Para conmemorar el 56° aniversario de la catedral del fútbol mexicano, en AS tiramos de archivo y de memoria histórica para recontar las historias que forjaron su mito.
El día que Diego Armando
Maradona alzó aquella copa de hombres derretidos en oro macizo, la
asunción de su cuerpo y su alma a la inmortalidad fue bendecida por el panteón
azteca. Huitzilopochtli, con jurisdicción en el empobrecido barrio de
Santa Úrsula, aceptó gustoso la consagración de un Ícaro bonaerense que aún
tendría muchas caídas que sortear. Era un México en
escombros, maquillado en polvo y sangre, de varillas torcidas y fuegos
incontenibles. Era el México grisáceo, deprimido, cuyo peso fluctuaba en
las turbulentas alturas de la inflación, cuyos vaivenes en las bolsas de cambio
empobrecían cada día más al ciudadano de a pie; el México que se difuminaba
tras la persiana de Televisa, el que había dejado de reírse cuando se reconocía
frente al espejo. 16 años atrás, Pelé también fue ungido mientras Quetzalcóatl,
serpiente emplumada, rodeaba su cuerpo semidesnudo en ascenso al
firmamento. En Santa Úrsula, reza la leyenda, anidó todo el fuego que escupió
el volcán Xitle. Del sedimento, piedra caliza y montones de granito, surgió el
Coloso.
Una de las postales clásicas del Estadio Azteca, tomada
durante el partido inaugural del Mundial México '86 entre Italia y
Bulgaria MEX VS BUL WC 1986 (MEXSPORT)
Dominante del sur de la esquizofrénica Ciudad de
México, el Coloso de Santa Úrsula tiene la majestad de un volcán en
reposo. En su explanada reposa un sol rojizo, una enana roja en
nacimiento. Gigante de mil patas de concreto y una coraza abierta, domo
volcánico, iluminada para las noches de gala, las noches de lava y
ceniza. El Azteca es la medida de todas las cosas y en él caben todos los
sueños. Los de un país que seca sus lágrimas cuando se da cita en él. Su
grandiosidad es el cobijo mexicano ante el desasosiego. Juan Pablo II lo supo y
su homilía en 1999 expió al país de sus pecados y sus traumas.
El Estadio Azteca es inmenso porque inmensos son sus
recuerdos. Es el gol de Arlindo, que rompió el listón, y los lamentos de
Pereda por el bronce perdido ante Japón en los Juegos Olímpicos 1968. Es el
silencio de Tlatelolco. El desfile, dos años después, de 16 naciones bajo la
mirada torva y la sonrisa de Gustavo Díaz Ordaz sostenida con ganchos, quien no
pudo enjuagar la sangre de sus manos en esa magnífica pila de concreto. Es
el frenesí en guinda que desató el penal de "El Halcón" Peña contra
Bélgica. Es el brazo pegado al pecho de Beckenbauer, casi palpándose el
corazón mientras maltrecho sostenía al de la 'Mannschaft'; la súplica de
Schnellinger, el tiro cruzado de Riva, los cojones de Müller, el partido de
todos los tiempos. Es el balón al piso, artesanía y jolgorio, la 'alegria
do povo' del Brasil de Mario Zagallo: el colosal salto de Pelé, la cadencia de
Tostao, la salva fulminante de Carlos Alberto después de una sinfonía, la más
hermosa de todas. Es la magia de Reinoso y Borja con el América; el arte de
Bustos, Guzmán, Quintano, Muciño con la 'Máquina Azul'; el señor-gol (parte I)
de Hugo Sánchez a La Volpe; la suave atajada de Miguel Ángel Zelada en el único
América-Chivas que llegó a final. El rugir, el estrépito, la apoteosis.
Y es el cabezazo de Quirarte que alivió a un país enterrado
en escombros y llanto. Los abucheos que sepultaron al presidente Miguel de
la Madrid en una inauguración aderezada con mariachi, colorines y
lamentos. El enternecedor tijeretazo de Manuel Negrete, una primera
encarnación escenificada del 'sí se puede' (que no se pudo, al final). Es el
poema épico, con acento porteño, que recitó Maradona: molinete, caricia hacia
dentro, caricia hacia fuera, fantasía, ilusionismo, barrilete cósmico. Es
un brazo extendido hacia la farsa y la inmortalidad; el gol que jamás debió
contar y el gol que jamás habremos de olvidar. El Azteca es el brutal
cambio de ritmo para destrozar a Pfaff: de sonatina a un golpeteo demencial
sobre las teclas de marfil. Es la resurrección teutona, calcinada por el medio
día 'chilango' y un acorde maradoniano, el pase preciso para la cabalgata
eterna de Burruchaga.
Y el Azteca es el jarabe tapatío de Cuauhtémoc Blanco. La
irrisoria pifia de Kalusha con las puertas del Palacio Nacional abiertas de par
en par. El tiro raso de Giovanni Casillas para sellar un campeonato mundial
entre la algarabía de un país que, hasta ahora, se ha conformado con que sus
cadetes cumplan los anhelos que sus comandantes encuentran imposibles. El
milagro encarnado en la silueta contorsionada de Moisés Muñoz: un gol como un
grito de muerte. El segundo que catapultó al América de Miguel Herrera y
condenó al Cruz Azul a un embrujo doliente. Es el preámbulo de un
conflicto bélico (la mal llamada 'Guerra del Fútbol') y el "templo
sagrado" que inspira la mejor prosa de Caparrós y Villoro.
El 'Templo Mayor' fue el corazón de
la antigua México-Tenochtitlán, un complejo de pirámides y centros ceremoniales
donde los mexicas adoraban, principalmente, a Huitzilopochtli, su máxima
deidad, patrono de la guerra y el sol. Tan sobrecogedor era que impactó a
los cronistas de la conquista española; hoy, el 'Templo Mayor' mexica es una
ruina enclavada y olvidada en el centro de la estridente Ciudad de México. Pero
hay un sustituto. El 'Templo Mayor' de la modernidad también es 'azteca' (de
nombre, al menos), también honra a los dioses, y se encuentra 16 kilómetros al
sur del original.
En México, el Estadio Azteca es la medida de todas las
cosas. Y donde caben todos los sueños.
El XI
ideal de futbolistas que jugaron en el Estadio Azteca
El Azteca es la auténtica catedral del fútbol
internacional. Cinco de los acontecimientos más importantes en la historia
del deporte ocurrieron en el césped de Santa Úrusla: el 'Partido del Siglo',
'la Mano de Dios', 'el Gol del Siglo', y las coronaciones de Pelé y Maradona
como campeones del mundo. Altar pagano por donde brillaron las estelas de
otros tantos astros además de 'O Rei' y 'El Diego'. Vaya, dos Mundiales, dos
finales, 55 años, más de 10,000 goles, cientos de miles de partidos y algunos
aniversarios especialmente memorables. La lista de invitados distinguidos
en el Coloso es inigualable. Acaso Wembley podría oponerse. Y ya. El Azteca es
historia transmutada en estadio.
Una historia de +10,000 gritos
Hace dos años, Milton Caraglio, delantero de Cruz Azul,
anotó el gol 10,000 en el Coloso. Una piedra más de una muralla que se
extienda más allá de nuestra vista, nuestros dominios. Una edificación
cuya primera piedra puso Arlindo dos Santos hace 55 años. El primer gol de
una era.
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