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sábado, 28 de mayo de 2022

56 años del Estadio Azteca: leyendas del 'templo mayor'

Para conmemorar el 56° aniversario de la catedral del fútbol mexicano, en AS tiramos de archivo y de memoria histórica para recontar las historias que forjaron su mito.

 





El día que Diego Armando Maradona alzó aquella copa de hombres derretidos en oro macizo, la asunción de su cuerpo y su alma a la inmortalidad fue bendecida por el panteón azteca. Huitzilopochtli, con jurisdicción en el empobrecido barrio de Santa Úrsula, aceptó gustoso la consagración de un Ícaro bonaerense que aún tendría muchas caídas que sortear. Era un México en escombros, maquillado en polvo y sangre, de varillas torcidas y fuegos incontenibles. Era el México grisáceo, deprimido, cuyo peso fluctuaba en las turbulentas alturas de la inflación, cuyos vaivenes en las bolsas de cambio empobrecían cada día más al ciudadano de a pie; el México que se difuminaba tras la persiana de Televisa, el que había dejado de reírse cuando se reconocía frente al espejo. 16 años atrás, Pelé también fue ungido mientras Quetzalcóatl, serpiente emplumada, rodeaba su cuerpo semidesnudo en ascenso al firmamento. En Santa Úrsula, reza la leyenda, anidó todo el fuego que escupió el volcán Xitle. Del sedimento, piedra caliza y montones de granito, surgió el Coloso.

Una de las postales clásicas del Estadio Azteca, tomada durante el partido inaugural del Mundial México '86 entre Italia y Bulgaria MEX VS BUL WC 1986 (MEXSPORT)

Dominante del sur de la esquizofrénica Ciudad de México, el Coloso de Santa Úrsula tiene la majestad de un volcán en reposo. En su explanada reposa un sol rojizo, una enana roja en nacimiento. Gigante de mil patas de concreto y una coraza abierta, domo volcánico, iluminada para las noches de gala, las noches de lava y ceniza. El Azteca es la medida de todas las cosas y en él caben todos los sueños. Los de un país que seca sus lágrimas cuando se da cita en él. Su grandiosidad es el cobijo mexicano ante el desasosiego. Juan Pablo II lo supo y su homilía en 1999 expió al país de sus pecados y sus traumas.

El Estadio Azteca es inmenso porque inmensos son sus recuerdos. Es el gol de Arlindo, que rompió el listón, y los lamentos de Pereda por el bronce perdido ante Japón en los Juegos Olímpicos 1968. Es el silencio de Tlatelolco. El desfile, dos años después, de 16 naciones bajo la mirada torva y la sonrisa de Gustavo Díaz Ordaz sostenida con ganchos, quien no pudo enjuagar la sangre de sus manos en esa magnífica pila de concreto. Es el frenesí en guinda que desató el penal de "El Halcón" Peña contra Bélgica. Es el brazo pegado al pecho de Beckenbauer, casi palpándose el corazón mientras maltrecho sostenía al de la 'Mannschaft'; la súplica de Schnellinger, el tiro cruzado de Riva, los cojones de Müller, el partido de todos los tiempos. Es el balón al piso, artesanía y jolgorio, la 'alegria do povo' del Brasil de Mario Zagallo: el colosal salto de Pelé, la cadencia de Tostao, la salva fulminante de Carlos Alberto después de una sinfonía, la más hermosa de todas. Es la magia de Reinoso y Borja con el América; el arte de Bustos, Guzmán, Quintano, Muciño con la 'Máquina Azul'; el señor-gol (parte I) de Hugo Sánchez a La Volpe; la suave atajada de Miguel Ángel Zelada en el único América-Chivas que llegó a final. El rugir, el estrépito, la apoteosis.

Y es el cabezazo de Quirarte que alivió a un país enterrado en escombros y llanto. Los abucheos que sepultaron al presidente Miguel de la Madrid en una inauguración aderezada con mariachi, colorines y lamentos. El enternecedor tijeretazo de Manuel Negrete, una primera encarnación escenificada del 'sí se puede' (que no se pudo, al final). Es el poema épico, con acento porteño, que recitó Maradona: molinete, caricia hacia dentro, caricia hacia fuera, fantasía, ilusionismo, barrilete cósmico. Es un brazo extendido hacia la farsa y la inmortalidad; el gol que jamás debió contar y el gol que jamás habremos de olvidar. El Azteca es el brutal cambio de ritmo para destrozar a Pfaff: de sonatina a un golpeteo demencial sobre las teclas de marfil. Es la resurrección teutona, calcinada por el medio día 'chilango' y un acorde maradoniano, el pase preciso para la cabalgata eterna de Burruchaga.

Y el Azteca es el jarabe tapatío de Cuauhtémoc Blanco. La irrisoria pifia de Kalusha con las puertas del Palacio Nacional abiertas de par en par. El tiro raso de Giovanni Casillas para sellar un campeonato mundial entre la algarabía de un país que, hasta ahora, se ha conformado con que sus cadetes cumplan los anhelos que sus comandantes encuentran imposibles. El milagro encarnado en la silueta contorsionada de Moisés Muñoz: un gol como un grito de muerte. El segundo que catapultó al América de Miguel Herrera y condenó al Cruz Azul a un embrujo doliente. Es el preámbulo de un conflicto bélico (la mal llamada 'Guerra del Fútbol') y el "templo sagrado" que inspira la mejor prosa de Caparrós y Villoro.

El 'Templo Mayor' fue el corazón de la antigua México-Tenochtitlán, un complejo de pirámides y centros ceremoniales donde los mexicas adoraban, principalmente, a Huitzilopochtli, su máxima deidad, patrono de la guerra y el sol. Tan sobrecogedor era que impactó a los cronistas de la conquista española; hoy, el 'Templo Mayor' mexica es una ruina enclavada y olvidada en el centro de la estridente Ciudad de México. Pero hay un sustituto. El 'Templo Mayor' de la modernidad también es 'azteca' (de nombre, al menos), también honra a los dioses, y se encuentra 16 kilómetros al sur del original.

En México, el Estadio Azteca es la medida de todas las cosas. Y donde caben todos los sueños.

El XI ideal de futbolistas que jugaron en el Estadio Azteca

El Azteca es la auténtica catedral del fútbol internacional. Cinco de los acontecimientos más importantes en la historia del deporte ocurrieron en el césped de Santa Úrusla: el 'Partido del Siglo', 'la Mano de Dios', 'el Gol del Siglo', y las coronaciones de Pelé y Maradona como campeones del mundo. Altar pagano por donde brillaron las estelas de otros tantos astros además de 'O Rei' y 'El Diego'. Vaya, dos Mundiales, dos finales, 55 años, más de 10,000 goles, cientos de miles de partidos y algunos aniversarios especialmente memorables. La lista de invitados distinguidos en el Coloso es inigualable. Acaso Wembley podría oponerse. Y ya. El Azteca es historia transmutada en estadio.

Una historia de +10,000 gritos

Hace dos años, Milton Caraglio, delantero de Cruz Azul, anotó el gol 10,000 en el Coloso. Una piedra más de una muralla que se extienda más allá de nuestra vista, nuestros dominios. Una edificación cuya primera piedra puso Arlindo dos Santos hace 55 años. El primer gol de una era.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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