El vía crucis o viacrucis (en latín: «camino de la cruz» también llamado Vía Dolorosa) son las diferentes etapas o momentos que vivió Jesucristo desde que fue capturado hasta su crucifixión y posterior sepultura. Es un acto devocional que conmemora la pasión de cristo con la evocación de las 14 estaciones del «Vía Crucis». Es un rito cristiano, de la Iglesia católica y de la Iglesia anglicana.
El número
y los nombres de las estaciones han cambiado varias veces en la historia de la
devoción, aunque la lista de catorce estaciones sea casi universalmente
aprobada. A veces, el Vía Crucis concluye con una decimoquinta estación,
la resurrección de Jesús. Quienes la agregan, lo hacen en la idea de que la oración
cristiana en la contemplación de la pasión no puede detenerse en la muerte,
sino que debe mirar más allá, en la resurrección. Sin embargo, la tendencia es
evitar tal estación y limitarse a proclamar la resurrección en una reflexión u
oración final, de modo que el Vía Crucis siga siendo una meditación de la
pasión. Por esto el Magisterio de la Iglesia Católica prescribe
14 estaciones.
En torno
a 1294, Rinaldo de Monte Crucis, fraile dominicano, cuenta su subida al Santo
Sepulcro, con varias etapas, que llama estaciones: el lugar de la condena a
muerte de Jesús, el encuentro con las piadosas mujeres, la entrega de la cruz a
Simón de Cirene y otros episodios de la Pasión hasta la muerte de Jesús en la
Cruz.
Los
primeros cristianos realizaban peregrinaciones a Jerusalén para recorrer los
lugares de la «Pasión» y «Muerte de Cristo«. Puesto que esta peregrinación era
irrealizable para muchos, la representación de las estaciones en las iglesias
instauró este rito de forma internacional. Para que todos puedan seguir a
Jesús, por el doloroso camino de la cruz, que nos infunde valor y confianza
para afrontar las dificultades de la vida.
Oraciones
y meditaciones del vía crucis tradicional
Primera
estación: Jesús es condenado a muerte
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús,
llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió
:«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo
crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo
entregó para que lo crucificaran.
Meditación
El Juez
del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e
indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe
que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón
está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al
derecho.
También
los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad.
Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch
2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros
[…], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss).
Pero en
aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque
gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por
la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la
mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de
la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
Oración
Señor,
has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz
de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes
son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también
nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia.
Da fuerza
en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo
hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras
almas y nos indique el camino en nuestra vida.
El día de
Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la conversión a los
que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado esperanza a
todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Segunda
estación: Jesús con la cruz a cuestas
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al
pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le
pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la
ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha.
Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él
diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña
y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el
manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Meditación
Jesús,
condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla
emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por
los potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la
dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras
grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura
de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del
bien.
Jesús,
precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el
verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es
el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la
violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva
sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así
es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
Oración
Señor, te
has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de
quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados
y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se
ridiculiza la obediencia a tu voluntad.
Tú has
llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos
fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que
nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a
recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera
alegría.
Tercera
estación: Jesús cae por primera vez
Lectura
del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado
por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo
saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como
ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros
crímenes.
Meditación
El hombre
ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura
de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es
acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén
a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio
muerto, sangrando al borde del camino?
Jesús que
cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio
resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp
2, 6-8).
En su
caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su
humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la
naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos
de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando
a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad,
en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos
hundimos y terminamos por autodestruirnos.
La
humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación
nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia,
de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha
humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y
dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
Oración
Señor
Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso
de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino
adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado.
Has
querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en
tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a
transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y
vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales
esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no
hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana.
Señor,
ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia
destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Cuarta
estación: Jesús encuentra a su Madre
Lectura
del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira,
éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una
bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti,
una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su
corazón.
Meditación
En el Vía
crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía
retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus
discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre
del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12,
48-50).
Y esto
muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también
en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su
obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo… Será grande…, el
Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss).
Pero poco
más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te
traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras
de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se
humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is
53, 7). Ahora se hace realidad.
En su
corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando
todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30).
Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la
fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en
la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc
1, 45).
«Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran
consuelo en aquellos momentos.
Oración
Santa
María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al
igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble -que
serías la madre del Altísimo- también has creído en el momento de su mayor
humillación.
Por eso,
en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han
convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que
nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar
muestras de un amor que socorre y sabe com
Quinta
estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Lectura
Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir,
encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara
la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue
a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
Meditación
Simón de
Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente
con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para
él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con
la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el
destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha
repugnancia.
El
evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como
cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro
involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la
cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este
Crucificado y socorrerlo.
El
misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor
divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que
compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1,
24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido
o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz
de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del
mundo.
Oración
Señor, a
Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la
cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre,
aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías.
Danos la
gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y
experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo
que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo,
nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu
cuerpo, la Iglesia.
Sexta
estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Lectura
del libro del profeta Isaías 53, 2-3
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto
atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y
desestimado.
Del libro
de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro
buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que
tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
Meditación
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro
» (Sal
26, 8-9). Verónica -Berenice, según la tradición griega- encarna este anhelo
que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos
los creyentes de ver el rostro de Dios.
Ella, en
principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de
bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la
brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es
la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón,
mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón -había dicho el Señor en
el Sermón de la montaña-, porque verán a Dios» (Mt 5, 8).
Inicialmente,
Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto
de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro
humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad,
que nos acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a
Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el
amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.
Oración
Danos,
Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad
del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y
la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos
capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba
tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al
mundo tu imagen.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Séptima
estación: Jesús cae por segunda vez
Lectura
del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el
látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin
luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha
quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
Meditación
La
tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la
caída de Adán -en nuestra condición de seres caídos- y en el misterio de la
participación de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia formas
siempre nuevas.
En su primera
carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de
la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de
este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus
excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad.
Pero
podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como
cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la
superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente
por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que,
queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del
hombre.
El
hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae,
para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro
corazón; cae para levantarnos.
Oración
Señor
Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga
la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos
reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia.
En lugar
de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de
ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer
que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo
llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo.
Haznos
sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a
reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos.
Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda
esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.
Octava
estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Lectura
del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque
mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres
que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a
decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas:
«Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
Meditación
Oír a
Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él,
nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia
ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe
vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos
de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre.
Por esto
el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la
gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras
palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no
estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del
mal?
En la
imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente
el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del
juicio? ¿Cómo podrá Dios -pensamos- hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos
solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad
del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede
seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre.
También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más
bien por vosotros… porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el
seco?»
Oración
Señor, a
las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando
nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a
superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos
para poder continuar nuestra vida de siempre.
Nos
muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos
culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos
a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no
permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a
ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la
vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Novena
estación: Jesús cae por tercera vez
Lectura
del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su
juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone;
que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a
quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para
siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso
amor.
Meditación
¿Qué
puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos
hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en
la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en
lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del
sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a
menudo.
¡Cuántas
veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se
deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas
palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su
sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia,
cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la
Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas!
También
esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción
indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del
Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo
profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
Oración
Señor,
frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace
aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos
abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos.
Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las
palabras altisonantes.
Ten
piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al
caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca
podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu
Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has
reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu
Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Décima
estación: Jesús es despojado de las vestiduras
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que
quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo
probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa
echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
Meditación
Jesús es
despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social;
indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público
significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos.
El
momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha
desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo
desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación
del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido
la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios.
Al pie de
la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los
evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así
lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las
Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la
Palabra de Dios, confirmado por su designio divino.
El Señor
experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno
de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él
a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del
sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba
abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la
vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio
Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero
sumo sacerdote
Oración
Señor
Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado
de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has
cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están
excluidos del mundo.
Pero es
exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das
significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces
reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo.
Concédenos
un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en
todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de
tu gracia.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Undécima
estación: Jesús es clavado en la cruz
Lectura
del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la
acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la
cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a
ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
Los sumos sacerdotes con los letrados y los
senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede
salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
Meditación
Jesús es
clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de
la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le
ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión.
Su cuerpo
está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio
del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta
el rostro, era despreciado… Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él
llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss).
Detengámonos
ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los
momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver
la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los
momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos
cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que tendemos a
despreciar.
Ante el
Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino
que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer
aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor,
elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por
así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo
(1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni
a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
Oración
Señor
Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de
este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar,
has sufrido sin evasivas ni compromisos.
Ayúdanos
a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A
desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar
tu libertad «comprometida» y a encontrar en la estrecha unión contigo la
verdadera libertad.
Se reza
un «Padre Nuestro«.
Duodécima
estación: Jesús muere en la cruz
Lectura
del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la
cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron
el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y
estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron
tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá
sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al
oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste».
Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una
esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los
demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito
fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente
éste era Hijo de Dios».
Meditación
Sobre la
cruz -en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la
lengua del pueblo elegido, el hebreo- está escrito quien es Jesús: el Rey de
los judíos, el Hijo prometido de David.
Pilato,
el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se
proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías
porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación.
Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del
Crucificado.
Efectivamente,
él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En
su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del
amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al
verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es
la verdadera realeza.
Jesús
recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume
en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de
la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece
estar definitivamente vencido y ausente.
La cruz
de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de
Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en
el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es
el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.
Oración
Señor
Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás
siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de
Dios.
Por el
gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro,
aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer.
Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado.
Precisamente desde allí has triunfado.
En esta
hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y
a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo
al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
Decimotercera
estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión y sus hombres, que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente
éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos,
aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
Meditación
Jesús
está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana
sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y
de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del
Señor, renace siempre la Iglesia.
A él no
le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta
como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún
hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda
la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no
está solo.
Están los
fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre,
María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre
rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios
le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín:
donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín
del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de
su Creador.
El
sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de
terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había
anunciado el misterio del renacer por el agua y el Espíritu. También en el
sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce
a Jesús después de su muerte.
En la
hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge
misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre
como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto
sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva
familia, comienza a formarse.
Oración
Señor,
has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por
manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto
del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés
durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a
nosotros mismos: Dios ha muerto.
Haz que
en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes
solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una
fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu
necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno.
Ayúdanos,
ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder
ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos,
nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede
tener lugar la resurrección.
Decimocuarta
estación: Jesús es puesto en el sepulcro
Lectura
del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en
una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una
roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María
Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
Meditación
Jesús,
deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores.
Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un
fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de
Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios,
la «sobreabundancia» de su amor.
Dios se
ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia,
también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha
enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar
también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por
nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros
somos […] el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15).
En la
descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume
que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a
realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn
12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado
comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos:
él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y
de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para
nosotros, a través de la cruz y la resurrección.
Sobre el
sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.
Oración
Señor
Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de
trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del
tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa
del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual
te ofreces a ti mismo.
La
Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra
cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra
crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte
del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder
nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la
promesa del grano de trigo.
Ayúdanos
a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir
verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y
hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo
crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú
No, tú no
has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a
la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla
gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección.
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