El secretario de la Defensa ha reaccionado con una entrega total al Presidente, sin que esté viendo por la institución en el largo plazo.
De manera innecesaria, el Ejército se metió en un problema
político… y de censura. Le quiso arreglar un problema de imagen al presidente
Andrés Manuel López Obrador y lo empeoró al dar a conocer el decomiso de un
paquete con casi 3 kilogramos de cristal, una droga sintética con valor de
mercado de 83 millones de pesos, que eran transportados en un autobús de
pasajeros en el trayecto entre Apatzingán y Buenavista, en la Tierra Caliente
michoacana. El problema de este episodio fue detonado, paradójicamente, por la
Oficina de Comunicación Social de la Presidencia, que dio a conocer las fotos
originales del decomiso: el autobús tenía el logotipo de Morena, que había sido
borrado por los militares.
La Secretaría de la Defensa Nacional se ha mantenido callada
pese a las críticas y las burlas. Poco tiene que decir, porque cualquier
explicación es irrelevante. Borraron el logotipo del partido en el gobierno en
un vehículo que transportaba 14 bolsas con droga, en medio de acusaciones de
Morena como beneficiaria electoral del apoyo de los cárteles. El Ejército no
tenía necesidad de borrar nada, o cuando menos, aquel Ejército que conocíamos,
el institucional, el que siempre respetaba al Presidente, pero se respetaba a
sí mismo y actuaba con los intereses de la nación por encima de todo. Hoy, con
el general Luis Crescencio Sandoval al frente de la secretaría, las cosas han
cambiado.
El secretario de la Defensa quizás no entiende mucho de
política o le han llenado las manos al Ejército con tantos negocios, que tiene
nublada la perspectiva estratégica. Su preponderante papel en la administración
del presidente López Obrador, como afirman en Palacio Nacional, radica en que
el general le dice a todo que sí. Y cuando no le pide nada, también dice que
sí, como cuando el secretario de la Defensa respaldó el proyecto
político-ideológico de López Obrador, con lo cual, por descarte, avaló todo lo
que dice y hace el Presidente en contra de quienes piensan distinto a él, sin
importar que a veces viole la ley.
La frase que define al general Sandoval la pronunció el
pasado 9 de febrero en el aniversario 107 de la Marcha de la Lealtad, cuando
aseguró: “Las Fuerzas Armadas hacen suyos los ideales de transformación y
reiteran su incondicional lealtad a su proyecto de nación”. El proyecto incluye
que los soldados se vuelvan albañiles, distribuidores de medicinas, policías de
crucero y le hagan el trabajo sucio al gobierno de Estados Unidos, para
convertir auténticamente a México en el ideal norteamericano, un buffer
state que sirva de contención y filtro para lo indeseable en su
territorio.
La lealtad al Presidente y a su proyecto de nación, como lo
fraseó, va más allá de la institucionalidad y se acerca a la complicidad. Lo
que el general no se ha dado cuenta es que el Presidente puede decir que les
tiene aprecio, respeto y agradecimiento, pero son meras expresiones. En los
hechos, el Presidente desprecia a las Fuerzas Armadas y mantiene su vieja idea
de desaparecerlas. López Obrador engaña con las palabras, y en función de cómo
se escuchen y procesen, se responde. El secretario de la Defensa ha reaccionado
con una entrega total al Presidente, sin que esté viendo por la institución en
el largo plazo. López Obrador ha estado anticipando su deseo por desaparecer a
las Fuerzas Armadas desde hace varios años. La última vez, en una entrevista
con La Jornada en julio de 2019, cuando afirmó con candidez: “Si por
mí fuera, yo desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional.
Declararía que México es un país pacifista que no necesita Ejército, y que la
defensa de la nación, en el caso que fuese necesaria, la haríamos todos”.
En los altos mandos de la Secretaría de la Defensa vieron
con preocupación las declaraciones del Presidente, que repetía incluso desde
antes de asumir el poder, pero conforme fue llenando las arcas militares de
recursos, contratos y negocios, las críticas fueron evaporándose. En este
espacio se ha insistido que esa política presidencial desnaturaliza al
Ejército, pero el general Sandoval ve otras cosas. El traslado de la Guardia
Nacional al Ejército, que fue una propuesta suya en octubre, pavimenta el
camino para cumplir el deseo del Presidente, al ir cambiando los criterios
presupuestales de la seguridad nacional a la seguridad pública, reduciendo su
papel a tareas ajenas la seguridad Nacional.
El elefante que está destruyendo a las Fuerzas Armadas está
en la sala. El Presidente puso a pelear al secretario de la Defensa y al
secretario de la Marina, el almirante Rafael Ojeda, que tienen una relación
tensa. La rivalidad entre las dos dependencias es vieja, pero se ha
incrementado. Al mismo tiempo, López Obrador camina hacia el juicio contra las
Fuerzas Armadas, a las que quiere responsabilizar de la desaparición de los 43
normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014.
El almirante Ojeda, que en ese entonces era jefe de la 8ª
Región Naval en Acapulco, estaba al tanto de lo que sucedía. El general
Sandoval no estuvo ahí, pero a quien le encargó que defendiera al general
Salvador Cienfuegos, por las recientes acusaciones de narcotráfico, el general
Alejandro Ramos, era el jefe de la Unidad Jurídica de la secretaría que realizó
la investigación sobre el papel de los militares en la desaparición de los
normalistas, sin encontrar algo que los responsabilizara. El gobierno piensa lo
contrario.
Las Fuerzas Armadas van hacia el paredón de Ayotzinapa.
También rumbo al fracaso en el mejoramiento de la seguridad pública. Están
creciendo las denuncias de corrupción de altos mandos, sobre todo por presuntas
vinculaciones con el narcotráfico, contribuyendo a su descrédito. Ese será el
camino: la descalificación de soldados y marinos, con acusaciones de
violaciones a los derechos humanos e incapacidad operativa. La mesa está
preparándose para que la Guardia Nacional, un cuerpo para el orden interno, no
la seguridad nacional, las remplace.
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