Para Carlos Loret, con mi aprecio y cariño de siempre, a pesar de la distancia.
Lo que hizo el presidente López Obrador el pasado
viernes, es el más grave error político de todos los tiempos. Exhibir
públicamente los presuntos ingresos de Loret es no solo un delito, sino la
estupidez mediática más lamentable que pueda concebirse: que se los dio un
ciudadano, una patraña que ofende la inteligencia; aun si los datos fueran
ciertos, el habitante de Palacio no tenía ningún derecho a exhibirlos; pero si,
como asegura Carlos, “los infló y falseó”, estaríamos frente a un manipulador
monstruoso que ejerce como abusivo y farsante. Por eso este no es un hecho
aislado, sino la consecuencia enfermiza de un embate feroz contra medios y
comunicadores que ha propiciado un clima de linchamiento y muerte contra los
periodistas en este país. Pero mucho más aún, evidencia la furia de un régimen
que podría caerse a pedazos por la exhibición de esa doble cara de santidad y
corrupción: “¡el emperador va desnudo!”.
En este punto crucial, la poderosa exhibición de la imagen
de una casa de alberca gigantesca, habitada por su hijo José Ramón López
Beltrán, su esposa Carolyn Adams y el nieto de AMLO, es un torpedo en la línea
de flotación de un régimen como la 4T, que se sustenta en una austeridad que
ahora se sabe disfrazada. Un evento vergonzante para cualquier gobierno, que
está siendo como una granada de fragmentación con efectos destructivos en todas
direcciones:
-El creciente rechazo de una sociedad que ahora se sabe
amenazada en sus derechos humanos más elementales.
-La sensación de que nos encaminaos a “una dictadura
imperfecta”.
-Una baja sensible en la aceptación popular para un régimen
que ha fundado su autoritarismo en porcentajes de encuestas y sus millones de
votos.
-La creciente sospecha de que la ira presidencial se debe a
que el tema es solo la punta de un iceberg que se quiere cubrir a toda costa.
A ver, varios aspectos fundamentales: López Obrador no
tiene una política de comunicación social de su gobierno; está rodeado de
zánganos de obediencia ciega que no se atrevieron a advertirlo de las
consecuencias de su decisión estomacal; por el contrario, López Obrador
empoderó a quien considera su enemigo público número uno y que gracias al
berrinche presidencial ahora lo podría demoler en una encuesta.
Hay más: la pérdida de control en Palacio
Nacional quedó evidenciada en las increíbles erratas de la primera lámina
con los presuntos ingresos de Loret; luego, con 15 largos días en que no sabían
cómo armar un control de daños; una debilísima explicación de José Ramón y
Carolyn y la insistencia enfermiza de volver a mostrar la lámina de los
supuestos ingresos, porque “están atacando la transformación y además es en
legítima defensa”.
Pero el colmo de la desfachatez acorralada es que López
Obrador haya tenido que reconocer que su primogénito trabaja en KEI Partners
propiedad de Iván y Erika Chávez, hijos de Daniel Chávez, dueño de
Grupo Vidanta, que posee 200 desarrollos turísticos de lujo, “pero no cobra ni
tiene negocios con el gobierno”. No, tan solo es “supervisor honorífico del
Tren Maya”, un concesionario de las Islas Marías, beneficiario de un gran
parque solar en Sonora y miembro del Consejo Económico Asesor del Presidente.
Nada más. Insisto: algo huele a podrido en la 4T.
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