Su retórica irresponsable fue acompañada de una estrategia
cuestionada y desmantelada con argumentos desde las primeras semanas de la
pandemia, donde la realidad fue aplastando lo que planteaba y permitía decir al
presidente. El resultado ha sido, porque aún no termina la crisis, una tragedia
que nos llevó el lunes a rebasar los 150 mil muertos y el millón tres cuartos
de contagios, que nos coloca en el umbral de superar a India como el tercer
país con más fallecimientos. La pandemia está fuera de control. Prácticamente
todo el país ha tenido incremento de contagios y su estrategia de tener camas
disponibles en los hospitales, es otro fracaso.
En la estadística sanitaria que carga sobre su espalda el
zar del coronavirus, ahora se tiene que incluir a López Obrador. Por ahora,
como reportan las autoridades, el presidente está estable, pero la parte más
difícil y fuerte de la enfermedad, calculan los especialistas, llegará a media
semana, de acuerdo con la estimación de cuándo se contagió. Es decir, la parte
más delicada aún está por venir. Lamentablemente, por lo que significa para la
sociedad mexicana, el discurso oficial sobre la pandemia profundizó la
polarización. Este fenómeno no es un asunto que se quede en las redes sociales,
sino que impacta directamente en la gobernabilidad.
El que el presidente esté recluido en su habitación en
Palacio Nacional, aunque pueda en estos momentos atender los asuntos públicos,
le impide presidir la mañanera, que es el ejercicio diario de gobierno que
genera gobernabilidad. El lunes, con la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez
Cordero, al frente de la mañanera, se comprobó su incapacidad para ejercer
gobierno, pero al mismo tiempo, se vio la debilidad del diseño de López
Obrador, donde la centralización de poder y la administración de los asuntos
públicos, no previó sustituto. La ingobernabilidad que está aflorando está
relacionada con la incredulidad sobre el verdadero estado de salud del presidente,
y sobre qué tanto fue responsable para viajar en un avión comercial si ya tenía
síntomas de la enfermedad.
La palabra del presidente arrastra el descrédito que fue
acumulando la pérdida de respeto y confianza sobre López-Gatell. El 19 de
diciembre Darío Celis publicó en EL FINANCIERO que le habían aplicado a López
Obrador la vacuna china CanSino Biologics. En lugar de desmentirlo una
autoridad, el presidente apoyó la vacuna 11 días después. Funcionarios
federales han señalado que, en efecto, el presidente y varios de sus
colaboradores ya habían sido vacunados, lo que genera mayor confusión al
existir opacidad en el gobierno. Públicamente López Obrador rechazó ser
vacunado y dijo que esperaría su turno por edad. Pero la salud del presidente,
como estamos comprobando ahora, es un asunto de seguridad nacional. Si él no
quería, López-Gatell debía haberlo presionado para que se aplicara la vacuna.
Ahora, si se vacunó y se contagió, ¿cuál fue la vacuna que le aplicaron?
Cualquier respuesta hoy en día generará más confusión y
polarización. La realidad es que López Obrador sí está enfermo de Covid-19, con
sólo uno de los síntomas del virus, pero su edad y estado de salud
–hipertensión, mala alimentación y dos infartos que estuvieron a punto de
costarle la vida en 2013– lo colocan en el grupo de personas más vulnerables a
la enfermedad. La burbuja que creó López-Gatell en torno a él también falló de
una manera escandalosa por el alcance que puede tener el número de contactos
que tuvo durante su reciente gira, una actividad que el zar del coronavirus
defendió en junio ante legisladores, argumentando que eran “actividades
esenciales”.
La última gira que realizó a Nuevo León y San Luis Potosí el
fin de semana, está creando otra polémica adicional. El viernes voló en avión
comercial a Monterrey, y el domingo regresó, en otro avión comercial, de la
capital potosina. Funcionarios de la presidencia comentaron a periodistas que
el presidente comenzó a presentar síntomas el sábado, lo que no impidió que
viajara el domingo. Si esto es cierto, quienes autorizaron a López Obrador a
viajar y abrir la posibilidad de contagiar a otras personas, pudieran ser penalmente
responsables por esa negligencia que puso vidas en riesgo, y al presidente, lo
volvería a meter en un torbellino político.
Una vez más, López-Gatell apareció en el escenario. Hace
mucho tiempo dejó de ser un funcionario creíble y confiable, y arrastra muchos
negativos que no fueron analizados en el gobierno a tiempo, al ser seducidos
por su elocuencia informada y facilidad para comunicar, como en la Secretaría
de Hacienda, a quienes les diseñó el modelo de compra concentrada de
medicamentos que resultó en el primer gran fracaso del gobierno. Ese desabasto
es lo que López Obrador ha reconocido en el gabinete como su mayor déficit,
pero mantiene su respaldo a López-Gatell.
El zar del coronavirus es un lastre cada vez más grande para
López Obrador, cuyas decisiones y acciones enfrentan dudas y sospechas por su
culpa. Mientras gestiona su enfermedad, el presidente debería evaluar si al
final de la pandemia, se deshace de él. Es impredecible, como la cabeza del presidente,
lo que sucederá con el zar de marras, convertido hoy en una caricatura de sí
mismo.
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