Directorio
lunes, 13 de enero de 2020
La cuarta transformación del PRI
Fernando García Ramírez
Pudo haber sido un avance, pero está siendo un retroceso. El modelo mental del presidente quedó fijo en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. En esa época estudió (se hizo una imagen del mundo) y se afilió al PRI. En los ochenta para López Obrador ocurrió el desastre: una corriente no popular se hizo del control del PRI y luego del país. Tras un paréntesis democrático (1997-2018), el propósito era que ese sistema regresara al poder. Esa es la encomienda histórica que asumió López Obrador.
La primera transformación ocurrió en 1928 cuando varios grupos de militares fundaron el Partido Nacional Revolucionario. La segunda ocurrió diez años después, durante la gestión de Lázaro Cárdenas, cuando se transformó en el Partido de la Revolución Mexicana. La tercera, ocho años más tarde, en 1946 el partido se congeló en un oxímoron: el Partido de la Revolución Institucional. Sesenta y ocho años después, en 2014, con la fundación de Morena, ocurre la cuarta transformación del PRI, ahora como movimiento para regenerar lo perdido.
La cuarta transformación como culminación histórica de la Independencia, la Reforma y la Revolución, no pasó de ser puro wishful thinking. En cambio Morena como la cuarta transformación del PRI encuentra su justificación dentro del marco de la teoría del péndulo que afirma que en México rige una dialéctica que opone al crecimiento económico (Alemán, Salinas, Peña) el desarrollo social (Cárdenas, López Mateos, Echeverría, López Portillo), y que oscila entre una banda a otra. “El populismo ha sido uno de los rasgos distintivos de la política mexicana desde que la Revolución se transformó en gobierno. Hoy se critica al populismo con razón, pero esa crítica no debe ocultarnos sus aspectos positivos; en una sociedad como la mexicana, en que los pobres son tan pobres y los ricos tan ricos, el populismo, aunque manirroto y demagógico, equilibró un poco la balanza del pasado” (Octavio Paz, Hora cumplida.)
Morena como fase superior del priismo. Un priismo que se quiere sin sus dos taras mayores: el neoliberalismo (término vago que para ellos significa que se ponga el dinero por encima de los intereses de las personas) y la corrupción (que con Bartlett en el gabinete no pasa de ser un mal chiste). Morena, como el PRI, ejerce el control hegemónico de las cámaras legislativas y del Poder Judicial. Ejerce también un control (suave, convenido) con las televisoras, que siguen siendo el medio dominante para comunicarse con la gente.
Incluso la política de seguridad quiere seguir ese modelo. En los años setenta, el narcotráfico estaba supeditado al gobierno. Éste fijaba las reglas y a cambio de su cumplimiento recibía dinero. Ese control se perdió, con Bartlett en la Secretaría de Gobernación, con la captura de Miguel Ángel Félix Gallardo y con la dispersión centrifuga de los cárteles nacientes. Ya no hay forma hoy de volverles a imponer las bridas. Eso es lo que se pretende ahora con la nueva estrategia de seguridad. No confrontan a los cárteles, no los persiguen, “la guerra contra el narco ya se terminó”, dijo López Obrador. Si se captura a un pez gordo se le deja ir en señal de buena voluntad del gobierno. Recordemos el agradecimiento y untuosidad de los abogados del hijo del Chapo con el presidente. Nosotros, se dice, no estamos en contra del negocio de los cárteles, siempre y cuando se ajusten a ciertas normas, por ejemplo, que disminuyan los asesinatos. Anhelan una nueva pax narca.
En economía, pese a conservar la economía mixta, que fue la divisa del sistema priisita, se privilegió la rectoría del Estado, bajo la dirección de los licenciados. Ese modelo de los años setenta se está imponiendo ahora con un nuevo acento en el uso de la industria petrolera como palanca de desarrollo. El esquema de economía mixta permitía los movimientos pendulares de izquierda a derecha. Como ahora. Dos sectores –estatistas y modernizadores– conviven en el gobierno, con un peso desproporcionado hacia la visión estatista. Pese a esta composición, el gobierno apostó muy alto por la aprobación del T-MEC, aceptando cláusulas intervencionistas y con un negociador tóxico como Trump, quizá porque en privado acepten que no bastan los programas sociales para encender los motores del desarrollo.
Morena como fase superior del PRI intentará restaurar lo rescatable. Ya no será posible revivir un partido corporativo, éste cederá el paso a un partido clientelar, atado a los programas sociales para ganar elecciones. Un nuevo PRI nacionalista en la cultura, “hermano mayor” de Latinoamérica sólo en nuestra imaginación. En los hechos, una nación supeditada a los Estados Unidos. Un nuevo PRI con los restos del viejo PRI que no murió. Sigue vivo como partido gobernante en cada vez menos estados y muy vivo como Morena en el poder. Nadie sabe para quién trabaja. López Obrador, que nació a la política en el PRI, ha regresado el nacionalismo revolucionario al poder en México.
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