dictados de Roma, se perfiló como el incuestionable candidato
de la mayoría, conservadora, con representantes de varias organizaciones
influyentes: Opus Dei, Legionarios de Cristo o el movimiento Comunión y
Liberación, entre otros.
Con setenta y ocho años de edad, fue elegido 265º Papa de la
Iglesia católica el 19 de abril de 2005. Con el nombre de Benedicto XVI sucedía
a Juan Pablo II, que había fallecido el 2 de abril, después de haber ocupado el
trono de San Pedro durante veintiséis años.
El cónclave eligió nuevo Papa en apenas dos días, una de las
decisiones más rápidas de la historia, tras las de Julio II (1503)
y Clemente VIII (1592), que fueron elegidos en un solo día. Al balcón principal
de la plaza de San Pedro se asomó “un humilde servidor de la viña del Señor”
que se convertía en el Papa número 265, el primero elegido en el siglo XXI
después de los ocho del siglo XX, y en el séptimo alemán, tras Gregorio V
(996-999), Clemente II (1046-1047), Dámaso II (1048, porque falleció al cabo de
un mes), León IX (1049-1054), Víctor II (1055-1057) y Adriano VI (1522-1523).
Quizás, como varios de sus compatriotas, iba a ser un Papa
de transición, pero quienes le atendían aseguraban que aún gozaba de una salud
de hierro y que ostentaba una gran preparación que había merecido varios
reconocimientos, entre otros el doctor honoris causa por la Universidad de
Navarra (1998) y por la Facultad Teológica Papal de la polaca Wroclaw (2000).
Además, desde 1992 era miembro de la Academia de las Ciencias Sociales y
Políticas de París.
Benedicto XVI saludando tras su elección
Por el alborozo que la aparición de Benedicto XVI levantó en
la plaza de San Pedro, cabe asegurar que los presentes tuvieron el Papa que
esperaban y se merecían. Tomó un nombre inesperado en honor de Benedicto
XV (el genovés Giacomo della Chiesa, papa entre 1914 y 1922), que se
distinguió por la búsqueda de la paz en la Primera
Guerra Mundial y favoreció la creación del Partido Popular, embrión de
la futura Democracia Cristiana. Giacomo della Chiesa publicó, además, el Codex
Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico, 1917); quizás fue éste el
motivo principal por el que Ratzinger escogió ese nombre
Pero los retos que esperaban a Ratzinger eran muy distintos:
la globalización, el papel de la mujer, el celibato, el aborto, la libertad
sexual, la creciente descatolización y aun descristianización del mundo, la
alarmante falta de vocaciones sacerdotales, el diálogo con las otras
religiones, la crisis teológica… Y, en particular, el avance de la Iglesia
evangelista en América Latina (en pocos años había captado a más de 24 millones
de católicos) y la hegemonía creciente del islam en
África y Asia. Temido y admirado a partes iguales por progresistas y
conservadores, Benedicto XVI tenía ante sí el difícil reto de dirigir y guiar
los designios de la Iglesia católica en el siglo XXI.
Como era previsible, Benedicto XVI mantuvo a lo largo del
papado una total ortodoxia en las aspectos doctrinales, como muestran sus
sucesivas encíclicas y publicaciones; se distinguió acaso de su predecesor en
su intento de extender la influencia de la Iglesia no sólo mediante numerosos
viajes que lo acercaran a los creyentes (en ello siguió la línea de Juan Pablo
II), sino buscando hacer sentir la solidez doctrinal del mensaje cristiano
entre la élites culturales y políticas. Mostró poca disposición al diálogo con
facciones heterodoxas como la de los seguidores de Marcel
Lefebvre (aunque finalmente levantó la excomunión a cuatro de sus
obispos), y tampoco fue demasiado cauto en el diálogo interreligioso: ya en
2006, la cita de un pasaje sobre la violencia religiosa del islam provocó
reacciones airadas.
Otro lastre que arrastró durante su papado fue la revelación
de numerosos casos de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Las
acusaciones surgidas en Estados Unidos y otros países europeos resultaron aún
más escandalosas al saberse que altas jerarquías eclesiásticas habían tendido a
ocultar los casos en lugar de imponer sanciones a los sacerdotes; se acusó al
propio Ratzinger de haberse abstenido de actuar en su etapa como prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
En sus dos últimos años, ni siquiera la situación interna de
Vaticano estuvo exenta de inquietudes. En mayo de 2012, Ettori Gotti Tedeschi,
amigo personal de Benedicto XVI y presidente del Banco Vaticano, fue cesado por
presuntas irregularidades en su gestión; desde hacía un año era investigado por
incumplir las normativas sobre blanqueo de capitales. Por esas mismas fechas el
mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, fue detenido por filtrar documentos
internos en un escándalo que fue llamado Vatileaks. Aunque poco después fue
indultado por el papa, los documentos revelaron la existencia de fuertes
disensiones internas.
Con la salud debilitada, en 2013 Benedicto XVI anunció su
renuncia al papado, efectiva a partir del 28 de febrero, bajo el argumento de
que "para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario
el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha
disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer
bien el ministerio que me fue encomendado". La decisión fue considerada
histórica, por datarse su más cercano precedente siete siglos atrás, y dejaba
en evidencia que la institución papal ya no puede ser indefectiblemente
vitalicia. El 13 de marzo de 2013, el cónclave eligió como nuevo pontífice al
prelado argentino Jorge Mario Bergoglio; el
papa Francisco, nombre que adoptó en honor a San
Francisco de Asís, había sido ya uno de los cardenales más votados cuando
Benedicto fue elegido en 2005, y no escatimó elogios hacia la figura de su
predecesor.
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